“Los expertos”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

(Primera parte) Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
El seco trasiego de los símiles chocó bruscamente con aquella realidad que le acompañaba hace tiempo. Realidad oscura que había alejado de la luz. Realidad macabra que quiso esconder al mundo. Porque, acaso, presentía aquel oscuro final.

Le agarraron entre unos cuantos, le zarandeaban, le golpeaban… las palabras soeces llenaban el ambiente, parecían ebrios, desesperados… pero no, no le estaban engañando. Le habían estado engañando antes con sonrisas falsas, con halagos endulzados… su verdadera personalidad era ésta, la brusquedad, la imagen de la soberbia, prepotencia… su diálogo sólo se entendía a base de golpes.

Las calles estaban vacías. Por su cabeza, como buen artista, sobrevolaba la idea de escribir aquel sufrimiento, si sobrevivía… tal vez presentía el final. Por eso, ojeaba a su alrededor, deseando visualizar algún testigo silencioso que pudiese transcribir el miedo y el sufrimiento de aquella noche. Pero no había nadie…

Los empujones le hicieron caer. Sus rodillas golpearon al suelo con un rumor de espanto. Y, mientras pensaba que aquello no podía estar ocurriendo, que todo era un error, uno de ellos, el más robusto se puso delante de él, era un hombre alto y fuerte, con la mirada perdida y febril… le dijo… “Jajaja!, así tienes que estar, arrodillado ante mí!!… Siiii, míranos bien, sin nosotros no eres nadie, gracias a nosotros tu nombre ha triunfado, por nosotros llegaste arriba”… Y una bofetada violenta hizo nido en su mejilla, dejándole un dolor inmundo… Sus ojos derramaron unas lágrimas que se mezclaron con la sangre que brotaba de su labio.

Con su rostro lívido, la noche parecía susurrar poemas macabros, poemas sin ritmo ni rimas, escritos que hablaban de finales tristes que albergaban falsedad… cosas que siempre pensaba al escribir sus poemas, “¿por qué no cambiar el final?… ¿por qué no buscar un final siempre feliz?… al fin y al cabo, son cuentos…”. Y su magistral pluma siempre lograba, llegar hasta el final, hacer de lo feo hermoso, hacer de la sombra oscuridad.

Pero ahora no podía, la pesadez de sus hombros le hacía caminar encorvado, con el murmullo de aquellas sombras tras él, el repiquetear de unos tacones finos que la soberbia les hizo perder la compostura, las pisadas unos pies grandes que se aceleraban si él cogía aliento, los pasos que se adelantaban para rozarle y con voz dulce transformada en ira reprocharle que no la escribiera como “a las demás”, advirtiéndole que pagaría por ello… y así continuaba el camino, perdiéndose entre árboles que ramas altas, ramas retorcidas que parecían proyecciones de raíces y se alargan y equivocan el trayecto, que buscando el agua encuentran la luz… y esa luz, las ciega y las seca, porque su función es estar bajo tierra, escondidas, como el corazón dentro del pecho.

Sus piernas se resentían de esquivar tantos obstáculos, temblaban con el mismo temblor que las estrellas. Esas que observaban aquella escena sin decir nada. Era el destino… tenia que pagar el precio, sus alas le llevaron al sol y el sol las quemó… eso quería pensar. Prefería no admitir que los expertos habían tomado las riendas de su vida volviéndola un infierno, habían tomado las riendas de su arte convirtiéndolo en mediocridad. Ellos, los expertos, eran ya los dueños de todo…

Por eso, no se extrañó, al llegar a la llanura, que el cielo se unía con el horizonte… las piedras marcaban el final. Una telaraña se puso ante sus ojos y, pasaron ante los mismas, muchas escenas vividas meses atrás. Entre esas escenas, estaba la se estos a los que ahora tenía enfrente, y que siempre se reservaban (exigían) la primera fila, y con una palabra suya aplaudían y aplaudían, gritaban con entusiasmo, le jaleaban y le subían a la cumbre a base de reconocimientos y piropos. Ahora, en cambio, los tenía también enfrente, pero sus rostros eran distintos. Ahora veía en ellos el odio, la soberbia, la ira, la envidia…

Fue entonces… se acercaron a él. Él caminaba hacia atrás, con precaución. El precipicio estaba cerca. Sonreían a la vez que le reprochaban que no les hiciese protagonistas de alguna de sus historias. Los tacones y las huellas se convertían en escurridizos andando entre las piedras, húmedas por la escarcha. Y se fueron hacia él, como fieras… apenas tuvo tiempo de decir: “¿por qué? ¿por qué hacéis esto?”. Y mientras su cuerpo se precipitaba en la oscuridad oyó que contestaban: “porque te queremos… hemos construido nuestro mundo en torno a ti. Y ahora nosotros tenemos el poder…”.

Su cuerpo caía a velocidad de infarto. Chocó bruscamente contra unas peñas… pero ya no sintió dolor de huesos, aunque estuviesen todos rotos. Pero sentía, ¡sí!, sentía porque sus labios quedaron entreabiertos y dijo sus últimos versos: “Mientras todo acaba en esta angustia verdadera, sigo viendo tus ojos tristes. En esta noche siniestra siempre recordar, lo último que me dijiste”.

Desde arriba, los expertos le miraban y la ira les consumió al saber que, aquellos últimos versos, tampoco se los dedicó.
(Continuará…)

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