“Jenga”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
Cincuenta y cuatro. El número de piezas que constituyen lacompacta completitudinicial de la torre. Erguida sobre sus dieciocho pisos,su estabilidad primigenia es puesta a prueba porlos participantes durante la dinámica del juego, en el intento porlograr elevar su alturapor encima de la limitación que la firmeza de la configuración de partida impone.

Uno a uno, los niveles inferiores son paulatinamentevaciados, despojados de su firmeza originaria, para disponer de sus componentesen lo alto de la construcción a fin de elevar su cota. Compitiendo a porfía, los contendientes se ven envueltosen una frenética carrera ascendente. Sin más propósito-ni posible desenlace- que contemplar el colapso total de la obra comoresulta de la intervención del contrario.

En vilo. Cada decisión tomada torna la seguridad -la integridad de cuanto hay- en trance de suspenso. Paralizadas, las certezas durante el impasse aguardan el efecto ocasionado tras todo movimiento. La nunca previsible garantía sobre el alcance de la acción ejecutada. De la decisión tomada. De la pertinencia de cada atrevimiento.

Durante el proceso, la estructura va acumulando la contradicción que conllevael mandato de crecer a costa de sí. El delabsurdo extravíode aspirar a alcanzar una mayor plenitud por medio de unprogresivo vaciamiento.Estranguladora torsión de toda lógica depermanencia que acaba por dislocar su eje de equilibrio.Hasta su quebranto.

Una vez caída, vencida por la debilidad inducida durante el desarrollo del juego, sus componentes -diseminados sobre la mesa-evocan la diluida consistencia de un diseñodegradado. La imposible liviandad de unaconcepción ideada. La ejecución de un mal medido movimiento. La constatación de una estabilidad malograda. Pervertida por el caos alimentado por los jugadores duranteel curso de la partida. En su empeño.

Toda estructura conforma una entidad única. Orgánica. En el que el significado y razón de ser particular de cada uno de sus componentes atiende a la necesaria relación funcional que guarda respecto al resto. De suerte que, la alteración de cualquiera de éstos incide no sólo en el adecuado funcionamiento del conjunto. Sino que su estabilidad y permanencia quedan igualmente comprometidas. Sin poderse dilucidar plenamente las consecuencias efectivas que, con el discurrir del tiempo, toda variación conlleva.

Cualquier modificación de las estructuras institucionales-bien en su composición orgánica, bien en su naturaleza jurídica,bien en su definición normativa-encierra la incertidumbre de un alcance difícil de estimar.Por ello, ningún movimiento puede hacerse al azar, ni ser fruto de un mero y ridículo interés circunstancial. A riesgo de fisurar la integridad del conjunto. Ya que todo dislocamiento, hasta la más insignificante grieta, encierra el riesgo latente de progresar hasta resquebrajar el edificio entero.

Cuarenta y cuatro. Los años que el presente régimen, y su constitución, llevan vigentes. Su continuidad no será fruto del azar. Ni de antojo alguno. Sino de una acción política que apueste por abandonar la dinámica empobrecedora de los fundamentos que lo sostienen. Casa común que a todos abriga y al margen de la que sólo nos aguarda la intemperie. Su preservación y apuntalamiento, pues, exigirá a los decisores -lejos de sus acostumbradas veleidades- la sensatez cifrada enla fórmula paulina:“Todo me es lícito, pero no todo conviene.Todo me es lícito, pero no todo edifica”.Así es. Así sea.

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