“El ‘Grupo de Las Navas’”. Por Eusebio Lucía Olmos.

Eusebio Lucía Olmos.

Este grupo fue creado en la primavera de 1992, con un núcleo fundacional compuesto por Eduardo López Albizu, Carmen García Bloise, Paulino Barrabés y los hermanos Carlos y José Martínez Cobo, quienes informaron del proyecto a los más altos dirigentes socialistas. Formaron también parte del grupo Javier Solana (ministro de Asuntos Exteriores), Manuel Chaves (presidente de la Junta de Andalucía), Jerónimo Saavedra (ministro de Administraciones Públicas), el diputado Luis Yáñez, Raimon Obiols (primer secretario del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), Jesús Quijano (secretario general del PSOE de Castilla y León), Nicolás Redondo Terreros (secretario general del PSOE de Vizcaya) y Joan Lerma (presidente de la Comunidad Valenciana). Por su parte, Nicolás Redondo se negó a la participación de líderes sindicales, prohibiendo expresamente que acudiera Manuel Garnacho. El objetivo principal del grupo desde su fundación fue el acercamiento de posturas entre partido y sindicato, corrigiendo las divergencias a las que se había llegado y marcando vías de entendimiento para el futuro. La participación en el mismo era a título individual, dejando al margen cualquier cargo orgánico que se ostentase. El deseo de realizar las reuniones en un tono muy discreto, tratando de evitar que la prensa se enterase –sin conseguirlo–, fue lo que llevó a sus fundadores a tomar la decisión de celebrarlas en el castillo de Magalia. Se encontraba éste en la pequeña población abulense de Las Navas del Marqués, de 5.000 habitantes y a casi 100 kilómetros de Madrid que, convenientemente restaurado, era gestionado por el Ministerio de Educación y Cultura para albergar reuniones de empresa, congresos y eventos culturales.

La agenda que deberían cumplir los asistentes ya en aquella primera reunión era verdaderamente intensa, pues habría que repasar las relaciones entre partido y gobierno, el equilibrio entre las políticas económica y social, la relación entre partido y sindicato, el funcionamiento interno de aquél… Todo un denso programa en el que, sin duda, sería de sumo interés para todos y cada uno de los asistentes conocer la sincera opinión del resto, para entre todos solucionar la situación. Se aproximaban las convocatorias de los congresos de la UGT y el PSOE, así como las elecciones generales, y Carlos Solchaga acababa de presentar el Plan de Convergencia, surgido a partir de los acuerdos de Maastricht, volviendo a acentuar el distanciamiento entre ambas organizaciones socialistas, que en sus bases se resistían a aceptar como propios los términos liberales defendidos por ciertos responsables políticos, como el ministro de Economía y Hacienda. Para la opinión pública se hacía cada vez más complejo diferenciar claramente la socialdemocracia y el liberalismo. Incluso se oía hablar con excesiva frecuencia de “social liberalismo”. Por otra parte, era palpable la frecuente desconexión entre la dirección política emanada de González, tanto en el partido como en el gobierno, y la seguida por los responsables de determinadas Federaciones, Comunidades Autónomas y municipios. Allí surgió la demanda de creación de un Consejo Interterritorial, que no nacería hasta siete años después, así como la conveniencia de invitar sucesivamente a los tres máximos responsables del partido a participar en aquellas reuniones, lo que, sin embargo, se consiguió para la siguiente convocatoria pocos meses más tarde.

La segunda reunión, celebrada el 19 de diciembre de 1992, tuvo lugar en la sede socialista de la madrileña calle de Ferraz. Contando con la presencia del secretario de Organización, José María Benegas, el grupo pasó revista a las relaciones entre partido y gobierno, cuando las expectativas electorales no auguraban buenos presagios. La proximidad al líder, incluso por personas sin vínculo orgánico alguno, había propiciado una pérdida del peso de Ferraz con relación al de La Moncloa, lo que se agravaba con el creciente distanciamiento personal entre González y Guerra, que había aumentado también considerablemente desde la primera reunión de Las Navas, nueve meses atrás. Si bien las relaciones entre PSOE y UGT habían pasado a ser más distendidas, se debatió ampliamente sobre los enfrentamientos de algunos ministros con los sindicatos, llegándose incluso a solicitar por parte de algún presente la dimisión del de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga. Ni que decir tiene que al intenso debate sobre los pasos a seguir frente a las acusaciones provenientes del caso FILESA y las actuaciones de su juez instructor, Marino Barbero, fue necesario dedicarle un buen tiempo. No hubo en este punto las distensiones que se produjeron entre los presentes, cuando una parte convino en la necesidad de reforzar el protagonismo del partido en la elaboración del programa electoral, mientras que otros planteaban la idea de una “mayoría presidencial”, lo que suponía un buen exponente de la pluralidad de conceptos de aquel grupo de “hombres buenos”.

A la tercera reunión, celebrada de nuevo en Las Navas el 30 de marzo de 1993, acudió por fin González, a quien se le pidió con franqueza que afrontara de una vez las noticias que iban saliendo a la luz sobre el caso FILESA, que estaban provocando la paralización interna del partido. El deterioro creciente de la imagen de éste, así como el clima de crispación interno provocó que se levantaran voces destacadas, principalmente del sector renovador, pidiendo las cabezas de los responsables del caso. Para muchos, la responsabilidad política no podía pararse en los parlamentarios Carlos Navarro y Josep Maria Sala, ni en el ex secretario de finanzas Guillermo Galeote. El nombre del secretario de Organización, Txiki Benegas, estaba en la boca de todos. De nuevo las fricciones entre Guerra y González se interponían en el devenir del día a día del partido. Si Felipe anunciaba la toma de medidas disciplinarias en un sentido, al día siguiente Alfonso podía llegar a defender lo contrario. No obstante, se le hizo partícipe a González, de igual modo, de la necesidad de contrarrestar el ataque visceral que se venía recibiendo por parte del Partido Popular y retomar el terreno perdido ante la opinión pública, con vistas al debate sobre del estado de la Nación de los días 20 y 21 de abril, pues la aparición de nuevos casos de corrupción era continua. González, en respuesta, anunció que la siguiente Comisión Ejecutiva iba a tomar medidas políticas contra la corrupción, aunque “él no era Dios para juzgar a nadie”.

El hecho fue que al día siguiente de esta tercera reunión de Las Navas, la prensa difundió que en ella se le había pedido a González la destitución de Benegas. Fuese cierto o no, el día 5 de abril, con membrete de la Ejecutiva Federal, y después de reunirse con el vicesecretario general, Alfonso Guerra y el responsable de Finanzas, Francisco Fernández Marugán, el secretario de Organización hizo pública su carta de dimisión, llevado por las presiones de “algunos ministros que se amparan en el anonimato y renovadores de la nada”. El enfrentamiento ya no se ocultaba. Sin referencia alguna a FILESA, la carta achacaba directamente los problemas de convivencia internos del partido a la “quiebra de solidaridad y lealtad”, asegurando que el origen de todo venía por el resentimiento del sector renovador al no haber podido hacer una ejecutiva de su gusto, mientras veían como Guerra conseguía moldearla con el apoyo del cien por cien de los delegados. “Pretenden desde hace tiempo deteriorar y deslegitimar la autoridad de quienes fuimos elegidos en el último congreso del partido con el máximo apoyo de la organización”. El momento elegido para acusar a Benegas como responsable orgánico de los casos de corrupción estaba muy bien elegido, sin ser nada causal. “Los que emprenden aventuras de este tipo creen contar, sin razón alguna seguramente, con sus correspondientes patrocinadores o apoyos, que desde luego creo que no están entre los militantes del partido”, señalaba también en su carta.

La réplica del sector guerrista a las manifestaciones de aquellos que pedían responsabilidades, fue la búsqueda de apoyos a Benegas dentro de las agrupaciones y federaciones. Éstas se fueron posicionando, y así el PSC, a la que pertenecían los, de momento, únicos inculpados por FILESA, Carlos Navarro y Josep María Sala, apoyaba la postura de González, mientras que el PSE-EE, con Redondo Terreros, secretario de Vizcaya, a la cabeza, mostraba su adhesión a la figura de Benegas. Este clima de enfrentamiento llevó incluso a González a plantearse su propia dimisión, irritado por la difusión de la carta de Benegas y sus posteriores reacciones. Todo debería resolverse en la Comisión Ejecutiva Federal que tendría lugar pocos días después. Finalmente, ambas partes cedieron en sus posturas para salvar al partido en unos momentos muy delicados. Felipe consiguió hacerse con la presidencia del comité estratégico electoral y de listas, rechazándose por otra parte la dimisión de Txiki Benegas. En cambio sí se aceptaron las de los responsables de finanzas del partido, Guillermo Galeote, y del grupo parlamentario, Carlos Navarro. Finalmente la petición de responsabilidades políticas por parte de González se quedó en algo genérico, aceptando la responsabilidad colectiva. “He pedido a la dirección del partido que colectivamente asuma la responsabilidad que se derive de este asunto [FILESA]. Es una organización colegiada, y esto no excluye que si alguien tuviera una responsabilidad personal también la asuma. Pero eso lo tendrán que determinar los jueces”.

Para las corrientes en liza, renovadores y guerristas, cada uno creía que se había impuesto sobre el otro. Mientras los primeros mostraban la aceptación de responsabilidades políticas por FILESA como un avance, para los guerristas, en cambio, el intento de acabar con Guerra resultó fallido. Y como anécdota final, Txiki Benegas terminó recibiendo apoyos desde los lugares o personas menos esperadas, como el caso de Xavier Arzalluz, presidente del PNV. Con una larga relación de amistad entre ambos, Arzalluz le transmitió su animó diciendo “¡Txiki, no te arrugues y conserva el partido, que los gobiernos pasan!”. Pero, en las elecciones del 6 de junio el PSOE volvió a ganar, a pesar de su descenso de votos, en contraposición al gran aumento de que disfrutó el Partido Popular. Felipe González sería elegido presidente del gobierno por cuarta vez consecutiva.

Pero, volvamos al “Grupo de Las Navas”. La cuarta reunión, celebrada el 4 de septiembre de 1993 en el hotel Abando de Bilbao, sirvió para potenciar la influencia del grupo. En la reunión se trataron los temas candentes de la actualidad: el pacto social y la cesión de la gestión del 15% del IRPF a las comunidades autónomas, así como la preparación del próximo congreso del partido. Fue en este punto donde el debate ideológico creció, abordando tanto el modelo organizativo (apostando por el voto secreto para la elección de cargos y por la creación de un órgano intermedio entre la Comisión Ejecutiva, que debería ser más reducida, y el Comité Federal, para facilitar y hacer más efectivo el funcionamiento interno del partido), como el ideológico (“el modelo socialdemócrata está en crisis… …hay que conseguir una fórmula intermedia en la que el Estado garantice lo más que pueda el bienestar social”). Se trató también la necesidad de calmar los ánimos para llegar al próximo Congreso en un ambiente de entendimiento y colaboración, dejando atrás las discusiones. La figura de Alfonso Guerra y su futuro tras el congreso volvió a sobrevolar la reunión, aunque sin ser citado para evitar “polémicas sobre personas”.

Pocos días más tarde, el día 10 y esta vez en Moncloa, el grupo volvió a celebrar una prolongada reunión con el presidente del Gobierno con temas como el pacto social, la situación del partido previa al 33 Congreso y los acuerdos con los partidos nacionalistas, principal preocupación de Felipe González por la imagen de cesión constante a las presiones de éstos que se estaba ofreciendo a la opinión pública. Era un momento, además, en el que desde el interior del partido volvían a alzarse voces contrarias a sus decisiones, como el caso de Guerra, que en declaraciones realizadas en Sevilla afirmó que “los nacionalistas chantajean al Gobierno”, en plena negociación del Gobierno con CiU y PNV sobre los Presupuestos Generales del Estado. No obstante, González dio luz verde al grupo para que se entrevistase con Guerra, en su condición de plataforma de reflexión, a pesar de anunciarles que se proponía dar la batalla por la renovación en el partido, aunque para ello tuviera que enfrentarse directamente a Guerra, pues “la renovación es irreversible”, estableciendo el campo de juego en el próximo congreso del PSOE: “Definir y profundizar en el cambio sobre el cambio, porque es un mandato electoral”. También González asumió la conveniencia de ir a una comisión ejecutiva más reducida y a un órgano intermedio de debate entre la ejecutiva y el comité federal, como propuso el grupo, en la anterior reunión de Bilbao.

A aquellas alturas, los miembros del “Grupo de Las Navas” eran casi todosfelipistas, aunque algunos mantuvieran vínculos con Guerra. Los ministros Javier Solana y Jerónimo Saavedra; el presidente valenciano, Joan Lerma; los líderes socialistas de Cataluña, Raimon Obiols; Castilla y León, Jesús Quijano, y el diputado Luis Yáñez, eran felipistas incondicionales. Otros miembros, como el presidente andaluz, Manuel Chaves; el secretario de Vizcaya, Nicolás Redondo Terreros; Carmen García Bloise y el ugetista Paulino Barrabés, convocante de las reuniones, alternaban su felipismo con el intento de integrar a Guerra y al guerrismo con aquéllos. Tras las explosivas declaraciones de éste, sus seguidores salieron rápidamente al quite para señalar el error de interpretación en su intervención crítica sobre el chantaje nacionalista al gobierno, contrarrestando así los rumores de su posible salida del partido. De todo ello pretendían los miembros del grupo tratar con Guerra.

Una semana más tarde, el día 17 septiembre, se celebró por fin la reunión del grupo con Guerra en su despacho de Ferraz. Bien es cierto que los asistentes fueron la mitad de sus componentes: Paulino Barrabés, Nicolás Redondo Terreros, Jesús Quijano, Manuel Chaves, Carmen García Bloise y los hermanos Martínez Cobos. La ausencia de otros cinco miembros representativos del grupo, precisamente alineados en el ala renovadora, como los ministros Javier Solana y Jerónimo Saavedra; el presidente valenciano, Joan Lerma; el primer secretario del PSC, Raimon Obiols; y el diputado Luis Yáñez, restó viveza a la reunión. Su inasistencia, al margen de los compromisos institucionales con que la justificaron, fue interpretada – al menos, formalmente –, en los medios socialistas como un intento de facilitar a Guerra que se expresara con más libertad. Ciertamente, la reunión se vivió en un clima muy distendido, manifestando de entrada el vicesecretario general estar dispuesto a hacer un esfuerzo de síntesis dentro del partido, mostrándose abierto a las tesis de pluralidad que le transmitieron para posibilitar un proceso integrador. Los miembros del grupo eludieron preguntarle abiertamente por sus relaciones con González. En un tono conciliador, Guerra atribuyó a malinterpretaciones de sus palabras el último conflicto Interno del PSOE, en cuanto a las dirigidas al gobierno por ceder al “chantaje nacionalista”, que originaron el último gran revuelo mediático.

Guerra, sin embargo, se mostró reacio a un órgano de representación territorial, que pudiese derivar hacia una federación de partidos socialistas. Una de las cuestiones que suscitó mayor interés de la reunión fue el debate sobre la pluralidad interna del PSOE, coincidiendo los asistentes en señalar que la pluralidad no había sido reconocida: “Hay que admitir la pluralidad y tratar de funcionar en la dirección del partido por la vía del acuerdo y la síntesis, y no recurrir a los vetos y a los votos”, expuso alguno de los asistentes. La referencia fue clara hacia los acontecimientos del pasado mes de junio, cuando Guerra forzó la votación en la dirección del partido ante la propuesta de Felipe González de elegir a Carlos Solchaga como presidente del Grupo Parlamentario Socialista, en sustitución del guerrista Eduardo Martín Toval. Guerra asumió, no obstante, la necesidad de alcanzar la mayor síntesis posible dentro de un debate libre y amplio, poniendo como límites el insulto y la indisciplina.

Los integrantes del “Grupo de Las Navas” pensaban tener pronto un nuevo encuentro con los números uno, dos y tres del PSOE, para sintetizar su ronda de reuniones a lo largo de los últimos quince días. Su principal convocante, Paulino Barrabés, insistía en el papel limitado del grupo como plataforma de encuentro, sin más pretensiones, mientras los miembros del grupo se encontraban un tanto abrumados por el protagonismo que habían adquirido las reuniones con los principales espadas del PSOE en uno de los momentos explosivos de la vida del partido. Sin embargo, González dio un importante espaldarazo al grupo al elogiar el tipo de debates que se realizaban en su seno y augurar que sus integrantes podían realizar importantes aportaciones al próximo congreso del PSOE.

Pero, lo cierto era que, desde la victoria electoral de junio y la nueva conformación del gobierno y el grupo parlamentario, algunos miembros del grupo creían que aquellas reuniones habían perdido su razón de ser. El nuevo presidente del Grupo Parlamentario, Carlos Solchaga, montó pronto un sonoro rifirrafe con el ministro de Obras Públicas, Josep Borrell, y el secretario de Organización, Txiki Benegas, a causa de su sonora defensa de planteamientos liberales. Al mismo tiempo, la necesaria y urgente respuesta a los sucesivos casos de corrupción que iban apareciendo de continuo, ensombrecían cualquier intento de transformación organizativa, que por otra parte sería debatida en el 33 Congreso federal, a celebrar en marzo de 1994 y a cuya preparación se dedicaban todos los esfuerzos. A este conjunto de circunstancias vino a unirse la grave enfermedad que venía padeciendo una de las alma mater del grupo, Carmen García Bloise, quien, tras sufrir un trasplante de hígado los primeros días de enero, fallecería en el madrileño Hospital Gregorio Marañón el 13 de julio de 1994. Con ella desaparecería aquel loable intento de acercar posturas dentro del socialismo español.

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