“Yo, el primero“, por Rafael Rodríguez Villarino.

Rafael Rodríguez Villarino.

De las desgracias personales aprendemos, y a partir de las mundiales se genera conciencia colectiva, como cicatriz que hiere la piel de la humanidad.

Tal fue el caso de la Grande Depresión en los años 30 del siglo pasado. A partir de ella se gestó el New Deal de Roosevelt, un “Nuevo Trato” que ejemplificó la relevancia del Estado y del liderazgo institucional para afrontar los efectos de un desastre económico.

Hoy tenemos frente a nosotros un virus redondo y picudo, que nos mira a los ojos, sin pestañear. Ataca el bien más esencial -la salud-, descubre carencias sociales, y desafía el modelo de desarrollo mundial.

Según la epidemióloga Cristina Rius i Gibert, hubo tres grandes pandemias de la peste a lo largo de la historia: la de Justiniano (541), la negra (1348) y la del siglo XIX (1855). Todas originarias de Asia, con efectos fatales, y con derivadas sociales relevantes.

Tuvieron consecuencias dramáticas en cuanto a vidas humanas, y un alto coste económico, como sucedió, por ejemplo, en las pandemias de la viruela (México, 1520), o de la gripe “española” de 1918 (su origen real fue EE.UU., pero recibió su nombre del amplio tratamiento que se dio a esta enfermedad en los medios de España, frente al oscurantismo practicado en otros países).

La cooperación internacional, la solidaridad y la comunicación entre personas y pueblos son ingredientes necesarios de la fórmula magistral que vence pandemias.

Aislacionismo, xenofobia o primacía de lo particular sobre lo general son, por el contrario, recetas de mandatarios populistas que anteponen, por encima de todo, “lo suyo”, y conducen a la derrota ante pandemias y crises globales.

“America First” fue el lema del presidente de EE.UU. que renunció a liderar, por primera vez en la historia reciente de esta potencia hegemónica, la lucha contra una amenaza mundial: la pandemia del coronavirus. Un Trump de espaldas al mundo, que recortó ayudas a la OMS -a la que ahora quiere asfixiar-, y que presume de tener intereses antes que amistades. Como dijo el pensador Yuval Noah Harari, quién seguiría a un jefe cuyo lema es “¡Yo, el primero!”?

Un nefasto modelo para la concordia y la armonía intercontinentales, en cuyas filas militan mandatarios como Boris Johnson, así como nacionalistas excluyentes y populistas de diversa casta y pelaje.

Esta moda del egocentrismo altivo también se reproduce 3 o 4 escalones más abajo de las escaleras del poder, donde encontramos gobernantes locales que se jactan, día sí y día también, de ser “los primeros” en alguna de sus patéticas ocurrencias.

Narcisismo y progreso social son términos incompatibles, del mismo modo que la falta de unión y la desconfianza anticipan triunfos de las pandemias.

En ausencia de liderazgo mundial, sin Roosevelts contemporáneos, la cooperación a todos los niveles (mundial, continental, estatal, nacional, local), junto a la adopción de una perspectiva general respecto a este pequeño planeta, lograrán que superemos la pandemia y creemos, con diálogo y comunicación permanentes, un mundo más justo y seguro en el futuro.

Todo ello con esfuerzo, sin tregua, como si no hubiera mañana. Horadando la tierra, abriendo camino, irguiendo ánimos. Algunas personas quedaron en los surcos, otras siguen aplazando el llanto. Luchando por todos, olvidándose de sí.

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