Muñeca, una mujer argentina

Nico Ferrando.

Por Nico Ferrando.
Guillermina Dolores Ubios, alias Muñeca, es, nada más y nada menos, que mi abuela paterna, a la que quise con ahínco, tesón y empeño y de la que heredé un complejo y difícil carácter fuerte y sosegado, a la vez, que ha marcado para siempre mi enrevesada existencia. Perteneciente a una familia aristócrata y acomodada, en su afamada, conservadora y condecorada genealogía hay un presidente de la República Argentina y un gobernador de la provincia de Córdoba en el siglo XIX. Nació el 28 de septiembre de 1926 en el seno de una señorial residencia en el centro histórico de la segunda ciudad del país austral, Córdoba, la ciudad que me vio nacer a mí y dónde existen dos joyas que aún son el centro de mi atención a la hora de la investigación: la iglesia de la Compañía de Jesús, el segundo templo más antiguo de Latinoamérica, que es un ejemplo inconfundible de la arquitectura colonial, y una centenaria y prestigiosa Universidad, la cuarta que vio el continente descubierto por Cristóbal Colón en 1492. Todo esto forma un maravilloso conjunto que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 2000. Mis recuerdos más memorables y escondidos se encuentran allí, en la calle Obispo Trejo, acaparada por el cerrado, hermético y algo sectario colegio del Montserrat, que espero haya evolucionado. En el entorno de esa manzana tomé la decisión más importante de mi vida: emigrar a Madrid, la capital del reino de España, la villa que supo aplacar mi profunda e inevitable soledad y la bella ciudad en la que pude ser, al fin, yo mismo.
Muñeca fue una mujer de su tiempo en el que las costumbres eran parcas, medidas e inmovilistas. No obstante, su madre, Maruta, ejerció un tenaz y efectivo matriarcado que caracterizó para siempre su endeble pero firme personalidad y como hermana mayor dio continuidad a una particular estirpe y empezó a romper modelos sociales arraigados: encabezó la primera generación de mujeres que salieron, por primera vez, a trabajar fuera de casa aunque tuvo que mantener la compostura ante los continuos y silenciosos agravios de su marido, al que me consta que quiso con locura y que la trataba “de usted”, aunque a veces ese respeto lingüístico no se correspondía con sus escondidos y reprobables actos.  Maestra de profesión y vocación, eligió dar clases en un instituto rural e industrial de Yocsina, una localidad alejada del núcleo urbano de Córdoba, porque, según me confesó, le gustaba enseñar a chicos que no habían tenido las mismas posibilidades económicas que ella. Su amplia generosidad le hizo presidir una asociación de beneficencia que ayudaba a los más necesitados. Pero, sobre todo, se portó conmigo como nadie se portó en mi vida y, pese al irreversible salto generacional, supo entenderme y me dio todo lo que tenía antes de que yo emprendiese un duro viaje a Europa que marcaría el fin de mi accidentada adolescencia, dónde tener una orientación sexual diferente y distinta no estaba bien visto y dónde lo pasé realmente mal. Muñeca fue mi principal soporte económico y espiritual en esa tremenda odisea pero prefirió mantenerse en un discretísimo segundo plano y no hacer alarde de su gran magnificencia y altruismo. Yo era su nieto preferido y quería lo mejor para mí aunque me expresó, entre lagrimas, una frase que todavía repica en mi mente y mi corazón y me persigue algunas noches: “Vas a ser muy feliz allí pero yo sé que no te volveré a ver más”. Y así fue, muy a mi pesar.
Católica pero pragmática a la vez, fue el principal soporte de su hermano menor, Raúl, mi tío abuelo, homosexual no declarado, pero que era un secreto a voces y un tema tabú en todas las reuniones familiares. Mi orientación sexual no le pillo de nuevas y tenía la suficiente experiencia como para que se repitiera una historia de fracasos y frustraciones. No dudo ni un instante en darme dinero y en apoyar desde la retaguardia mi huida. “Te prohíbo que le digas nada a tu padre, es mi hijo, pero no lo va a entender” esbozó con una sabiduría única. Nunca sabré como agradecerle que me quisiera tanto y que ejerciera de padre y madre a la vez cuando ellos no estuvieron ni se les esperaba. Tengo una gran deuda con ella y por eso he emprendido la ardua tarea de dejar por escrito su cándida biografía, porque necesitamos muchas Muñecas en el futuro y porque quiero que quede para la posteridad esta conmovedora acción desinteresada que solo puede entenderse desde el amor y la devoción. Esto es solo un adelanto de todo esto.
Muñeca murió en julio del 2012 aunque su envidiable cerebro había dejado de funcionar con corrección mucho antes. Recuerdo su última llamada telefónica dónde su cabeza empezaba a fallar: me recordaba ese pacto de silencio que hicimos y que, por supuesto, estoy dispuesto a romper en la actualidad. Sé que esta redacción generará reacciones encontradas en mi familia más directa pero se lo debo a Muñeca, una mujer a la que llamé cariñosamente Ma porque me crió y me hizo ser este hombre que soy hoy. Y me lo debo a mí mismo, para seguir adelante, por qué tengo que ser agradecido con mi historia y con quién se jugó desinteresadamente por mí. ¡Gracias Muñeca!

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