«Carta de Milarepa desde el Tibet» (XIV), por César García Cimadevilla.

César García Cimadevilla caricaturizado.

Descendemos sin prisa desde la estratosfera, contemplando un planeta, que a pesar de su belleza, a ti te recuerda un viejo relato inacabado, “Prisión federal galáctica”, donde un periodista avispado descubre la verdad, que el planeta Tierra es en realidad una prisión de alta seguridad para encerrar a los chicos malos de la galaxia. Es como esa prisión distópica que has visto en alguna película, donde encierran a los condenados en una isla de la que no pueden salir, porque no tienen medios y porque es vigilada por guardianes invisibles. Tu mente no deja de elucubrar, como si vaciarla de pensamientos, dejar que repose tranquila, supusiera tu aniquilación. Es comprensible, te han educado para pensar que el vacío es la no existencia y prefieres pensar lo que sea, incluso darte una vuelta por un infierno dantesco, tan espantoso como divertido, que narras en Relatos del infierno, todo antes que detener tu mente, confinarla, dejar que la cabra tire al monte y se despeñe si quiere en cualquier precipicio, al fin y al cabo la mente no es real, puedes pensar que te has contagiado y te estás muriendo, pero eso no será real mientras no suceda.

El planeta no deja de ser bonito, piensas, ¡lástima que sus habitantes lo hayan convertido en una pocilga! De pronto te sobresaltas, como el diablo cojuelo, podríamos darnos un garbeo y observar el interior de las casas a través de sus tejados, al fin y al cabo si podemos levitar por la estratosfera sin necesidad de escafandra, nada nos impide traspasar la materia con nuestros ojos dotados de rayos X o infrarrojos, pero observas que estás sobrevolando tu pueblo. Pones cara de niño malo, como si me odiaras. Otra vez me va a utilizar como metáfora ambulante. Pues sí, reconoce que a mí particularmente me resulta más cómodo desvelar la intimidad de alguien a quien conozco muy bien y con el que tengo plena confianza, que ponerme a observar a desconocidos que bien podrían querellarse conmigo por no respetar su intimidad. Donde hay confianza, da asco. Lo sé, pero qué te importará a ti, a quien ya no importa nada, según tus propias palabras. Planeamos sobre el tejado de tu casa y vemos a Zapi sesteando en el jardín, hace mucho calor. Atravesamos el techo como si tal cosa, es como si nuestros cuerpos estuvieran hechos de esas cuasipartículas que has leído en uno de esos artículos sobre física cuántica. Pues sí, ahí estás tú, o tu doble real, porque éste, que sujeto con mi mano, parece ser mental, como si la consciencia fuera menos real que una hierba del campo.

Ahí estás tú, paralizado, porque la pulsera la lleva tu doble, el que está conmigo. Resultas gracioso, el tenedor camino de la boca con un trozo de tortilla. Estabas cenando y escuchando la radio, como haces siempre para sugestionarte de que no estás solo y te acompañan otras personas. Es un programa deportivo sin deportes. Sí, el tiempo es un divertido juego, te hemos pillado en pleno confinamiento. No quieres pensar en el contagio y sus consecuencias. Reconoce que tenías mucho miedo. No sabías si te podías contagiar con la comida, con el carrito de la compra, con cualquier cosa y de cualquier manera. Eso es duro. Llegaste a imaginarte recluido un año, dos, tres. Intentaste que te trajeran la comida a casa desde el supermercado, pero estaban saturados y además vives en un pueblo diminuto, no compensa el esfuerzo ni al capitalismo de más baja estofa. Además quien te la trajera podía estar contagiado, y contagiarte a pesar de la mascarilla, los guantes de vinilo y toda la parafernalia. Reconoce que tuviste mucho miedo. Por eso ahora hasta te resulta consolador escuchar un programa de deportes sin deportes, los anuncios para que vayas a comprar a tiendas que están cerradas, el teletrabajo mediático a pesar de que la calidad del sonido no es la que era. Estás viviendo una película surrealista sin pies ni cabeza. Te están diciendo que cuando salgas del confinamiento no te olvides de volver a comprar, de volver a ir al cine, al teatro, a los conciertos, que no te olvides de hacer lo que hacías antes porque de otro modo la economía se irá al garete y a ver de qué coméis. Solo les faltaba decirte que a ver si te mueres para que los de las funerarias sigan ganándose el garbanzo. Reconoce que esta economía capitalista es para mear y no echar gota, como dices tú tan graciosamente. El capitalismo te gusta tanto como el comunismo, nada. Algo tendréis que elucubrar para solucionar esta película de los hermanos Marx en el Oeste. Claro que si tú, que elucubras tanto, no has dado con el quid de la cuestión, puede que a otros que elucubran menos les cueste mucho más. Pero algo tenéis que hacer. Te preocupa que la tortilla llegue a tu boca cuando el tiempo se restaure y que llegue a todas las bocas. Te preocupa que todos puedan seguir trabajando, en lo que sea, y comiendo, pero te preocupa más lo que hará la humanidad, los reclusos en esta prisión federal galáctica, cuando  a los carceleros se les ocurra otro divertido jueguecito y los matones de las plantas de la prisión, líderes natos, no sepan qué hacer y empiecen a pensar que si todos están muertos ellos ya no tendrán que partirse la cabeza elucubrando. Un alivio. Recuerda que conoces bien el código para salir de la prisión, porque te lo repito todos los días.

QUE LA PAZ PROFUNDA OS ACOMPAÑE SIEMPRE EN EL CAMINO

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