“Lágrimas desgarradas en Atocha”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

A veces, la libertad se convierte en una losa. Una losa difícil de sostener porque, aquellos mismos que la silenciaron, dicen defenderla. Por eso suelen ser víctimas quienes luchan en silencio por la justicia, por la igualdad y por la misma libertad.

Cuando un yugo cae sobre los hombros, duele el peso a lo largo del tiempo. Hace falta que pasen años pasen años, para que algunos se den cuenta que, ya no somos esclavos ni sometidos, sino personas con derechos.

La losa de la libertad parecía que comenzaba a cobrar vida. Las leyes la amparaban pero, acaso, no la protegieron lo suficiente. Corría el año 1977, una noche fría de finales de enero. Mientras unos abogados laboralistas trabajaban en su despacho, la grieta de la losa dio un crujido inmenso… quienes no admiten la verdad se creen que pueden lograr sus propósitos a base de derramar sangre de inocentes.

El no aceptar la libertad propia y de los demás, lleva a los engañados a cometer atrocidades. El no aceptar la realidad de tu alrededor, hace que quien vive en la mentira intente transformar esa realidad para que se convierta en lo que ellos quieren y, para lograrlo, demasiadas veces acuden a la comisión de delitos: difamaciones, coacciones, injurias… y terminan convirtiéndose en auténticas bestias capaces de matar.

Aquella noche fría de finales de enero, mientras unos abogados laboralistas trabajaban honestamente en su despacho, la losa de la libertad se rompió porque unos hombres, armados y ensimismados en preceptos arcaicos y rancios, interrumpieron su trabajo y dispararon a bocajarro… dejando un rastro de sangre, dejando un rastro de lágrimas que conmovió a todo un país.

Debiéramos tener la historia siempre presente, porque si lo pasado queda en el olvido, la propia vida se convertirá en una condena donde no existe futuro. Hace días, se cumplieron años de aquella matanza, de aquel acto terrorista que aún congela la sangre que corre por nuestras venas.

La libertad hay que defenderla día a día, evitar que llegue un maldito día en que sea una losa difícil de levantar, sino que sea un aire fresco que acaricia nuestro rostro, algo con lo que convivimos y nos hace más justos y honestos como personas. La libertad tiene que ser la fuerza que evite, de forma pacífica, que un grupo de asesinos siembren el terror, maten a inocentes… La libertad tiene que servir para que seamos hombres y mujeres iguales, amparados y defendidos por la justicia, en nombre de la democracia.

Yo, como tantos españoles, también me estremecí escuchando el recuerdo de aquella noche del 24 de enero. Corría el año 1977. Unos días después de aquel 24 de enero de 1977 nací yo en lo que, se suponía, que era un país que había dejado atrás el yugo, en lo que se suponía que era un país libre… pero algunos no admitían ni querían que fuera.

Al empezar a recordar lo escuchado de aquella horrible e injusta matanza, se ha reflejado en mi mente el título “Lágrimas desgarradas en Atocha”. Porque no son, sino desgarros y lágrimas, lo que provocan aquellos que no aceptan que vivimos en un país donde gozamos de derechos que hay que respetar. Arduo trabajo el de mantenerse en pie con el florecimiento de lo rancio y la podredumbre. La mentira se combate con la verdad. No dejemos ningún resquicio a los infames que quieren manchar con sangre nuestra libertad.

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