El socialismo madrileño y su preocupación por la formación

Eusebio Lucía Olmos.

Por Eusebio Lucía Olmos.
Una vez superado el primitivo e ingenuo radicalismo revolucionario, el socialismo español encaró el final del siglo XIX enfrentándose a un lento proceso de adaptación de sus principios doctrinales a la realidad social, en una actitud claramente reformista. De manera casi imperceptible se estaba comenzando a producir un tímido acercamiento recíproco del socialismo hacia sectores progresistas burgueses y grupos de intelectuales regeneracionistas, a la vez que se mantenía el rechazo formal a la colaboración política con las organizaciones de aquéllos y la defensa práctica del obrerismo militante. Durante los primeros años del nuevo siglo quedaría concluido formalmente este proceso con la participación en la conjunción republicano-socialista, que tan buen rendimiento electoral le produjo a la organización. Pero, además, este viraje estratégico, al que no fue ajena la influencia de la Internacional Socialista y de otros partidos socialistas europeos, supuso desde su inicio que los dirigentes obreros de la época concedieran una importancia preeminente a la formación, en todas sus facetas, de la clase trabajadora. Antes que lanzarse frontalmente a la conquista del poder, había que organizar, formar e instruir a los obreros para cuando llegase el momento oportuno de hacerlo. Había que preparar a la clase trabajadora para que fuese capaz de lograr algún día la transformación revolucionaria. Y las organizaciones obreras habrían de ser el motor de dicha formación, puesto que, obviamente, ni la enseñanza oficial ni la privada religiosa iban a ocuparse de tal tarea.

Ciertamente, el panorama cultural de la época era desolador. Al comenzar el siglo XX, más del 60% de los 19 millones de españoles eran analfabetos, porcentaje que se elevaba a límites realmente alarmantes si se refería únicamente a las clases que disponían de menos recursos económicos. Titánica tarea debía de suponer el conseguir “la completa emancipación de la clase trabajadora”, cuando únicamente uno de cada cuatro de sus miembros sabía leer y escribir. Por ello, coincidiendo con un importante incremento de su militancia, durante los primeros años del nuevo siglo fueron numerosas las experiencias educativas de iniciativa socialista – como ya lo venían siendo las anarquistas y republicanas -, tanto en el plano teórico como en el organizativo, que abarcaron una amplia gama educacional, desde la instrucción primaria, a la formación profesional, la preparación política y sindical o la educación cultural y recreativa de los adultos. Pero esta necesidad formativa no podía limitarse únicamente a la ofertada a los obreros asociados sino que era necesario hacerla llegar a sus familias, siendo sobre todo los hijos de aquéllos especiales destinatarios de la nueva estrategia política. Por otra parte, la aportación teórica de los intelectuales de reciente aproximación al partido, muchos de ellos pedagogos y educadores provenientes de la prestigiosa Institución Libre de Enseñanza, fue vital en la definición del modelo educativo. El “pedagogismo socialista” fue plasmando enseguida su impronta entre los diferentes alumnados.

Esta preocupación por la formación de la clase obrera aparece en la vida de las organizaciones socialistas de manera coincidente con el establecimiento de los Centros Obreros o Casas del Pueblo, en los años de entresiglos, suponiendo una circunstancia claramente favorecedora para aquélla. Muchas de las nueva labores formativas y otras actividades de índole meramente cultural pudieron desarrollarse con facilidad en estos locales obreros, a los que concurrían cada vez mayor número de trabajadores, captados ahora no sólo por las ideas doctrinarias sino por la formación impartida. Encontraban allí un ambiente que les estimulaba a ampliar su formación, ofreciéndoles una serie de medios a su alcance.

Los socialistas madrileños habían venido disponiendo desde un principio, tanto para sus actividades políticas como formativas y culturales, de los sucesivos locales propiedad de la Asociación General del Arte de Imprimir, hasta que en 1892 inauguraron su propio Centro de Sociedades Obreras de Madrid en la calle de Jardines nº 20. El rápido crecimiento del número de asociados obligó pronto a trasladarse a un nuevo local más amplio, en la calle de de la Bolsa y, poco después, en enero de 1900, al de Relatores nº 24, ya mucho mejor dotado para dar respuesta a las necesidades de las organizaciones que allí tenían su sede. En todos ellos, el propio Centro o cualquiera de las sociedades en él domiciliadas, fueron programando ciclos de conferencias políticas o culturales, excursiones a museos o lugares de interés cultural y diversos cursos de educación de adultos. Las más modernas técnicas educativas eran empleadas siempre en todas las actividades, lo que ofrecía un atractivo más para los trabajadores participantes en ellas. Tuvieron muy buena aceptación, por ejemplo, las “veladas recreativas”, en las que se hacía una lectura individual y rotativa en alta voz de algún texto de claro contenido social, se incluía alguna audición musical, se recitaban poesías y se pronunciaban discursos y, en ocasiones se representaba algún fragmento de una obra dramática. En todas las fases de la “velada” se utilizaba el método de enseñanza mutua, con los posteriores comentarios críticos, lo que suponía una buena práctica de oratoria, además de la estimulación del sentimiento de pertenencia a la organización obrera socialista.

Pero la preocupación formativa de los dirigentes socialistas no iba encaminada simplemente hacia los trabajadores, sino también hacía sus familias y sus hijos en especial, pues de esa manera se contaría el día de mañana con hombres libres, capaces de realizar la soñada transformación revolucionaria. En enero de 1905 fue inaugurada en el Centro Obrero de la calle de Relatores la primera escuela – por supuesto, mixta -, diseñada desde un principio como laica y racionalista, tratando de “educar e instruir a la vez”, para lo que se siguió el modelo de la que dos años antes había creado la sociedad ferroviaria “La Locomotora Invencible”. Se emplearon los más modernos métodos de enseñanza, alejados de la rutina, la pasividad y el dogmatismo. Los niños eran acostumbrados a hablar en público, disertando sobre los más diversos temas, entablando diálogos, recitando poesías, participando en el coro o representando obras teatrales en los actos organizados. Se eliminaron exámenes y castigos físicos, sustituyendo los premios por exposiciones de trabajos. Se potenciaron las actividades al aire libre, los ejercicios gimnásticos y los trabajos manuales. Personas competentes en las más diversas materias daban conferencias frecuentemente. Una vez que se contó con suficiente experiencia educativa, el Centro de Relatores organizó en 1906 hasta clases de inglés, en días alternos, de 7 a 8 de la noche, al precio de 2 pesetas mensuales. El rodaje educativo adquirido le permitió ceder incluso su sede para que la Universidad Popular Madrileña desarrollara en ella alguna de sus actividades. El anunciado traslado a la nueva Casa del Pueblo y la magnífica aceptación que la escuela había tenido entre los obreros madrileños como centro educativo para su hijos, obligó a buscar distintas ubicaciones para estas escuelas infantiles por toda la geografía urbana, completando su oferta con la apertura de clases nocturnas para adultos.

La inauguración de la Casa del Pueblo de la calle de Piamonte nº2, en noviembre de 1908, supuso un considerable incremento de las actividades de todo tipo que se venían desarrollando. Las sociedades sindicales obreras, de socorros mutuos, entidades de previsión y ahorro, cooperativas de consumo o mutualidad médico-farmacéutica compartían domicilio con las agrupaciones políticas – direcciones nacionales de partido y sindicato, Agrupación Socialista Madrileña, Grupo Femenino y Juventudes Socialistas – y las distintas asociaciones educativo-culturales que se habían ido creando, además de la propia Biblioteca, que gozaba de gran consideración, siendo muy utilizada por los obreros madrileños. La actividad cultural y formativa era ya de tal magnitud que habían ido apareciendo, dentro de la disciplina del partido obrero, distintas entidades con organizaciones y fines propios. La Agrupación Artístico-Socialista – con su orfeón, secciones literaria y de excursiones, y cuadro artístico -, la Escuela Nueva – una de las experiencias más interesantes del socialismo madrileño e institución símbolo del cambio producido con la apertura de la organización hacia los partidos republicanos y la aproximación de los intelectuales a aquélla -, la Sociedad Obrera de Escuelas Laicas Graduadas, la Escuela de Aprendices Tipógrafos, la Escuela de Chóferes, la Academia de Corte, la Asociación de Profesores Racionalistas, el Grupo de Salud y Cultura de la Juventud Socialista y la Escuela Societaria, eran buenos ejemplos de ello.

El incremento de militancia en partido y sindicato a partir de 1910, aconsejó acercar la organización a los afiliados, creándose así los Círculos Socialistas en distintos distritos municipales. Se abrieron ese mismo año los del Norte, de la calle de Fuencarral nº 143; el del Sur, en Valencia nº 5; y el de Latina en Tintoreros nº 3. Al poco tiempo se abriría el del Este, en Pilar de Zaragoza nº 17. En todos ellos se mantendría una permanente actividad política y educativo-cultural, impartiéndose cursos en horarios nocturnos accesibles para los trabajadores, de las más variadas materias: instrucción primaria, dibujo lineal y artístico, francés, aritmética, lectura, ortografía y caligrafía. Y en todos ellos se organizaron sus propias bibliotecas circulantes, ya que el fomento de la lectura entre la clase obrera siempre fue una de las principales preocupaciones de sus dirigentes. El de Latina disponía incluso de toda la prensa obrera madrileña, casi toda la española y una buena parte de la francesa, italiana y portuguesa. El del Norte inauguró un gimnasio en 1915, pretendiendo, a base de actividades deportivas así como de excursiones campestres, ofrecer a los obreros distracciones sanas, apartándoles de las tabernas, el juego y demás diversiones tan perjudiciales como éstas.

Mención aparte merece en esta breve reseña sobre la preocupación por la formación en el socialismo madrileño, la referencia a la Fundación Cesáreo del Cerro, industrial zapatero madrileño simpatizante con las ideas socialistas, aunque no militante de sus organizaciones que, a su muerte, en diciembre de 1915, legó a las sociedades obreras de la Casa del Pueblo un millón de pesetas de la época, con destino a la creación de una escuela de primera enseñanza para los hijos de los obreros. Las trabas burocráticas impuestas por el Ministerio de Instrucción Pública, con objeto de retrasar su funcionamiento, motivaron que no se pudiese proceder a su inauguración hasta 1928. El parvulario estuvo ubicado en la barriada de Cuatro Caminos, entre las calles Teruel y Orense, en una finca con jardines y huerta de más de 22.000 metros cuadrados, donde los pequeños permanecían al aire libre la mayor parte del tiempo de su vida escolar. La permanencia en el centro era de tres años, de los 3 a los 6, ó de los 4 a los 7, posibilitando que a su ingreso en las escuelas públicas lo hicieran los niños en condiciones de aprovechar debidamente su educación.

Tras la crisis del sistema de la Restauración de 1917, quedó reducida la lucha a nivel puramente político, dándose fin a la regeneración nacional en clave educativa. Pero los frutos logrados por las instituciones de educación popular y la vía abierta para su profundización serían logros indudables de esta época, que se proyectarían en las posteriores. El propio doctor Vera ya lo había dejado años atrás claramente sentenciado: “No son los hombres obreros porque son ignorantes, muchos son ignorantes porque son obreros”.

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