“Las ballenas de agosto”, por Manuel Fernández Palomino.

Manuel Fernández Palomino.

Manuel Fernández Palomino es senador del PSOE por Jaén.
En 1987, apenas dos años antes de su muerte, Bette Davis protagonizaba su penúltima película junto a Lilian Gish, otra mítica actriz nacida del cada vez más lejano cine mudo. “Las ballenas de Agosto” no llegó a lo esperado en cuanto a éxito y crítica, pero dejó en la pantalla grande un delicioso universo de valores, memorias y sentimientos, desde la personalidad de dos mujeres, ya ancianas, que abordan toda una reflexión existencial a cuenta del recuerdo lejano de unos tiempos marcados por la llegada durante el estío, a la cercana costa, de manadas de ballenas que, como tantas cosas, quedaron ya en el olvido.

Es el de 2.020 un agosto que difícilmente pasará de largo en nuestras vidas. Un agosto de recuerdo y reflexión, que queríamos fuera también de normalización. Un agosto sin esas “ballenas” de siempre, sin otra motivación que encontrar el mayor número de resquicios de otros agostos, viviendo esa extraña “nueva normalidad” que se nos antoja imprescindible, pero plena de melancolía y desazón. Y de una tristeza inacabable por quienes nos dejaron en medio del drama.

Pero también tendría que haber sido un agosto lleno de retos. Retos personales, de una parte, porque debería haber sido un desafío generalizadamente asumido el adaptarnos a esa nueva forma de vida que pretendemos pasajera. Y también de retos políticos, fundamentalmente para las Comunidades Autónomas, a las que competencialmente corresponde acercarnos a una transición a la vida post-COVID, sin demasiados sobresaltos.

Pero todo voló por los aires demasiado pronto; las ballenas no tuvieron ninguna posibilidad de acercarse a su añorada costa. La inquietud nos rodeó en medio de un escenario que se nos aparece como enajenado, y en el que es cierto que la respuesta vital de muchos,

-siempre los menos-, no ha sido correcta; bien porque confundió la moderación de un mensaje con la trascendencia de una recomendación, o porque se borró de una forma extraordinariamente sencilla el recuerdo del drama vivido, o porque la amplia apertura de posibilidades de relación y diversión tras el duro confinamiento resultó toda una tentadora invitación al riesgo. Por si fuera poco, hasta tenemos tribus de descerebrados como la que se concentró días atrás en Colón.

En cuanto al reto político, he de centrarme en la realidad de mi territorio. Parecida, me da la impresión, a la de algunos otros. En Andalucía, la actuación de la Comunidad Autónoma está resultando frustrante, plena de incapacidad e inoperancia. Muy paradójico después de los “palos” dedicados por sus gobernantes a la actuación del Gobierno de España durante el estado de alarma. Una actuación que ahora resulta añorada, loada y ensalzada de forma muy generalizada; incluso por las propias autoridades autonómicas que, -tiene toda la pinta-, ansían ese escenario anterior en el que no decidir, no resolver, no mojarse, y dedicarse sólo de una forma más o menos expresa a echar las culpas a Pedro Sánchez.

No hubo ballenas este agosto, aunque los días transcurridos han dejado sin argumentos a muchos depredadores de la política, que jugaron sin tino y sin vergüenza a demagogia con la enfermedad y la muerte, y que hoy aparecen cada vez más empequeñecidos, debatiéndose ensimismados en la pusilanimidad siempre que hay que tomar una decisión, añorando angustiosos esos tiempos en que todo su trabajo era criticar al que se la jugaba día tras día; tiempos en que fueron construyendo un perfil miserable, y en el que tiraban la piedra y escondían la mano tras el nada creíble disfraz de la lealtad inexistente.

La gestión de la Junta de Andalucía en este agosto sin ballenas es, sencillamente, pavorosa. Porque pavoroso es no trabajar todas las garantías posibles para una vuelta al colegio que otros territorios sí han sido capaces de definir desde el diálogo y la aportación de toda la comunidad educativa. Porque pavoroso es mentir con la realidad de los rastreadores, que ahora resulta que son en su inmensa mayoría las propias enfermeras del sistema sanitario, cuya atención primaria fundamental queda abandonada. Porque pavorosa es la gestión de un Turismo cuyas expectativas pasaron del cero al infinito y del infinito al cero bajo ese lema de la Andalucía Segura que la Junta ha demostrado que, a base sólo de propaganda, no estaba en condiciones de reflejar. Porque pavoroso, escalofriante, es intentar a estas alturas buscar al Gobierno de España para intentar quitarse culpas que sólo son de esta irresponsable coalición de dos que son tres, pero que, como estamos tristemente comprobando, no es ninguno. Por mucho que se empeñe en “invertir” millones y millones de euros en Comunicación que, tal vez, en estos momentos, deberían tener como destino la seguridad de una población andaluza que no quiere volver a revivir la dureza de los meses pasados.

Pues sí. En Andalucía queremos ese agosto con ballenas que ansiaban Bette Davis y Lilian Gish. La sensación de alivio que ha producido el ver cómo el gobierno de España daba un paso al frente para poner orden en un duro escenario sanitario autonómico que ofrecía demasiados palos de ciego y, como he relatado, bastante incompetencia, ha de verse acompañada por un empeño y un empuje del gobierno andaluz que, hasta ahora, no se ha visto por ningún lado. Instantáneas como la de los Toros de El Puerto, o como la de las indecisiones a la hora de tomar iniciativas necesarias, no pueden volver a repetirse. Tiene la inmensa suerte de contar con un Gobierno en España decidido a seguir peleando por no dejar a nadie atrás. Pero los Moreno Bonilla, Bendodo, Marín, Imbroda… no pueden seguir dedicándose a jugar a eso de la invención del relato, mientras el verdadero relato, el de los cientos y miles de personas contagiadas, nos llena de desasosiego y de ansiedad cada día, y aleja cada vez más de la costa a las ballenas del recuerdo y la felicidad.

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