Una virgen republicana en “Fermín Galán”, de Rafael Alberti (I)

Eusebio Lucía Olmos.

Por Eusebio Lucía Olmos.
“Noche negra, siete años
de noche negra sin luna.
Primo de Rivera duerme
su sueño de verde uva.
Su majestad va de caza:
mata piojos y pulgas
y monta yeguas que pronto
ni siquiera serán burras…”
El escritor Rafael Alberti confiesa en su bello libro de memorias, “La arboleda perdida”, haber sido en Rota donde se le ocurrió escribir algo semejante a los antiguos romances de ciego, en forma de “romance popular visto con los ojos del pueblo”. Pretendía relatar de ese modo la vida del capitán de Infantería Fermín Galán, nacido en la próxima Isla de San Fernando y fusilado en Huesca unos meses atrás.
El militar, que había participado en la “sanjuanada” contra la dictadura del general Primo de Rivera, por lo que sufrió seis años de condena en el castillo de Montjuic, se había beneficiado de la amnistía decretada por el nuevo dictador, general Berenguer, tras la dimisión del primero, siendo destinado en el Regimiento de Galicia nº 19, con guarnición en Jaca. Una vez tomado posesión, se puso a las órdenes del Comité Nacional Revolucionario, constituido recientemente por los republicanos tras el Pacto de San Sebastián, siendo designado su delegado en Aragón.
Formando parte del levantamiento urdido contra la monarquía en toda la nación, y al no haber sido avisado convenientemente de su aplazamiento por parte del enlace enviado con tan vital encargo, Santiago Casares Quiroga, el capitán Galán sublevó a la guarnición de Jaca en la madrugada del 12 de diciembre de 1930, dirigiendo una doble columna militar hacia Huesca, donde se les debería unir el resto de las fuerzas zonales. Alertado el capitán general de la región militar, dispuso fuerzas en las proximidades de Huesca que, tras un intenso combate, produjeron la derrota de los sublevados en la ermita-santuario de la Virgen de Cillas. A pesar de que unos compañeros oficiales les posibilitaran la huida, los responsables decidieron entregarse al alcalde de Biscarrués, quien les condujo prisioneros al Gobierno Militar de Huesca, donde fueron sometidos a consejo de guerra sumarísimo, que condenó a muerte a los capitanes Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández.
El mismo día de la firma de la sentencia, el domingo 14 de diciembre, los condenados fueron fusilados a las 2 de la tarde en las tapias del polvorín de Fornillos, en las proximidades de Huesca. El propio capitán Galán dio la orden de ¡Fuego! al pelotón de ejecución, cayendo mientras gritaba ¡Viva la República!
“No, buen amigo,
no quiero venda en los ojos.
Quiero mirar los fusiles
a la altura de mis hombros;
quiero ver llegar la balas
que van a hundirme en el polvo.
Balas que van a matarme,
debiendo matar a otros”.
La obra del joven dramaturgo vanguardista, Rafael Alberti, tendría un polémico estreno en el teatro Español de Madrid, el día 1 de junio de 1931, siendo responsable del asesoramiento literario y la dirección escénica el prestigioso Cipriano Rivas Cherif. La representación estuvo a cargo de la compañía de Margarita Xirgú, quien desempeñó los papeles de la Virgen de Cillas y el de la madre del héroe, para correr el de éste a cargo de un joven actor de creciente prestigio: Pedro López Lagar. Pero, el ambiente se había ido ya caldeando los días previos al estreno, debido no sólo al anunciado argumento y su escenificación – el periódico “El Sol” la anunciaba como la obra maestra de Alberti, aunque otros medios la tachasen de oportunista –, sino al agitado momento político y social elegido para su representación: mes y medio después de haberse proclamado la Segunda República. El autor confesaría más tarde que su principal aspiración había sido interesar a un público de albañiles, panaderos y carpinteros, los habituales ocupantes de las localidades altas del teatro. En cualquier caso, el lazarillo llamaba la atención de la concurrencia con el siguiente pregón:
“¡Arzobispos, estudiantes,
señoras y caballeros,
curas, criados, obreros,
ministros y comerciantes!
¡Compren si quieren llorar!
¡Romance de Fermín Galán
y los sublevados de Jaca!
¡A cinco céntimos!”
La noche del estreno acudieron al teatro tanto espectadores republicanos como monárquicos, dispuestos a armar bronca entre ellos y en conjunto. La representación transcurrió con normalidad durante el primer acto, hasta que en el segundo apareció la Virgen con fusil y bayoneta calada, acudiendo en socorro de los sublevados, y haciendo tiras su manto para vendar las lesiones de los heridos, mientras pide en tono combativo y a gritos la cabeza del rey y del general Berenguer:
“Yo defiendo la República
y a los revolucionarios.
¡Abajo la monarquía!
Salid conmigo a los campos.
¡Dadme un fusil o un revólver,
una espada o un caballo!
Quiero ser la coronela
de todos los sublevados.
¡Seguidme, amigos, seguidme!”

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