“Ermitaño por decreto”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Se había acostumbrado a sentir el abrazo del sillón. Mantenía la habitación en media penumbra, como si fuese el fulgor de una vela que vacilaba. Tras las cortinas se hallaba la inmensidad pero le daba fatiga correrlas… acaso, temía que le confesaran que la vida seguía su curso mientras él se marchitaba.

Los latidos del reloj le transmitían un tiempo que se esfumaba y no podría retener… como el agua cantarina que se escapa de nuestras manos. Y el silencio, siempre el silencio le rodeaba, envolviéndole en una sábana blanca que le transportaba a sus viejos sueños.

Pero aquel día fue el más extraño de todos y su alma le envió una extraña señal. Con lentitud, se acercó al balcón y, con manos temblorosas, descorrió las cortinas… vio la calle vacía, muerta, sin voces… parecía que el mundo se había detenido. Tal vez, una parada leve para coger más impulso y para que el futuro viniese cargado de fuerza para todos. Algo en sus entrañas se estremeció.

El espanto que se había apoderado de él en aquellos días, se fue disipando en susurros de los que ignoraba su origen… pero asomó más la cabeza… Exacto. Todo parecía un desierto. Al final de la calle, la silueta macabra de la torre ni siquiera hacía rechinar las campanas. Ni llantos, ni gritos, ni cantos. Pero se sentía distinto. El sol había rozado su rostro.

Volvió a su sillón con un olor a tierra mojada que inundaba todos sus sentidos. Y se recostó mientras caía la noche, sin advertir que había dejado el balcón abierto. El nuevo día llegó…

Despertó cuando amanecía. Le despertó la luz que acariciaba sus párpados. Y volvió a escuchar las voces de antaño. Las cortinas abiertas llenaron la habitación de luz. Se asomó impaciente, las campanas tañían, los críos jugueteaba, las mujeres cantaban…. Y salió a su calle.

Fueron solo unos minutos lo que estuvo fuera. Pero esos minutos fueron suficiente. Volvió a subir y se sentó en su mesa. Preparó su café y encendió un cigarro. Se puso las gafas… cogió pluma y papel. Y comenzó a escribir de nuevo la historia. La luz inundaba la estancia. La esperanza había vuelto a florecer.

 

 

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