“Iguales bajo el cielo”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
Entre las mareas violentas quedaban surcos de los que nunca brotaría vida. Como turbias vivencias que se quieren olvidar, quienes finalmente pueden relatarlo hacen que la humanidad se estremezca y tiemble y solloce… como si entre el mundanal ruido surgiese una voz dulce, como si en el fango brotase una flor… sin espinas.

Pero no sólo con sollozos se arregla el mundo, porque el mar siempre devuelve los cadáveres a la arena, porque el mar es oscuro, terrible… porque el Mediterráneo puede ser una tumba sin final.

Donde el hálito salobre es como una pesadilla, que arrastra al precipicio a las vidas sin vivir, escondiendo manos limpias porque se les avergüenza en una sociedad sin escrúpulos que no quiere escuchar.

Los pocos que pueden acariciar la arena, acaso su sueño no era venir aquí, sino quedarse en su tierra donde les arribó la vida y contemplar la paz floreciendo en el jardín. Pero las guerras mandan para los que quieren manipular. Destino oscuro y desierto que envenena raíces, que retuerce las ramas y oscurece amaneceres. Tal es el mundo, y no como lo pintamos, mientras gobiernen “los sin alma”, sin importar las vidas, olvidando las muertes, cerrando los ojos, tapando la verdad.

El Mediterráneo es una tumba para aquellos que escapan, para aquellos que intentan alcanzar la paz… a veces, las mareas van sembrando surcos de los que nunca brotará la libertad. Las travesías largas hacen que el cuerpo tiemble, donde los ojos se abren cegados de oscuridad. Noches de luna eternas que se alargan entre suspiros, donde un viento sin nombre escupe ese futuro marchito donde nadie quiere estar.

Pero la resignación es un arma para aquellos que nada esperan, para los que se quedaron sin nada un mudo amanecer, porque les tocó la suerte de un mundo injusto que se mira a sí mismo, regocijado en egoísmo sin mirar más allá.

Vienen con sus manos vacías porque el cielo lo quiso, porque les tragó una sombra que escupía inhumanidad, porque el cielo reventó sin causa pero con efectos, robándoles sus casas, sus sueños y su libertad.

Miradlos, sí, que vienen, vienen como las estrellas balanceándose en el mar. Abramos nuestras puertas porque las leyes humanas no nos diferencian en nada, ni en el color, ni en el habla, ni en el modo de soñar.

El camino siempre es largo para quien deja su tierra. Bajo el cielo inmenso, el dolor es insignificante, aunque griten sus voces, aunque muevan sus brazos, si el engaño navega con ellos, nunca llegarán al final.

Malditas mafias que juegan con vidas humanas, maldita solidaridad falsa solo para aparentar… podríamos cambiar el mundo si somos humanos, si en vez de tanto hablar, nos diésemos la mano… podríamos hacer tanto… pero de verdad.

A veces, exhaustos de frío, nos miran en la distancia. Y muchos entonces alardean, alardean, alardean de su bondad. Que haya leyes justas que salven vidas humanas, leyes que reconozcan derechos, leyes que no coarten la libertad. Estamos hechos de huesos y sueños… ¡qué bonita palabra, humanidad!.

Ojalá no hubiese travesías eternas, ojalá el Mediterráneo no oliese a muerte. Todos somos iguales porque nos cubre el mismo cielo. Y, en ese ir y venir del devenir de los días, nos convertimos en extraños casi sin darnos cuenta porque cerramos los ojos ante tanta injusticia.

El Mediterráneo se abría, inmenso, ante sus ojos, mostrando su vacío y la oquedad del misterio. Mientras no alcemos la mirada para convencernos que el viento que nos acaricia es el mismo viento, mientras sigamos comparando distintos tonos de piel, mientras no nos miremos al espejo… actuemos con Alma en contra de aquellos que hacen distinciones por el acento… seamos humanos, humanos… somos iguales porque nos cubre el mismo cielo.

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