“Paz”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
Aunque sus ojos miraban sin ver, presentía las gotas de la lluvia en un choque absurdo y violento sobre la piedra. Llovía sobre mojado y, en algunos adoquines desgastados, se oían las gotas ahogándose en el mismo llanto. Ahora lo veía todo desde dentro, desde la ventana. Antaño era desde fuera, antaño miraba insistentemente, desesperadamente, ansiosamente… hacia la ventana.

Dicen que cuando sentimos con el alma nuestras huellas quedan marcadas en roca. Dicen que, cuando de verdad se ama, no hacen falta luchas ni contiendas porque lo realmente verdadero llega en silencio, casi como un suspiro, como una caricia lenta en una tarde de otoño. No es locura ni sobresalto sino paz lo que siempre consideró que era el verdadero amor. Algo que está ahí, que no hace sufrir pero te hace fuerte, que no hace daño porque si existe no es sino para curar heridas, para dar consuelo y apoyo, para ofrecer paz… eso que se siente cuando cierras la puerta detrás de ti y comprendes no necesitas nada más que esa sonrisa y ver caer las hojas lentamente.

Recordaba acaso las veces que, al pasar por la calle, miraba hacia la ventana y veía aquella carita apoyada en el cristal… observándole… cada día a la misma hora. Y su orgullo de hombre le hacía mantener su cuerpo erguido y caminar con paso firme. Estaba claro ya en aquellos días del pasado: el amor no se busca, el amor te encuentra. Por eso que, día a día, poco a poco, sin planificar nada, sin pretender nada, los caminos se fueron entrelazando a través de palabras, miradas y complicidades que nadie entendía.

Pasó años viviendo y disfrutando de aquella sonrisa, intentando sacar el máximo jugo de aquella niña que vio hacerse mujer, poniendo en relieve su valía y enseñándole todo lo que mundo podría ofrecerle. A la vez, junto con el tormento que suponía pensar que algún día podría perderla, le fue tejiendo unas alas para que jamás se sintiese presa, para que llegara a lo más alto… y ella le repetía que si volaba, quería sentir siempre su mano, que sin él andaría perdida…

Como pobres mortales aferrándose a la vida, a los latidos ensimismados de dos corazones locos e incomprendidos, se tragaban cada suspiro como si en ellos declaran la última voluntad de almas caídas por un precipicio, cuyas voces solo podrían ser escuchadas por el silencio abrumador de sentimientos encontrados sin saber… fue entonces en que llegó el maldito día de alzar el vuelo, maldito para ella, más maldito para él. Mientras la impulsaba para dar aquel paso su alma se partió en dos al ver aquella mirada cuajada de miedo por no sentir su mano. Se alejó… lejos… volaba alto mientras intentaba sentirse orgulloso pensando que ella alcanzaría alguna cima y entonces él se rompería las manos aplaudiendo, viéndola brillar…

Parecía haber llegado la calma. Sola ella, solo él, situados cada uno en una parte del mapa. Él dejó de pasar por esa calle, ni miraba hacia la ventana porque sólo se hallaba tras el cristal un inmenso vacío, el mismo que en su corazón. Ella, a lo lejos, procuraba mantener el vuelo aferrándose a sus palabras ya que no logró encontrar una mano a la que poder agarrarse, una mano que la sujetase y evitase que cayese por el abismo.

Estrellas que brillan sin que sepamos por qué, hojas que caen en los otoños lentos y forman remolinos arrastrados por el viento… la vida, el tiempo, el amor… porque en el camino hay pedradas que salen al asalto sin que lo esperes y te dan ahí, precisamente ahí, donde más puede doler… la vida el tiempo, el amor… la vida se manifestó entonces como un fantasma del más allá sembrando todo de sombras. Ella, casi sin aliento, con el alma llena de heridas, intentaba poder dar utilidad a las pocas plumas que le quedaban a sus alas para escapar de tanta mediocridad pero se sentía atrapada, como si sus pies se hubiesen hundido en el lodo y le faltase el aliento. Esperaba un milagro que, acaso, nunca llegaría… pero ese milagro llegó.

Mientras descansaba con su cabeza apoyada en una piedra, alguien se acercó por detrás y, al ver que su alma era transparente, le clavó un puñal fabricado con palabras que ocultaban la verdad, palabras mezquinas que matan arrebatando el aliento, poco a poco, hasta que la respiración se corta para nunca más volver. Fatídica puñalada, fatídico final.

Sin apenas aliento, sin apenas pulso ni latidos, con sus ojos tristes entreabiertos, recordó el calor de su mano… pasó por su mente, como si fueran una sucesión de imágenes grabadas en su memoria, las veces que él la levantó del camino, las que evitó que cayera y sus palabras llenas de luz. Ni ella supo jamás de dónde sacó las fuerzas pero, con sus alas rotas y el alma hecha jirones, regresó caminando por donde antes lo había hecho volando, buscando el cobijo que le habían negado, buscando la verdad.

A mí también me hubiese gustado ver aquel encuentro… pero solo lo saben ellos dos. Ha pasado tiempo, el suficiente para que él haya logrado curar sus heridas del alma y aquella sonrisa vuelva a brillar. Ha pasado el tiempo necesario para que él le haya fabricado unas alas nuevas pero con una gran diferencia, ahora ya no soltará su mano nunca más. Ella solo ansía revolotear a su lado y, llegue hasta donde llegue, será con su complicidad.

Y es por eso que ahora sus ojos miran sin ver. Y la lluvia cae pero no le importa. Ahora mira desde dentro porque ella está junto a él, y no deja de velar sus sueños, para evitar que alguna de esas pesadillas que le tocó vivir cuando la envolvió la mediocridad, se aposente en su memoria y desdibuje su sonrisa. Esta es su verdad. Dicen que el amor verdadero es sentirse rodeado de paz… dicen que el amor verdadero es esa mano que te rescata del abismo… dicen que el amor verdadero es sentir esa mano que no te suelta jamás!

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