Covid. Optimismo para mañana, no tanto para pasado.

Covid. Optimismo para mañana, no tanto para pasado.

No es fácil, con una incidencia acumulada por 100.000 habitantes a 14 días cercana a los 2.000 casos, hacer una valoración con tintes optimistas de la situación actual. Para hacerlo, tenemos que entender que estamos en una fase diferente de la pandemia. Es una nueva fase, al menos en Occidente, a la que hemos entrado por dos motivos. En primer lugar gracias a la alta tasa de vacunación y en segundo lugar, y no menos importante, por el fenómeno de la presión selectiva que afecta a todos los seres vivos y también a entidades acelulares como los virus.

Los virus tienen un único objetivo: propagarse. Y para ello, desde su aparición, van triunfando mutaciones que generan variantes que los hacen más y más transmisibles. Pero además, estas mutaciones los harán cada vez menos letales. El fenómeno de propagarse y el de provocar enfermedad grave y muerte son dos fenómenos difícilmente sostenibles de forma paralela. Es previsible que las nuevas variantes vayan en esta línea, cada vez más transmisibles y a su vez cada vez menos agresivas. Es lo que estamos viendo con ómicron.

Hay quien dice que con ómicron esto se acaba, Yo no me atrevo a hacer una predicción tan categórica, pero como señalaba anteriormente, sí entramos en una fase nueva, una fase en la que ahora sí es viable convivir con SARS-CoV-2 sin consecuencias sanitarias inaceptables. La covid no va a desaparecer, pero más pronto o más tarde va a entrar en fase endémica, con picos estacionales sostenibles que no pongan en jaque al sistema sanitario y que por tanto no alteren demasiado nuestra vida cotidiana. Lo vemos con la gripe y con tantos otros virus cuyas tasas de letalidad son similares a las establecidas para el actual coronavirus en personas vacunadas.

Esto por supuesto necesita más tiempo para asentarse en base a los datos que la ciencia vaya obteniendo, pero es ciertamente la previsión más probable. Pueden aparecer nuevas variantes, de hecho aparecerán, pero estas irán en la misma línea de ómicron. Sí es importante llamar la atención sobre el hecho de que las nuevas variantes que puedan aparecer lo harán en lugares donde la tasa de inmunización sea irrelevante, y el virus tenga por tanto un enorme reservorio para ir adaptándose en base a su interés evolutivo. Es por ello que la vacunación en el tercer mundo es algo fundamental. Si no entendemos esto hablando el idioma de la justicia y la igualdad de derechos sanitarios, entendámoslo al menos en el idioma egoísta de Occidente. Si el tercer mundo no se inmuniza, el riesgo es colectivo. Esto, a pequeña escala, es extrapolable al negacionismoantivacunas en nuestro entorno. No vacunarse no solo pone en riesgo a los contactos cotidianos, es que es un oasis vírico donde pueden producirse mutaciones que nos den grandes sustos. Acogerse al mal llamado derecho a no vacunarse es una ruleta rusa que puede no acabar bien.

Hasta aquí llega el optimismo. Hasta ahora hemos mirado a corto plazo y comp hemos visto las perspectivas no son malas. Sin embargo no van a pasar 100 años hasta que nos estalle en la cara la próxima pandemia. La globalización, con las vías de desplazamientos constantes y continentales que supone, nuestra relación no siempre sana con los animales, como es el caso de las macrogranjas y las grandes instalaciones de explotación masiva, y especialmente el característico rasgo de la raza humana para no aprender de sus errores hace que la pregunta no sea si habrá una próxima pandemia, sino cuando será. ¿En dos años, en cinco, en diez? Es una certeza que ocurrirá. Y hemos visto nuestra incapacidad para contenerlo. No hay que volver a Wuhan a enero de 2020 ni a Europa a marzo de 2020. No sabíamos lo que se nos venía encima y no era fácil establecer una estrategia global de contención que evitara la catástrofe que hemos vivido. Pero 2 años y 6 olas después, tampoco hemos aprendido a contener la expansión de algo nuevo. Lo hemos visto con ómicron. Cuando se detectó su existencia, esta estaba ya diseminándose por el mundo, y cuando vimos que la teníamos en nuestros países, solo ha tardado 4 semanas en arrasar con cualquier previsión anterior. ¿Qué viene a decirnos esto? Viene a decirnos que si en una situación de alerta sanitaria mundial algo nuevo se nos ha expandido delante de nuestras narices, ¿qué razón tenemos para pensar que cuando se produzca el próximo brote de un nuevo virus respiratorio vamos a ser capaces de contenerlo? No, sin un cambio de paradigma no lo contendremos, y puesto que este no va a producirse, solo nos queda cruzar los dedos porque la próxima vez no sea un virus gripal de origen aviar, que es el verdadero terror de microbiólogos y epidemiólogos. El virus de la próxima pandemia ya existe, solo es necesario que se den de forma encadenada una combinación de circunstancias para que salte a nosotros.

Además, no es buena idea olvidar que las bacterias también tienen la capacidad de generar pandemias mundiales, y que la barbaridad que estamos haciendo con un uso abusivo e irresponsable de los antibióticos va a hacer muy, muy difícil contenerlas.

Sabemos que estamos jugando con fuego, que virus y bacterias son una bomba de relojería que nos puede explotar en cualquier momento, y no estamos demostrando ningunas ganas de desactivarla.


Enrique Bravo Fernández es Doctor en Microbiología por la Universidad Complutense de Madrid.

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