“La muerte hace cambiar», por Elana Listo

La pandemia tiene una cara tremenda cuando arrastra al laberinto de la muerte. Sin permitir dudar sobre el hecho del fallecimiento, el camino hacia este evento inexorable, por el momento, puede ser lo que marca la diferencia entre aquellos que cambian y los que se mantienen en los simples “principios”. Los edificios creados alrededor de las valías elementales no son necesariamente buenos ni universales. Mientras los elementales como la vida, el bienestar, la felicidad pueden entenderse deseables que alcanzan a toda la humanidad, las maneras de reconocer dichos realizables se multiplican en sus procedimientos y sus sensibilidades. La muerte, se supone, homologa todo como un denominador general; es el horizonte primitivo en donde lo sustancial adquiere síntesis, es el temor-anhelo objetivado. En algunas culturas más honestas con la evidencia y fragilidad humana la muerte es parte integral de la conciencia diaria, de cada momento de vida; de tal manera que se desacraliza la vida cotidiana y la micro-circunscribe a su verdadera accidentalidad, a su fenómeno, a su milagro bacteriano, a su insignificancia astronómica, a su ignorante devenir.

Lamentablemente en las culturas occidentalizadas y en otras parecidas, la vida es el éxito y lo natural, sin contradicción, sin contraposición consecuente. La muerte en este último contexto es excluida, ocultada y hasta despreciada por la generalidad, pero la verdad es que es utilizada por aquellos que viven de ella. Esos individuos saben que la muerte es un gran producto en sus rendimientos de sometimiento, es un arma genial para el control de los demás, y es un acicate para evolucionar tecnológicamente, para reproducirla a gran escala. Producto y justificación, causa y consecuencia, ciclo que se eterniza como la venganza; es interminable si se manipula de esta manera.

Es durante el desarrollo de lo vital en donde la interacción social se expresa, donde la vida cobra sentido, en contacto con los otros, independientemente de que se potencie la búsqueda de la vida egoísta, individual, solitaria: los demás sirven para estar cuando el individuo dicte, pero no más. Así como esclavos al servicio de un amo que requiere de los mismos solo cuando sus necesidades o caprichos afloran, de la misma manera que aquel que quiere descubrir una playa en donde nadie haya estado, que desea abandonarse a esa exclusividad para luego retornar a la masa humana y servirse de su contacto, pero siempre odiando la posibilidad de que otros descubran su exclusividad; y así todos piensan igual, odiándose unos a otros en lo más intimo, a pesar de ir predicando la solidaridad y de exigirla, de demandarla cuando les conviene. Un simple ejemplo a modo de metáfora sucede con el mundo del turismo, invento moderno de formato de consumo, de cosificación productiva del otro. Se quiere turismo que no exista, solo que pase por donde se espera su consumo, donde se exige que el turista deje su dinero y se vaya; a su vez el asumido turista, cumple dicho mandato pero se protege exigiendo a cambio sumisión y humillación, exigiendo esclavitud a sus caprichos. A esta relación hoy en día la llaman industria.

Volviendo entonces sobre la idea de que en este viaje de la vida, turístico para algunos pocos y travesía de siervos para la mayoría que se somete y pide a gritos dicho sometimiento, lo único que parece no tener solución es la muerte. Dejar de existir, independientemente de cualquier ficción creada para creer vidas ulteriores como premio o condena, como salvación de los dolores pasados o como solución eterna de la nada, es simplemente eso: dejar de existir. Dicha perspectiva atonta a la humanidad que sobrevive, que camina y duerme esperando despertar al día siguiente. Así vista la muerte parece que sirve para que los actos de la humanidad encuentren siempre un espejo de cruel ensimismamiento, un reflejo de su acción. La esperanza de que ese miedo a morir permita la conciencia de la vulnerable existencia, del dolor, muchas veces cruel antes de morir, de que sea un acicate para que los seres humanos que viven detengan sus crueles actitudes, sus injustas historias, sus discriminadoras miradas, sus violencias y sus miserias, es una simple esperanza. Incluso se espera que quien ha logrado salir del camino final, superando un trance mortal y sobreviviendo a dicho suceso, adquiera una nueva visión de la existencia, de su naturaleza y dulcifique sus juzgamientos y sus irracionalidades.

En este momento de la humanidad pandémica que encuentra otros seres vivos que se alojan en los individuos humanos y ponen en peligro la hegemonía de la primera, es que la muerte hace su actuación protagónica en una correría mundial. Es así como afecta indiscriminadamente a los exclusivos, a los miserables, a los incultos, a los elegidos, a los descreídos y a los creyentes, a los llamados lideres y a los siguientes, a los dueños pagados de si mismos y a los filósofos, a lo vivos y aún a los “inmortales”. La esperanza de los despreciados parece que pasa por la esperanza del cambio, de la mudanza de sentimientos; otros hablan de la gran reflexión, de la parada del palpitar mundial, de la posibilidad de virarse hacia lo más sensible, lo mas considerado, hacia una justicia nacida de lo mas profundo de la pulsión de una certeza de humildad y coherencia con la vulnerable humanidad. Hay líderes políticos, empresarios, ciudadanos con poder o simplemente hijos de vecino, que han sido contagiados a pesar de su actitud arrogante y despreciable para con los demás, y han superado el trance mortal.

Lamentablemente la historia contradice a la esperanza de que dichos seres cambien su actitud maledicente y ambiciosa. Es evidente que hay un cambio desde cuando se estuvo frente a la muerte. Aquellos que han logrado superar el momento mortal y que en su historia han sido crueles, injustos, radicales, ambiciosos y soberbios, cambiaran después de ver la muerte cerca y vencerla momentáneamente, claro que si, cambiarán: ¡saldrán reforzados en sus antiguas creencias!.

La naturaleza de la humanidad no es la de aprender, entender, ni comprender; por el contrario, es la del deseo de dominar, doblegar y someter. ¿Para que?; ni el mismo ser humano lo sabe, pero no ceja en su labor. Así se concluye que estos seres evidentemente cambian cuando la muerte les enseña sus dientes y logran evadirse, pero no reflexionan, no, solo cambian disfrazados de reflexión y, afilan sus bajezas, sus tácticas, sus ansias, su ánimo de someter a los otros, de guerrear, de reafirmar sus pequeñas verdades, sus posesiones, sus deseos. El haber superado el trance mortal les da bríos, reafirma sus verdades, les hace ¡inmortales!

Aquellos que no encuentren acuerdo mínimo con nada de este texto, les invito a esperar que sucederá, observar y…rogar no caer en las garras de estos “elegidos”. Los valientes que exaltan a la violencia mimetizada de patria, nación e identidad, se escudan en nociones que se han pervertido como lo son los conceptos de: raíces, orígenes, tradición, pertenencia y muchas más. Sin embargo hay un concepto que siempre han radicalizado, manipulado y vaciado: cultura. En este cascaron de “cultura” cabe todo, en ese vacío se encuadra cualquier nimiedad y cualquier genocidio, en ese cabo de vela se quema cualquier vida y en ese referido se justifica cualquier desaparición. Enarbolando y cantando himnos de unión se alaba la sinrazón, repitiendo los mantras de los discursos de solidaridad de la humanidad se oculta la ambición de lo individual, del ego. El enemigo existe porque siempre se crean nuevos y mejores miedos, se solidifican mejores verdades parciales, se experimentan mentiras cruzadas y se profesionaliza la agitación.

Si la muerte tuviese alguna posibilidad de escapar a su destino, el de ser la sombra de la vida, seguro hubiera huido a mundos paralelos, a galaxias recónditas, donde la vida no le alcanzara, no le perturbara haciéndola trabajar constantemente, donde su labor fuera simplemente lo que la naturaleza deviniera plácidamente entre la existencia y la nada. La muerte es la marca que hace de los capítulos de la historia del desarrollo humano su característica mas elogiable. Se ha usado para celebrar fechas memorables, para enorgullecer generaciones infinitas de las atrocidades de sus abuelos, para encajar el dominio de las mentes de los infantes nuevos de cada hornada, para ritualizar y desear ir hacia ella de manera antinatural, para homenajear grandilocuentemente a quien ha sido capaz de las mayores glorias junto a la orfandad de otros. La historia no tiene desperdicio en cuanto a técnicas de violencia, de hecho, el desarrollo tecnológico que jalona el conocimiento humano, no tiene comparación con nada sobre la tierra cuando se observa la capacidad y eficiencia que se ha alcanzado para hacer desaparecer a otro ser humano.

Todo el panorama de la muerte se edulcora entonces con justificantes rápidamente legitimados con los slogan más primitivos y básicos, seguros quienes los incentivan que aquellos que los consumen no requieren de sutilezas ni de laberintos cuando se trata de accionar el mecanismo de la violencia. Rápidamente se compran los imaginarios comunes, rápidamente se pueblan las zonas recurrentes de la conducta humana y casi inmediatamente se sella el pacto de las verdades y los prejuicios.

En estas tierras en donde las confrontaciones son el pan de cada día eternamente, se repiten dichos mantras e ideas de enfrentamiento, en medio de la pandemia de una mas de las tantas enfermedades que han azotado a la humanidad. la situación siempre sirve como excusa para agredir y separar, para enfrentar y reclamar, eso si, siempre en nombre de los demás, de la libertad y la solidaridad; por supuesto solo como mantra usable, nunca accionable realmente. Solo falta aunar algunas creencias y promesas de mundos eternos, de salvaciones del más allá para asentar legítimamente cualquier caos y confusión; espacio perfecto para acceder a la dominación, nuevamente, de los otros, su sometimiento y su sangrado, para derrocar a unos y ponerse otros iguales. Surge de nuevo la pregunta: ¿para que?; pues la respuesta parece estar en aquel cuento corto en que un escorpión cruza el rio a lomos de una rana, a la cual pica mortalmente en medio del rio a pesar de saber que morirán los dos. La rana agónica pregunta al escorpión ¿Por qué?…y responde el aguijoneador. Es mi naturaleza. A estas sociedades llamamos civilizadas.

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