“HOMBRES (Y MUJERES) SIN NOMBRE. La reconstrucción del socialismo en la clandestinidad”, por Alfredo Liébana Collado.

Alfredo Liébana Collado.

El libro de Gutmaro Gómez Bravo (Profesor de la Universidad Complutense) refleja la historia de la clandestinidad socialista durante el franquismo. La historia de gente sencilla que llevaba una doble vida, hombres y mujeres, trabajadores manuales, maestros y otros funcionarios depurados, en general antiguos sindicalistas, que se jugaron permanente la vida por mantener la organización, y que siguen siendo hoy prácticamente desconocidos. La represión y el olvido de esta gente, tras tantos años de estudio sobre esta etapa negra de nuestra historia, ya que se ha hecho un reconocimiento a la gente del exilio y no a los que mantuvieron durante tantos años las organizaciones en el interior ¿Cómo se explica si no es por la memoria colectiva ese abrumador resultado electoral de los socialistas en 1982 y la sorpresa del escaso resultado de los comunistas?

 

 

El vivero de la reorganización en los primeros años fueron las cárceles donde, a pesar de los continuos traslados y delaciones, consiguieron conectarse los antiguos militantes y reorganizarse por gremios, empezando por el sindicalismo y luego por el partido (la concepción clásica de un sindicato grande y un partido pequeño). Un modelo que convivió con una guerrilla defensiva en algunas áreas montañosas y que subsistió a duras penas a pesar de la represión y que fue evacuada en 1948 ante la evidencia de la no liberación por los aliados.

La separación entre hombres y mujeres en las cárceles hizo que se llevaran organizaciones separadas, pero cuando se organizó la primera comisión ejecutiva del PSOE las mujeres estuvieron representadas por María del Carmen Cueli y Julia Vigre (maestra) alias Alfonsina como responsables de la redacción de la propaganda. Una de las dirigentes más destacada del grupo besteirista fue Claudina García de la última ejecutiva de la UGT en la cárcel de Ventas.

El socialismo quedó fragmentado en dos grupos: los negrinistas (que siguieron manteniendo relación con los comunistas y los republicanos y que fueron evacuados en su mayor parte) y el resto (donde la evacuación que nunca alcanzó a los besteiristas, al apostar por un acuerdo entre militares, como fue en las guerras carlistas y que dieran pie a una reconciliación, esta posición fue siempre alimentada por los ingleses, que seguían sin creer en una guerra mundial tan sangrienta como terminó siendo, y cuya legitimidad era la mayoría de ambas ejecutivas de la UGT y el PSOE, cubiertas las vacantes tras la represión). Todos los grupos (besteiristas, prietistas y caballeristas), menos los negrinistas (cuya legitimidad seguiría siendo el gobierno republicano de Negrín hasta su dimisión en las Cortes reunidas en México en 1945, y el apoyo de ambas ejecutivas al gobierno de Negrín hasta el inicio del exilio), siguiendo aceptando que la dirección debería de estar en el interior y que el exterior debería de ser el apoyo y el altavoz, esta fue siempre una diferencia sustancial con los comunistas que siempre mantuvieron la dirección en el exterior.

Este libro trata de rescatar el rostro anónimo, de ahí el título, de las personas que llevaron a cabo esta reconstrucción, a través de la documentación que generaron e intercambiaron dentro y fuera de España, la mayor parte incautada por la policía, razón por la que esta historia se ha mantenido inédita hasta el momento (al estar en archivos militares, incomprensiblemente de difícil consulta). Las organizaciones del PSOE y la UGT afirmaron que la legalidad de la dirección estaba en el interior, hasta que fue imposible por la represión y tuvo que decidirse si la dirección tenía que formarse en Francia o en México, decidiéndose que la legalidad pasara a Francia, subordinándose todos a la dirección y a los Congresos que allí se hicieran y a la democracia de sus resultados.

La reconstrucción del socialismo durante la primera etapa del franquismo

Para entender la concepción de la organización de los socialistas hay que citar el discurso pronunciado en México en 1943, donde Indalecio Prieto clasificó en tres los grupos que el impacto de la guerra y de la represión habían dejado entre ellos: “los privilegiados” (el exilio), “los muertos” y los que estaban “en cautiverio” en los campos y cárceles franquistas. A lo largo de las páginas del libro se ha podido comprobar la certeza, y también la dureza, de esa división, porque esta historia de cuatro décadas está hecha básicamente de muerte, exilio y encierro prolongado.

 

 

Fue desde los campos de concentración y las cárceles, de donde surgió el mayor esfuerzo de reorganización política llevado a cabo en todo este período por los socialistas dentro de España. El mayor y más importante, porque surgió en un momento en el que estaban absolutamente solos cuando la negociación y rendición con los franquistas, que precipitó el final de la guerra civil, se desvaneció por completo. Casi al instante, sin tiempo para reponerse ni reagruparse, estalló la Segunda Guerra Mundial y Europa era ocupada por los nazis. Las cifras de ejecuciones y conmutaciones de penas de muerte de los primeros años son escalofriantes y explican por sí solas la parálisis generalizada que se vivió entonces. Queda todavía por inventariar otras formas de violencia llevada a cabo contra ellos y sus familias: depuraciones, destierros, incautaciones, trabajos forzados, violaciones y sobre todo, la cárcel, en la que, a pesar de los esfuerzos por “redimirlos” y convertirlos con la complicidad de tantos apóstoles de la Iglesia de Pio XII, mantuvieron su identidad grupal, su cultura política y sindical desde la que proyectaron su propia reconstrucción.

Antonio Pérez (representante del PSOE del interior en el gobierno en el exilio), recordaba así este paso decisivo que dieron los militantes, anónimos y encarcelados, para reactivar la organización, como una forma de supervivencia colectiva desde su espacio y su modelo tradicional: “Como la dictadura franquista creyó haber desecho, al igual que los demás, el PSOE y la UGT, grupos de compañeros nuestros que por ser desconocidos quedaron en libertad, echaron sobre sus hombros la peligrosa tarea de reorganizar aquellos. Esta es la explicación de que nuestro Partido no haya perdido nuestra fisonomía y haya tenido siempre una dirección, modesta, pero dirección al fin. En el año 1942 se hicieron los primeros ensayos, al objeto de establecer la coordinación entre las agrupaciones locales y conocer con exactitud lo que había quedado de nuestro Partido. No habíamos recibido ningún auxilio del exterior, ningún aliento de propios ni de extraños, y las persecuciones por aquella época eran terribles. En las cárceles se continuó agrupados y funcionando, primero para auxiliar a los compañeros más necesitados y segundo para conservar la moral que no decayó nunca. En 1943 volvió a intentarse la organización con carácter nacional, es decir, el contacto y las relaciones entre los grupos. Esta labor se encomendó a los jóvenes socialistas que trabajaron bien y con coraje. En abril de 1944 nombró su primera Comisión Ejecutiva.

 

 

El impacto y la omnipresencia de la represión franquista marcaron para siempre la reconstrucción socialista. Perseguidos en España, y ante la Francia ocupada por los nazis o colaboracionista, unos aparcaron las diferencias que arrastraban antes de la guerra civil, pero otros en cambio las agravaron. Partido, Sindicato y Juventudes, a pesar de mantener sus estructuras propias, se centraron en la supervivencia y la reconstrucción interna. Se estableció una estrategia conjunta con la CNT, los republicanos y los nacionalistas a través de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas ANFD, principal instrumento de la legitimidad de los Hombres sin Nombre en la clandestinidad. La II Guerra Mundial y el acuerdo inicial de Alemania con Rusia fracturó la relación con los comunistas definitivamente.

A pesar de la derrota, la dispersión y la división interna, consiguieron mantener una continua labor desde la cárcel, donde copiaron y distribuyeron el Manifiesto del Campo de los Almendros, o las cartas de despedidas de Zabalza, Gómez Ossorio, Aceña, Acero o tantos otros compañeros ejecutados (un tercio de los 99 diputados del PSOE fueron ejecutados). Esta solidaridad, dentro y fuera de prisión, supuso un fuerte impulso organizativo y emotivo. Era, prácticamente, la única forma de vida comunitaria que podían permitirse trabajadores y obreros manuales como eran la mayoría de ellos. Contando con aquellos que empezaron a quedar en libertad, gracias a controlar el cómputo de la redención de penas por el trabajo, comenzaron a organizarse en la calle. Poniendo en marcha una primera Comisión Ejecutiva en la clandestinidad a nivel nacional en 1943 por Juan Gómez Egido, siguiendo el modelo de reconstrucción política desde lo sindical, por ramas, gremios y sectores de barrio, diseñado en la cárcel. A pesar de la presión y desarticulación policial, llegaron a constituir ocho Comisiones Ejecutivas dentro de España, que funcionaron ininterrumpidamente hasta 1954 (donde la ejecutiva pasa al exterior ante la ejecución de Tomás Centeno, último SG en el interior). A pesar de todo, todavía hoy buena parte de la historiografía sobre la oposición al franquismo apenas hace referencia a la actividad de los socialistas del interior. A ello ya contribuyó la propia propaganda franquista que unificaba toda su acción contraria bajo el manto de “los comunistas”, algo de lo que se quejaban amargamente los propios militantes socialistas.

 

 

A pesar de su presencia, la principal consecuencia de la represión fue la desaparición o el aislamiento de la organización en las áreas rurales y en los pequeños núcleos urbanos, que precipitaron la decadencia de las agrupaciones del interior. Una situación paliada, en buena medida, con la renovación generacional que fue muy tardía. El exilio, por su parte, era una organización muy compleja que se extendía prácticamente por medio mundo. El PSOE celebró 13 congresos en el exilio hasta que, en 1972, se escindió entre renovadores e históricos. El papel de las alianzas, sobre todo con comunistas y monárquicos (variando según la situación internacional), el nivel de democracia interna, la participación en las nuevas formas de oposición de masas como la estudiantil, la intelectual y la laboral (sobre todo a partir de la irrupción de las Comisiones Obreras), y la polémica sobre dónde debía residir la Comisión Ejecutiva, marcaron la división de los años sesenta.

La guerra siempre marcó una brecha generacional, pero la represión que sufrió el interior fue decisiva en las diferencias con el exilio. Este libro trata de comprender su perfil colectivo, una moral que atravesó varias generaciones, a pesar de la estigmatización y criminalización sufrida durante los largos años de dictadura. Un balance final sobre la reconstrucción del socialismo no puede pasar por alto este valor histórico, ya que gracias a todas estas personas anónimas, se mantuvo la memoria colectiva.

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