“La bestia negra”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

El aguilucho había permanecido años callado. Se veía su figura de perfil, escueta, huesuda y desalmada, observando cómo, en los charcos, bailaban millones de estrellas, ajenas a su existencia.

Aquellas lucecitas, habían olvidado que, hacía años había existido una bestia de tal calibre. Miraban que aquel ave huesuda era incapaz de alzar el vuelo. Por eso andaban tranquilas, jugueteando y bailoteando. Viviendo al fin y al cabo.

Las noches oscuras ya no existían en aquel lugar porque, de noche, brillaban ellas, las estrellas. Y era aquel fulgor el que se alargaba hasta los mediodías llenándolos de color.

Pero fue que llegó una princesita hermosa de cuentos de hadas. Una princesita con cintura fina tal cuello de aguilucho, que perseguía teñir la sangre de color azul con tal de ver su nombre en los altares de los perversos prostíbulos.

Y así fue que les engañó a todos. Con sus miserias alimentaba a aquel pajarraco hasta que consiguió hacerle fuerte. El ave maldita absorbía el odio de la bastarda, hasta que, un día, cuando menos lo esperaban… alzó el vuelo y el cielo se oscureció.

La bestia negra había vuelto. Sus inmensas alas llenaron aquellas tierras de sombras… se apagaron las estrellas…

La bestia negra había regresado… La sombra se hizo inmensa, infinita. Y el cielo, lloró…

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