Las ciudades compiten en ver quién pone más luces en Navidad… ¡desde los romanos!

Las ciudades compiten en ver quién pone más luces en Navidad... ¡desde los romanos!

Abel Caballero, alcalde de Vigo, nos tiene acostumbrados desde hace tiempo a que esa ciudad gallega sea la que más luces de Navidad tiene: ¡¡nueves millones de leds!! Pero esta tradición de iluminar las ciudades y de competir entre ellas por la iluminación viene nada más y nada menos que de la época de los romanos. Incluso, antes.

La historia es la siguiente. En el año 354, el papa Liberio declaró que el nacimiento de Jesús fue el 25 de diciembre. El objetivo del Papa no era otro que hacer que la fecha más importante de la religión cristiana coincidiera con la celebración de los Saturnales. En esto abundaremos mañana en Diario Progresista.

Los Saturnales eran la celebración más importante del calendario romano y se extendía del 17 al 24 de diciembre, coincidiendo, a su vez, con el solsticio de invierno. Éste es el periodo del año en que los días son los más cortos en el hemisferio norte.

Por tanto, tres celebraciones: solsticio de invierno; Saturnales; y Navidad. Las tres tienen una característica común: en todas hay luces encendidas.

Las calles de Roma eran oscuras y peligrosas, pero durante los Saturnales se iluminaban durante las noches y a lo largo de toda la semana. Ello invitaba a que la gente saliera a las calles a celebrar la luz y a hacer fiestas. Antorchas, lucernas, de cualquier forma posible.

“En cualquier otro momento del año, en una sociedad sin electricidad, la vida se apagaba con el ocaso y las calles por las noches estaban reservadas a borrachos y malhechores. En las Saturnales, sin embargo, la fiesta se alargaba hasta bien entrada la noche gracias a las luces”, señala el historiador Néstor F. Márquez.

Esa especie de obsesión por la luz no era nueva ni siquiera en la época de los romanos. Viene de lejos en la historia de las religiones y el culto al sol. Cuanto más al norte, los días son más cortos, el sol resultaba más débil y era importante la iluminación artificial.

“El aparente poder sobrenatural para gobernar las estaciones que se manifiesta en los solsticios ha inspirado todo tipo de reacciones: ritos de la fertilidad, festivales relacionados con el fuego, ofrendas a los dioses”, indica el profesor Richard Cohen.

De hecho, todos los ritos religiosos venían, y vienen, acompañados de luz. Por ejemplo, es el caso del Hanukkah, la celebración por excelencia de la religión judía y que también se conoce como la fiesta de las luces. Durante ocho días permanece encendido un candelabro de nueve brazos para celebrar la esperanza y la libertad del pueblo judío.

La luz es esencial en todas las fiestas y por eso se ponen todas las posibles, como sucede, igualmente, en las iglesias. Con la llegada de la electricidad, la Navidad recuperó la luz, explica Diarmanid MacCulloch, profesor de historia de la Iglesia de la Universidad de Oxford.

Stephen Nissenbaum, profesor emérito de la Universidad de Massachusetts especializado en historia estadounidense del siglo XIX, abunda en ello. Las fiestas de invierno estaban relacionadas con los ciclos agrícolas y de ganadería. El periodo más frío del año era el más propicio para el sacrificio de animales sin temor a que se pudriese la carne, por ejemplo.

Con la Revolución Industrial, las calles, tras el ocaso, eran peligrosas, como en Roma, y resultaba un verdadero problema transitar por ellas una vez caída la noche. “Las Navidades cambiaron por completo a mediados del siglo XIX”, relata Nissenbaum.

Así que, con la llegada y generalización de la electricidad en la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX, las ciudades empezaron a iluminarse por las noches, en especial en las Navidades.

Daniel Pérez Zapico, investigador asturiano experto en los usos sociales de la electricidad, explica desde Leeds, donde trabaja en un proyecto, que “el uso de la luz eléctrica para iluminar los árboles de Navidad se produce dentro de un proceso mucho más amplio que son las demostraciones públicas de electricidad, en los años ochenta del siglo XIX”.

“En ese momento la electricidad se veía como algo inseguro y había que demostrar que no lo era. En 1882, Joseph Swan, uno de los primeros inventores de la bombilla, hace una instalación completa de electricidad en el teatro Savoy de Londres. Empieza a miniaturizar las luces y crea un sistema de luces pequeñas que pueden llevar las bailarinas. Es lo que se llama ‘Fairy lights’, que es como se conoce a las luces de Navidad en Inglaterra”, cuenta Pérez Zapico.

En Estados Unidos, Thomas Alba Edison, a través de su compañía, hace experimentos parecidos y termina adornando el árbol de la Casa Blanca. No obstante, era un producto de lujo por su precio, por lo que hasta los años 30 ya del siglo XX no se popularizaron.

“La competencia entre ciudades en España tiene que ver sobre todo con el uso de la luz dentro de rituales políticos en los que se conquista la noche a través de la tecnología. Paulatinamente se van democratizando e incorporamos las luces de Navidad a nuestra vida cotidiana, basada en el consumo masivo de energía”, continúa explicando el investigador asturiano.

“A causa de la crisis climática, los significados de la luz han cambiado de nuevo: la narrativa del hiperconsumo de energía está relacionada con una visión mercantilizada de la Navidad, que nos deberíamos plantear porque tiene unas implicaciones muy serias en términos ecológicos”, razona y concluye Pérez Zapico.

En cualquiera de los casos y siempre con la vista puesta en el respeto al medioambiente, desde Diario Progresista queremos enviaros nueve millones de deseos de felicidad en estas fiestas.

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