“Pierre”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
Hileras de adoquines-alineadas-reproducen un nivelado relieve, tratando de mantener el orden de batalla que exige la lucha contra ese difuso y común enemigo. Cronos.Prietas sus filas. Tenaces frente al paso de los días, muestran su inquebrantable capacidad parasoportar toda inclemencia.Pétreos costaleros sobre los que recae la carga litúrgicadel peso dela tradición. Impasibles.

Desplegados a lo largo de toda la superficie del patio, su continuidadforma una sólida coraza de escamas. Granítica alfombra que,extendida en el recinto, delimita los márgenes escénicos de una representación.De una solaobsesión. La de un régimen determinado a perdurara través del ceremonioso homenaje a la partida.

Las figuras congregadas, erguidas bajo el cielo de la secular Lutecia, proyectan sus difusas sombras sobre larocosa explanada mientras, a través de las arcadas perimetrales, el silencio es roto por un reverberanteeco. Procesionado. Sordo. El cadencioso discurrir del féretro, a hombros de un pelotón dela guardia republicana,atraehacia sí, acompasadas, todas las miradas,conundestemplado toque de tambor.

En mitad del patio, depositado,el volumen tricolor colma eletéreo vacío de la ausencia. Solitaria, su presencia despliega el paradójicoreflejoque produce la marcha entre aquellos que se saben igualmente mortales. Más aún no enteramente muertos. El apego al empeño compartido por hacer que los principios que alumbraron a todos los allí concitados no caigan jamás igualmente yertos.

Arremolinados en torno al vertiginoso sumidero del tiempo, los asistentes trazan–a través del despliegue de un medido y hierático protocolo institucional- la cesura que separa muerte de olvido. Linde que talnación-consciente de que su supervivencia no reposa sino en su permanencia- mantiene infranqueable a través de la reproducción de un invariable esquema ceremonístico que garantice la memoria de los más destacados ciudadanos, en tanto encarnadura de sus más elevados valores constitutivos.

Bajo sus pies el empedrado deviene –así- dameropermanente deun remedo de ajedrezsempiterno y precario,cuya lógica radica en lograr que las piezas que van cayendo den sentido y continuidad al siguiente movimiento.Y que éste no desvirtúe todos los anteriores. De este modo, Marianne renueva su vigor, al emular al dios que trata de vencer, devorando a los hijos que engendra. Mientras rumia orgullosa sus nombres en recuerdo.

El rito consolida, en su rigurosa laicidad, el sentido de religiosidad más elevado al que un Estado puede dar cabida. La exaltación de la consciencia del vínculo moral que une a todos aquéllos a los que la bandera que cubre el féretro abriga. La negación a la indiferencia ante al hombre de valor caído. El reconocimiento participado del sentido de una vida. Expuesto en el diáfano altar de una explanada consagrada al agradecimiento.

El duro tapiz sobre el que son expuestos –yacentes- los más destacados miembros de la cantera del país, materializala solidez de los valores que la cimientan. La firmeza del piso del duro atrio sostienela promesa de permanencia que la tradición insufla al corpus social. Trocando incertidumbre en certeza, sin la que todosuelo parece hundirse bajo nuestros pies. Inalterable, la liturgia permanece -en ellos-inamovible como una roca a pesar de que los días nos barran como arena. Pues sobre esa piedra construyen su República.

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