“El sigilo de las puertas abiertas (I)” Por Mari Ángeles Solís del Río.

Mari Ángeles Solís del Río.

Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
Días que vienen ahora, que dejarán en un segundo plano al último asesinato. Digo “asesinato” a secas. No le voy a poner adjetivo. Una chica joven, cae en las manos de alguien sin piedad que acaba con su vida. Eso son los hechos.

Soy feminista porque defiendo los derechos de las mujeres, porque quiero igualdad. Pero no voy a demonizar la figura masculina. Me niego a insultar a los hombres. Insultaré a los asesinos, a los violadores, a los maltratadores; pero jamás a los hombres. Porque para mí, los hombres, son nuestros compañeros de camino y solo con su apoyo, lograremos la justicia real. Ellos son nuestros amigos, nuestros confidentes, nuestros compañeros y nuestro apoyo. No debemos caer en el insulto, ni mucho menos, generalizar. ¿Sigo siendo feminista?, ¿el hecho de considerar que en la lucha contra los malos tratos, contra la trata, contra la desigualdad tienen que estar al lado nuestro los hombres me hace un bicho raro? No lo sé.

A continuación, un relato, una historia de mujer, en la que veremos que la humillación no le llega a través de un hombre, la vida da muchas lecciones… sólo tenemos que mirar con los ojos del corazón para entender la verdad.

(SU NOMBRE ERA MARÍA)
Su nombre era María pero sólo lo pronunciaban después que ya anochecía. Para algunos, era acaso una niña perdida en la alta noche, para otros era una mariposa que irradiaba frialdad. Los demás, simplemente, decían: “es una mala mujer”, pero mentían… ella era una mujer bonita.

Se conocía las calles a la hora del pan. Cuando todos salían, ella volvía. Y, a veces, el rocío besaba sus hombros… a ella, le daba igual. Sabía de sobra que, el rocío y los besos son cosas que se van.

Caminaba por las aceras, podía ser una calle cualquiera, podía ser un otoño cualquiera, podía ser una lluvia cualquiera… pero ella no era una mujer cualquiera. Recordaba que un día dejó marchar, respetando la libertad, a un hombre que habría querido amarla pero llegó esa madrugada que abrió la puerta y no le dejó un “adiós”.

Era una mujer bonita, blanca su tez, pelo negro y su sonrisa marchita. En sus primaveras sólo había flores de papel. Sabia que era domingo por el repicar de campanas y no podía refugiarse en los cuartos de hotel. Pensaban que era una de tantas, pero ella era distinta. Ella caminaba agarrada al brazo del viento de otoño y éste la acariciaba con sus dedos de aprendiz. Ella no pisaba los burdeles, ni sabía de negocios, ella sólo… sólo sabía inventarse besos que son como cartas devueltas al remitente. Besos que son mentira pero le daban de comer.

Su nombre era María, y libremente eligió vivir de este modo, libremente se adentró en ese camino del que no pretendía salir porque ya había sabido del amor que dejó partir y ahora… mientras intercambiaba besos y caricias, se olvidaba de sufrir. Nadie la obligaba, nadie la sometía… ella había elegido vivir así. Aunque murmuraban “es una mala mujer”, eso sí que le dolía, y le dolían las caras de falsedad. Ella quiso ganarse la vida así y no perdiendo su vista mirando las horas en el reloj de un taller.

Y hubo un domingo que, en vez de repicar, las campanas doblaron. Y fue una ceremonia triste y lenta, como un viento de otoño porque, todos repetían, “es una mala mujer” y, mentían, sólo era una mujer bonita, su nombre era María cuando anochecía, pero nadie se preocupó cuál era su nombre por el día.

Ahora, quien diga María se encontrará solo en las calles vacías. Ahora quien diga María será en una calle cualquiera, para un otoño cualquiera, para una lluvia cualquiera… sin saber que solo fue, no una mujer cualquiera, sino una mujer que usó su libertad como la quiso usar.

Y, tal vez ahora mismo, en un lugar sin determinar, haya una niña de la alta noche, una mariposa de frialdad. Y eso es inevitable, pasó pasa y pasará. Habrá alguna mujer, no “mala mujer”, sino simplemente, mujer, llamada María que esté esperando al viento porque, con libertad, decidió pasear de su brazo, por la acera, bajo la lluvia de otoño… los demás, ¡no!, ¡nunca!, ¡jamás la deberemos juzgar! Ella, una mujer bonita, sólo eligió la libertad…

 

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