Imagino que la mayoría, estamos sorprendidos e indignados por la facilidad con la que algunas personas han dejado de aplaudir en los balcones para hacer palmas en los botellones. Ya se han olvidado de los miles de españoles que han fallecido por culpa del COVID-19 y de las secuelas que puede dejar a quienes lo padecen. Muy pocas personas son tan insensatas de querer contagiarse del virus a forma consciente, que algunas hay, pero después del esfuerzo de miles de sanitarios, que han puesto sus vidas en juego para salvar a los pacientes, es lamentable ver a jóvenes y mayores saltándose todas las medidas de seguridad para proteger a nuestro país y actuar como si no estuviesen muriendo miles de personas en todo el mundo.
Parece que las ganas de fiesta descontrolada, hace que no piensan en cómo está afectando a la economía de miles autónomos o de familias que han perdidos sus empleos y que están pasando verdaderos dramas en sus casas. A lo mejor, a muchos les da igual que a España le vaya mal o incluso algunos desearán que a España la fuese muy mal para seguir ayudando al virus a destruir la sociedad que conocemos y llevarnos a otra sociedad más autoritaria y más dividida entre muy ricos y muy pobres.
Pero además, ahora tenemos la figura del rastreador, algo nuevo para mí, como para la mayoría supongo. Personas de las que depende el control de los focos que vuelven a surgir y que sin el apoyo técnico y económico necesario, poco podrán hacer ante tal cantidad de personas que consciente o inconscientemente, vuelven a estar en peligro. Ahora veremos la capacidad de gestión y respuesta de los Gobiernos regionales ante un problema real que afecta a la economía y a la vida y la salud de millones de personas.