Son numerosas las viudas de militares que murieron en la Guerra de Afganistán y que, aun desconsoladas, recuperan las ganas de vivir cosiendo. No solo las ganas, sino los medios económicos.
“Me preguntaba cómo iba a alimentar y educar a mis hijos”, relata Roya Naimati a AFP. Ella, de 31 años y madre de cuatro hijos, perdió a su marido ahogado en una operación.
Sin saber cómo, el Ministerio de Defensa afgano la ayudó, encontrando para ella y su familia un piso en Kabul, la capital, y un trabajo. Ahora tiene un empleo en una fábrica textil, donde trabaja junto a unas 120 mujeres, todas ellas viudas o esposas de soldados inválidos.
Roya está agradecida al Gobierno de Afganistán por el empleo y la nueva vida que afronta. Gana unos 128 euros al mes (12.000 afganis). Así, asume el papel se mantener a su familia, algo tradicionalmente reservado a los hombres en una sociedad patriarcal y conservadora.
Entretanto, la guerra de Afganistán continúa. Un conflicto que comenzó en 2001, cuando Estados Unidos expulsó a los talibanes del poder. En setiembre se iniciaron conversaciones de paz en Doha, pero la violencia ha aumentado, costando la vida a militares, policías y civiles.
Ni tan siquiera se conoce el número real de personas que han muerto en la guerra a lo largo de estos veinte años. Sin embargo, Ashraf Ghani, presidente del país, apuntó en 2019 que desde que resultó elegido han fallecido 45.000. Ganó las elecciones en 2014.
Otra empleada de la fábrica, de 37 años, reconoce su tristeza porque cose el “uniforme en el que mi hijo resultó muerto”.
Además de uniformes para el ejército afgano, estas viudas fabrican también para los prisioneros. No es algo que agrade a algunas de ellas que los uniformes que hacen lo lleve luego un prisionero y talibán. Sin embargo, se resignan. “No quiero ni tocarlo, pero no me queda otra opción. Tengo tres hijos”, confiesa una de ellas a AFP.