“Juicio en Burgos,”complotillo” en Madrid, Avenida del Mediterráneo”, por Carlos María Bru Purón.

Carlos Mª Bru Purón.

Se cumple en días próximos -8 de diciembre- el 50 aniversario del inicio del proceso de Burgos ante un Tribunal Militar, y en el que el Fiscal solicitaba la pena de muerte para seis encausados y graves sanciones penitenciarias  para otros diez.

A las varias informaciones conmemorativas de aquellos hechos[1], y en particular la justa presión que desde distintos ámbitos nacionales –nuestra Conferencia Episcopal, Colegios profesionales, arriesgado huelguismo- e internacionales – desde el “sartrismo”, pasando por la socialdemocracia de Oloff Palme hasta el Vaticano- se ejerció para que el proceso fuese abierto y justo, nunca vengativo, hay que añadir, y no olvidar, la labor de los esforzados partidos y grupos políticos del interior, clandestinos en su quizá modesta, pero arriesgada, acción pro-democrática.

Esos grupos (democristianos, PSOE, PSP, PCe, liberales, etc,), dada la nula posibilidad de intervención pública, estaban en la tarea de ultimar un manifiesto, tan correcto como firme, dirigido a las Autoridades de hecho, al Tribunal y la opinión pública, en aras de un juicio penal ordinario dónde, sin montajes como el atinente a la autoría de la muerte de Melitón Manzanas, se esclarecieran los hechos y en todo caso se dejare de aplicar una pena capital que en el entorno exterior democrático se erradicaba pero que Franco cultivó con ahínco – desde el aparato procesal hasta a la brava- a partir de 1.936 y hasta las vísperas de su fallecimiento.

Al efecto, responsables de esos colectivos ejercíamos nuestro modesto complot en aras de justicia: nos habíamos reunido un par de veces en la sede de las semi-toleradas “Hermandades Obreras cristianas” (HOAC), y convenido un turno de locales para despistar a polis al acecho, se decidió que la del 26 de Noviembre fuese en el piso de la Avenida del Mediterráneo,  domicilio de la editora “Investigación y Divulgación S.A”: como se ve, sigla ID  análoga a la de Izquierda Democrática, el ilegal Partido presidido por Joaquín Ruiz-Giménez Cortés. (El truco era frecuente, otra rama democristiana publicaba la revista “Discusión y Convivencia, DC”)

No pudo venir Joaquín (una reunión en el León XIII), el Secretario General Jaime Cortezo se excusa  a última hora por razones familiares y yo –mero militante, pero al que Joaquín ruega asistir – he de coger coche desde Alcobendas, dificultad añadida por un antebrazo en cabestrillo, pasar por casa de Jaime para recoger llaves, y llegar puntual a las 20h., para recibir a los convocados e iniciar la tarea.  Durante una hora todo va bien, se discutía y se avanzaba en la redacción del texto. (Se ve que la policía esperó fuera hasta –según varias opiniones- asegurarse de que Ruiz-Giménez no venía, había que evitar el escándalo).

Hacia las 9 de la noche irrumpen en la sede varios policías, Billy el Niño al frente, se cabrea al contarnos: “¡DIECINUEVE, abogaditos teníais que ser!” (El límite legal eran 20 personas). “Pero vais a caer, tengo Jueces a mi servicio”, dice de inmediato el Comisario Jefe de la Político- Social, Roberto Conesa.  Así fue, a las 11 nos muestra la Orden contra ley, con sello y firma de un Juez vaya Vd. a saber si competente pero muestra de la sumisión judicial de entonces, a su vez clara base justificativa de la Enmienda Bandrés de 1985 que devolvió al pueblo el gobierno de la Magistratura. Poco después, llegada  del autocar policial y todos a la DGS, noble edificio en Puerta del Sol.

Pero habían ocurrido cosas durante esas 2 largas horas, los naturales nervios y precauciones, manuscritos por doquier. Fernando Baeza se comió las cuartillas comprometedoras, otros las desmenuzaban, las mías se refugiaron trabajosamente bajo la escayola (¡cómo saldrían!).

Billy chuleaba, a J.A. Bardem, que llevaba una corbata azul, “¡sé macho, póntela roja!” y la llevaba a los morros del aludido, quien a punto de soltar el manotazo, fue rápidamente apartado por mí para evitar males mayores. Y si, para hacer tiempo, nos acercábamos a las ventanas que daban enfrente de una residencia para disminuidos mentales, nos reprendía, “ahí deberíais estar todos, pero mejor donde vais pronto”.

Por mi parte, cavilar la coartada. Así, durante el receso, inicié un discurso, “amigos, como representante de la empresa editora de la Revista, me excuso por este inesperado incidente, en una reunión tan prometedora para sacar el primer ejemplar. Nos quedamos, Dr. Sopeña, sin  discutir tu prometido artículo sobre las nuevos tratamientos anti-infecciosos en el Tercer Mundo, Armando (López Salinas), decidiremos más adelante si incluimos tus poesías en este número; respecto a su estudio de Derecho Constitucional comparado, Profesor (Tierno)….”. Todos comprendieron, y la versión a partir de ahí fue unánime. (En su autobiografía[2], Ruiz –Giménez me alaba por esa iniciativa, la verdad es que el truco no tiene mucho mérito,  supongo que será común a todos los “delincuentes” en antesala).

Pero el Comisario no se fiaba, ya en Puerta del Sol me hizo subir dos o tres veces, incluso de madrugada,  desde la celda a su despacho, y por fin me dijo triunfante: “Les he cazado, en Información y Turismo no hay expediente alguno sobre tal Revista”. Yo argüía,   “pero  comprenda, Comisario, que siendo quiénes somos no vamos a solicitar la Revista con antelación para que se la carguen, había que ir al hecho consumado con un primer número, que es lo que preparábamos…”. “Sí, sí”, se reía y me dio el primer disgusto de la noche, jactar el tenerme pinchados los teléfonos de la Notaría de que yo era titular. (Ya me lo hicieron tras el Contubernio de Munich), “¿Qué, firmaron la testamentaría de los Fulánez?, la de llamadas que le hicieron, eh…¿se vendió la casa de los Mengánez?””. (Desde entonces y hasta el fin del Régimen, en mi despacho las comunicaciones de contenido onomástico, pasaron a ser en persona o por escrito, con la complicación y más gasto que esto suponía).

En mis subidas y bajadas de escaleras, tuve el segundo disgusto: a diferencia de quienes teníamos celdas, los tenidos por comunistas –López Salinas, Sartorius, etc.- estaban acurrucados bajo los recodos de escaleras, les vi sostener el bote del rancho con las rodillas pegadas a la mandíbula. Así pasaron sus  tres noches y días.

Y frente a disgustos, motivos de regocijo: De una parte, María Giralt, cónyuge de Fernando Baeza, con otros familiares de detenidos, daban lentas vueltas largo y ancho de la Puerta del Sol, eso sí, en silencio y sin pancartas (motivo de cárcel en aquellos tiempos), pero detectadas e interpeladas por los “grises”, decían “¡oh sí, deténgannos!, los periodistas camuflados están esperando hacer la foto…”

Y el segundo motivo, la concentración de Abogados en la plaza de Las Salesas, frente al edificio que albergaba tanto su Colegio Profesional como el Tribunal Supremo, y el acceso quieras o no a las dependencias oficiales. Al frente, Don José-María Gil-Robles Quiñones –su hijo Jaime estaba entre los detenidos, pero la motivación era de muy superior envergadura política – y aquel indignado y corpulento prohombre de la oposición allegó a arrinconar al propio Presidente del Tribunal, Don Francisco Ruiz Jarabo, quién dio buenas palabras y al parecer las cumplimentó mediante gestión directa con El Pardo con el resultado favorable de nuestra común salida a la calle; todos excepto Nicolás Sartorius, a quien un juicio político pendiente le llevó de Sol a Carabanchel, donde según mis noticias todavía soportó años de presidio.

Y el mayor regocijo, que los de la Avenida del Mediterráneo y nuestra pequeña aportación testimonial, coadyuvase al gran esfuerzo por el que los huelguistas españoles, una significativa parte de la Iglesia y la presión internacional consiguiesen la conmutación de penas que salvó la vida a seis ciudadanos y, años después, el regreso a casa de todos los imputados en el juicio conocido como el de Burgos.

No de otros y otras penas ulteriores, incluso de muerte, como las del año 1.975, en que el indulto favoreció a 6 personas, pero que su no concesión arrancó la vida mediante fusilamiento a otras 5, precedidas por el garrote vil a Puig Antich, todo ello para honor y gloria de un “Caudillo por Dios y por España” que moriría como empezó, matando – y cómo le caía mal Azaña- sin piedad, sin perdón, contra la paz.


[1] Entre muchos reportajes, el de El País de 26/XI/2020.
[2] Ruiz-Giménez Cortés, J., “Diarios de una vida, 1967-1978”, volumen 1, Cortes Generales y Defensor del Pueblo, 2013, pág. 317.

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