Los relatos de Aina. “Una abuela”, por Aina Rotger.

Aina Rotger Carlón.

Arruga la memoria, se queda con los pliegues que sobresalen como hitos y olvida la hondonada que se sumerge, y así avanza despacio con lo que sobresale que no siempre es lo más importante, a veces son detalles, la nube, el cazo, tu sonrisa o ese pelo que se retuerce y sobra. Camina despacio, sin contar los pasos, y se plantea naufragios, está cansada, le sobran grietas y decepciones. Novedades incomprensibles como internet o la realidad aumentada, la posverdad o esas palabras en otro idioma que no comprende y que vomitan como virutas de hierro los presentadores, y ese agacharse a atarse los zapatos o subirse al taburete. Va reduciendo los sueños, ya no quiere más y se sumerge en la noche con esperanzas de no despertar, descansar y volver con los suyos, sus colores, sus puntadas, sus bordados o bolillos, sus rayas al medio, sus trenzas o crucetillas. Ya no busca, la realidad se ha vuelto espesa y ella se dobla, cada vez más pegada al suelo, más enfadada con la vida que la estruja y constriñe, y quiere ser nube o raíz, está cansada y gruñe a veces. Poco a poco se va evaporando, cada vez más delgada y seca, más agrietada y menguada, se tiene que poner crema para conservar la humedad de la piel. Hasta que un día le huye la vida como un tic tac de reloj estropeado, empieza a atrasar y al final se para hasta quedar rígida y ausente. La maquinaria se ha atascado y se detiene.

El recuerdo quedará en sus nietos y en sus hijos, cuando aún era ese huracán que todo lo movía, que todo lo preparaba y preveía, organizaba y disponía, ella tan hormiguita tamaño humano, tan laboriosa y enérgica se evaporó como el agua dejando un caparazón mustio, pero quedan su memoria y las cosas que ella tan previsora repartió unos años antes de devenir nube.

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