“La agonía de la tierra», por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

De aquella agonía lenta y triste, fue testigo la luna que se posaba discretamente sobre el horizonte. El silencio maldito se encargó del resto…

Manos ensangrentadas de tanto arar, surcos que se pudrían esperando el mañana que nunca llegaba. Porque era una noche eterna lo que estaba matando el paisaje. Y la luna de pergamino, lloraba…

Los gritos que silenció el cielo, fueron creciendo en las gargantas convirtiéndose en hogueras. El dolor quema cuando nace de dentro, el dolor quema mientras te mata… los gemidos de la tierra atravesaron el muro de incomprensión que habían levantado aquellos hombres.

Aquellos hombres que paseaban a caballo entre los surcos, aquellos hombres que no tocaban la tierra, ni la trabajaban. Aquellos hombres que no le dolía la tierra, que no tenían entrañas porque les había parido la propia arrogancia. Aquellos hombres que no sudaban al recoger la cosecha porque se la merendaban mientras el hambre acechaba la tierra.

Los gritos en las gargantas, un día de hicieron fuertes. Y un tercio por seguiriyas hizo renquear un caballo. Justicia social, llamaron a aquello. El quejido negro de la seguiriya tambaleó los cimientos de los malhechores que, durante siglos, se enriquecieron con el sudor ajeno.

Que el campo se nos muere, maldita sea!! La luna calla y el silencio se hace grito. Si no luchamos por la tierra, si no defendemos el vientre que nos parió, nos convertimos en bestias inmundas, en monstruos perversos que cierran el paso, que vierten escombros de odio, movidos por la ambición.

El campo no quiere morir porque sabe que si estamos vivos es por su causa, porque sabe que si luchamos es por defender sus razones. Por defender la tierra que nos creció, nos amamantó y nos parió.

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