“La jaula”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Su cabeza se reclinaba entre los barrotes… parecía como si unos brazos la sostuvieran y acariciasen su pelo. Estaba empezando a amar a aquellos barrotes, consciente de que eran ellos quienes le imponían el cautiverio, los que no la dejaban disfrutar la libertad, su libertad.

Los días pasaban como un susurro de horas muertas y vacías. Los otoños mudaron las hojas dejando atrás el verde de la vida para anunciar lo amarillento del final. Las tardes de lluvia eran tardes de llanto sin más, con gotas y lágrimas que caían en el más absoluto de los vacíos. No había gritos, pero tampoco palabras ni susurros… ni esperanza.

A veces, acariciaba los barrotes, cual convertido en sábanas de seda. Otras veces, parecía que arañaban… pero no llegaron las golondrinas para arrancar sus espinas. Sólo el silbido del viento, a veces, le traía noticias de su dragón. Acaso aún la esperaba, acaso aún la amaba…

Alguien, por ayudarla, quiso sacarla de aquel infierno. Pero en aquel infierno ella era feliz, porque era libre… porque su dragón no la atacaba, su dragón la protegía. Ellos, por salvarla de aquel fuego, la condenaron al olvido donde no le llegaba el olor a humedad de aquella cueva, donde el sol le producía heridas, donde no podía apenas respirar.

Si hubiesen preguntado… pero ahora el tiempo pasaba, y las lunas blancas, de sangre y negras, eran simples carátulas que pasaban ante ella, en un baile absurdo, ridículo y grotesco… solo anunciaban su final matando su olor a libertad, sus sueños marchitas, sus risas podridas… entre aquellos barrotes donde quisieron salvarla del dragón. El dragón que ella amaba, el dragón que la hizo volar.

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