“Muerte de una marioneta” (Cuarta parte) , por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
Fue una noche larga. El payaso no conseguía conciliar el sueño, debido a los quejidos del triste guiñapo que ya no le quedaban fuerzas para acatar las reglas que le imponían las cuerdas.

El viejo pensó, entonces, en la bailarina. ¿Habría conseguido triunfar? Él también se sentía un trasto inútil, un surco sin simiente… La vida del circo era más bonita, aquella carpa azul y amarilla, bajo la que florecieron tantos sentimientos…

…Y aquel pueblo de pinos donde nació. El frío de la sierra le marcó para siempre. Y las peñas, los riscos, los troncos retorcidos de las cepas, las raíces…

Mañana sería otro día. Mañana volvería. Cogería al guiñapo entre sus brazos y juntos regresarían al viejo caserón. El verde de los pinos les haría vivir una segunda oportunidad de la vida.

ACTO VII: LA MUERTE

Contra todas las previsiones, amaneció un día gris. En los cristales de la ventana se estrellaba un viento absurdo.

El payaso se acercó a la marioneta y observó que su carita estaba casi borrada por las lágrimas del día anterior. A él le dolían los huesos y el alma…

  • Buenos días, marioneta.
  • Buenos días, ¿llueve?
  • Sí. – contestó el payaso -.
  • ¿No podemos salir?

El payaso no respondió. Con sus dedos temblorosos agarró los hilos de su compañera. Los acarició dulcemente.

La marioneta empezó a revolverse de alegría. Su cuerpo vibraba como si el contacto lo sintiera en su propia piel.

El viejo tiró pero los hilos no se desprendían… En los ojos de la marioneta brillaba la impaciencia.

  • Más fuerte, más fuerte… – gritaba el guiñapo -.

Pero las manos del payaso temblaban. Sabía que le debía una a su compañera. Entonces, brotó de dentro, del corazón tal vez, un sentimiento de culpabilidad, de compasión, todo mezclado… Enredó sus dedos en los hilos y… ¡tiró!

La marioneta sintió un sobresalto en el estómago.

  • ¡Ya!, lo has conseguido… ¡era muy fácil, payaso!

Una risa limpia y pura brotó de la marioneta. Tenían sus miradas fijas, el uno en el otro. Entonces… el remolino de telas inició el viaje hacia lo profundo. Sus cabellos empezaron a revolverse. Eran chispas de felicidad lo que brotaban de los ojos del guiñapo. Levantó los bracitos… los pantalones descoloridos se inflaron de aire y parecía un pequeño paracaídas. Fueron unos segundos de dicha inmensa. Del payaso brotó también una risa limpia y pura. La marioneta cantaba, cantaba hasta que… la fuerza de la gravedad impuso su regla, obligatoria en el cumplimiento…

¡¡Zas!! Los huesos de la marioneta se estrellaron contra el frío suelo. Quedó la cabecita desprendida del cuerpo… permanecía con los ojos abiertos, mirando al payaso. No tuvo fuerzas para decir nada. Sólo un pequeño suspirito que apenas percibió su compañero. Éste, cogió en brazos a su amiga… ¡ahora sí que rea un verdadero guiñapo! Y lloró…

Por la noche, sentado en el taburete, frente al espejo, observó que la mancha de la pared, continuaba en el mismo sitio. No es que la marioneta hubiese querido dejarle su sombra, es que esa sombra nunca existió: era una simple mancha de humedad en la pared.

No tuvo fuerzas para iniciar su ritual cotidiano, de pintar el rostro para hacer reir a niños y mayores. En vez de eso, se bebió una botella de vino amargo, apurando hasta el final, mezclado con barbitúricos. Todavía había calor en el cuerpo sin vida del payaso cuando empezaron a oírse las voces desde la sala, de aquellos que esperaban a aquel hombre herido, aquel esperpento humano que tanto les hacía reir.

Allí quedó, con los ojos abiertos mirando a las estrellas… entre sus manos, frías ya, descansaba en paz el cuerpo deshecho de la marioneta.

Amanecía. Unos pasos delicados llegaron hasta el camerino. La figura esbelta de una mujer morena se acercó al payaso y besó su frente. Cerró los ojos que aun tenía abiertos…

Luego, cogió a la marioneta y la meció en su regazo.

Cuentan que vieron a aquella misma figura, perderse entre los pinos y subir hasta las peñas. Pero nunca más se supo. Hay quien dice que se tiró desde los riscos tras enterrar al guiñapo en una caja de zapatos.

¿Qué más se puede decir? Habría que comprender el dolor de una niña que abandona a su muñeco de trapo, en busca de un mundo de papel y cartón, un circo, tal vez… y allí, con el llanto de un payaso, aprender que para ser estrella hay que tener un alma dolorida, heridas que sangren en cada regreso, en cada despedida…

Las tardes húmedas, si te acercas a las peñas, podrás oír tres risas limpias, puras, que huelen a resina y atraviesan los pinos. Tú, acércate, y cuando el paisaje se transforme, y te muestre la silueta de un circo con sus lonas hechas jirones… Entonces, sólo entonces, lo comprenderás todo.

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