Y perdieron la capacidad de soñar

Carolina Gutiérrez Montero.

Por Carolina Gutiérrez Montero (investigadora biomédica)
Estamos en esos días en los que todo es un poco caótico: vuelta al trabajo, al colegio, cambios de ritmo… nuestro organismo adaptándose de nuevo a esa rutina cotidiana que nos mantiene vivos.
La mayor parte de los niños, después de esas largas vacaciones, están ya deseosos de esa vuelta al colegio, a sus amigos, a la cotidianidad. Pero hay muchos, más de los que quizá piensen, para los que esta es su única realidad.
La pobreza infantil es uno de los grandes problemas a los que se enfrenta nuestra sociedad, una sociedad que está fallando día a día a estos niños que perdieron tristemente la capacidad de soñar.
Antes de la crisis existía por supuesto la pobreza infantil, pero de alguna manera quizá un tanto inconsciente cerrábamos los ojos y parecía que no queríamos verla. La crisis en cierta manera ha supuesto una ventana de oportunidad para ser más conscientes de la misma y poder hacerle frente. Pero como no lo hagamos rápido desde la sociedad y las instituciones, esta ventana se va a cerrar de nuevo.
En nuestro país hay cerca de 375.000 niños que se encuentran en una situación absolutamente dramática, que no tienen garantizadas sus necesidades alimenticias durante los meses de verano pudiendo llegar a perder en algunos casos varios kilos de peso.
O nos podemos encontrar con la situación contraria que es el problema de la obesidad debido a una mala alimentación, con desequilibrios nutricionales que terminan derivando en muchos casos en problemas serios de salud a medio y largo plazo.
El Gobierno acertadamente anunció que iba a incrementar durante los meses de verano la dotación económica para la lucha contra la situación que padecen estos menores especialmente en los meses de verano, sobre todo la destinada a los comedores escolares para que a los niños se les pudiese seguir ofreciendo desayuno y comida durante estos meses y para actividades de ocio.
Pero el problema es mucho más complejo que todo esto, que está muy bien por supuesto y cualquier esfuerzo merece ser aplaudido. El problema es que la pobreza infantil se ha convertido en una problema estructural en nuestro país y como tal hay que hacerle frente.
Cuando los niños están en el colegio se sienten seguros. Es su zona confort, en la que saben que al menos no les falta alimento diario, ven incluso como mejora su salud, su estado de ánimo… A ello contribuye enormemente la implicación de muchos profesores que ayudan a que la vida diaria de esos niños sea un poco más feliz.
Es tan triste escuchar de boca de estos profesionales el que te cuenten esa pérdida de la capacidad de soñar de estos niños. Son conscientes de la realidad en la que viven, y no creen en un futuro más allá de lo que perciben en sus casas. La pobreza tiene un efecto acumulativo de exclusión social. Ellos saben que son diferentes, que son los excluidos. Conviven con ello y así crecen cada día. Sueñan con ser felices con lo que tienen, y con que al menos esto no les falte. Por eso los veranos son tan duros para ellos.
En los colegios con alta pobreza infantil, con tanta exclusión social, dejaron hace mucho tiempo de preguntar, qué te regalan por tu cumpleaños o qué te han traído los Reyes Magos.
Se necesitan políticas rigurosas de protección de la infancia. Una lucha por las desigualdades económicas que se producen cada vez más en nuestro país. Por eso el recientemente creado Alto Comisionado para la lucha contra la pobreza infantil abre una vía de esperanza para intentar paliar esta lacra que no puede consentir un país como el nuestro.
No podemos ser el tercer país de la Unión Europea en pobreza infantil. Tenemos que desarrollar un compromiso global que implique a todos.
Como país tenemos una responsabilidad con nuestros menores. Se lo debemos a nuestros niños, no podemos seguir fallándoles.
“Todo niño necesita al menos un adulto que se vuelva loco por él”

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