El sueño de Atlan

Mari Ángeles Solís del Río.

Por Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
El viejo tenía su mirada perdida en el infinito mientras los dos niños le observaban atónitos. Les había ido guardando, día a día, todas las bolsas vacías de caramelos que se repartían antes de empezar a jugar. Había hecho, con aquellas bolsas de plástico, una especie de cortina que, si él viento la movía parecía una cascada y si la atravesaba el sol se vislumbraba el arco iris.

No sabían si acercarse un poquito más al anciano. Tenían como una especie de sentimiento de culpabilidad por haber dejado tiradas aquellas bolsas y, a la vez, agradecimiento hacia aquel hombre por haberlas transformado en algo tan bonito.

Los pasos temblorosos de los chiquillos parecían el pálpito del corazón de la tierra. Fue entonces, cuando se miraron sin saber qué hacer, que el viejo comenzó a hablar… “sabéis, la civilización maya arrastraba una evolución de más de tres mil años, tenían su propio sistema de escritura, un calendario que atesoraba un estudio de la astronomía y un sistema agrícola consolidado”

Y se acercaron para escuchar lo que ellos creyeron que era un cuento. A la vez, observaban con inmensa curiosidad aquella choza al pie del bosque, donde el aire cuando bajaba del monte silbaba como si fuese a estallar en mil trozos de voces antiguas. La voz de viejo era pausada, cálida y con un toque extraño a idioma lejano. Su acento proseguía: “una ciudad llamada Atlan se sumergió en la propia tierra tras ser sacudida por un terremoto. Se dice que 2156 lingotes de oro están enterrados junto con lo que fue aquella ciudad, es un tesoro”… los ojos de los niños se iluminaron. Los del viejo, también. Lo que antes parecían cuencas vacías, se habían convertido en esmeraldas de un brillo asombroso y desconocido…

“Cerrad los ojos, niños… mirad la sombra de la serpiente. La pirámide de Kukulkán fue construida en perfecta alienación con los astros, sobre todo con el sol que, durante los equinoccios, se alarga en forma de serpiente y se dibuja sobre la tierra”.

Uno de ellos, con voz asustadiza, aunque totalmente eclipsada por el relato del viejo, preguntó: ¿Dónde está esa ciudad?.

“Cuando seáis mayores, –continuó el anciano- estudiareis a Platón y la ciudad que menciona en sus Diálogos, será ésta, la ciudad desaparecida…”. Los chiquillos, al unísono, preguntaron: ¿Hay pruebas de que eso que dices sea verdad? El rostro del viejo se transformó, la dulzura era enojo: ¡¡Ah, juventud incrédula y ciega por el devenir!!”. Movió bruscamente sus manos y las llevo a su cabeza y dijo: “En la ciudad de Tikal encontraron un jeroglífico maya en el que se mostraba a un hombre huyendo de un volcán en erupción y una pirámide se derrumbaba sumergiéndose en el lago…”. Y quiso finalizar, ante la cruda incredulidad de sus pequeños oyentes, sólo murmuró: “la vida os enseñará”.

No cabe duda que nada más salir de allí, los niños preguntaron desesperadamente, si alguien había oído hablar de Atlan. Pero todos se encogían de hombros. Pasó el tiempo, y los libros les contaron los devenires de la cultura maya y las ciudades desaparecidas. El corazón le dio un vuelco ante la coincidencia del relato del viejo con aquella triste realidad.

Pero fue al saber que, un cambio climático era el responsable de la desaparición de aquella ciudad de los sueños que les había atrapado, cuando se miraron, siendo hombres ya, y recordaron las bolsas de plástico que ellos tiraban y el viejo recogía, y reutilizaba… fue entonces, cuando se les mostró un futuro desértico por la mano humana, que tomaron conciencia de la grandiosa enseñanza de aquel anciano, que con su relato de Atlan, despertó conciencias y remordimientos… que la Madre Naturaleza es un ser vivo que hay que cuidar.

Decididos a darle las gracias al anciano, subieron al monte de inmediato, con los ojos ansiosos por verle y decirle que habían entendido su mensaje. Por el sendero, tiradas, bolsas de caramelos entre las plantas que intentaban brotar y que se ahogaban sin que les acariciase el sol. Ya al pie de la choza, vacía, cuando el viento al silbar no murmuraba nada, comprendieron que se había hecho muy tarde ya. Al fondo, los jirones de plástico pedían del techo, como el augurio de una fatalidad.

Moraleja: una pequeña acción puede cambiar muchas cosas a mejor. Cuidemos el Medio Ambiente porque la tierra es el mejor legado que hemos podido recibir.

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