«Carta de Milarepa desde el Tibet» (IV), por César García Cimadevilla.

César García Cimadevilla caricaturizado.

Has asistido, pasmado, a las declaraciones de un político estadounidense que han salido en un telediario. Venía a decir que los abuelos deberían resignarse a morir para salvar la economía del país. Piensas que has debido de entenderlo mal, no es posible, pero me temo que has escuchado exactamente lo que ese ser humano quería decir y estaba diciendo. Por desgracia en vuestro planeta se ha instaurado un culto al Moloch de los tiempos modernos, un ídolo de barro llamado economía al que hay que alimentar todos los días con algo, lo que sea, y si no hay nada, pues se le da a comer carne y sangre humana. No importa con tal de que ese monstruo mecánico, creado por la nueva religión basada en un dogma que dice que la selva es para los depredadores. Siga funcionando. Te ha venido a la cabeza una escena de una película de los hermanos Marx, Los hermanos Marx en el Oeste. Siempre te hace mucha gracia cada vez que vuelves a verla. Estos diabólicos humoristas van desmantelando todos los vagones para dar de comer a la máquina, van metiendo la madera en el fogón, y Groucho, si no recuerdas mal, grita la famosa frase. “Más madera”. Sí, más madera, y cuando ya no queda, el Moloch económico quiere sacrificios humanos. Te has imaginado la escena. Ya no queda madera y hay que dar de comer al monstruo, entonces van arrojando, a paletadas, a todos los humanos del tren, primero los ancianos, los abuelos, como tú los llamas cariñosamente porque tú eres uno de ellos, están en las primeras filas, son arrojados a paletadas al fogón, para que la máquina siga funcionando. Cuando se acaben los ancianos, otros seguirán, los discapacitados, las personas con enfermedad mental, y luego los marginados, los refugiados, los sin nombre y sin papeles, los proletarios más bajos en el escalafón… Y así podrían seguir los sacrificios. ¿Quiénes quedarán al final? Los depredadores, claro. Los que han construido el ídolo de barro y han establecido la religión de los sacrificios humanos.

Vuestra sociedad acepta sin rechistar el dogma sagrado de que la economía es lo primero. No importa los humanos que haya que arrojar al fogón cuando ya no haya madera, lo importante es que el mecanismo siga funcionando. Y otra imagen te viene a la cabeza, la famosa escena de Tiempos modernos de Charlot. Triturado por el mecanismo. Este es el sagrado dogma de la selva social que habéis construido. No hay otra solución, claman los depredadores, si la economía se hunde, todos nos hundiremos, nosotros los últimos, claro. Ha sido repetido tan machaconamente que todo el mundo se lo cree. Parece difícil cambiar las estructuras sociales y económicas, imposible, claman algunos. ¿Por qué no hacer la prueba? Vamos a cambiar la escala de valores. Pongamos en la cúspide de la pirámide valores como la fraternidad universal, la solidaridad, la empatía, la generosidad, el amor. Una vez que estén allí será mucho más fácil que alguien, tal vez todos, descubran que la economía puede ser un instrumento para el ser humano y no un ídolo de barro al que hay que alimentar con sacrificios humanos.

Anoche, precisamente, leíste una frase de Simone Weil. ¿La recuerdas? “Nunca he podido resignarme al hecho de que todos los seres humanos distintos de mí no están completamente preservados de esta posibilidad de desgracia”. No tienes miedo por ti, por el sufrimiento que puede venir a tu vida, estás asustado por el dolor que están sufriendo los que son distintos de ti y por el sufrimiento que caerá sobre más y más hermanos. Es lo que realmente te hace sufrir, porque tú sabes que en estas circunstancias eres un privilegiado, aunque es cierto que no lo fuiste durante la mayor parte de tu vida. Recuerdas con infinito dolor aquel pensamiento desesperado que tuviste en cierta ocasión, cuando todo el mundo te despreciaba y te llamaban loco, incapaces de sentir empatía por tu sufrimiento. ¿Lo recuerdas? “Si yo tuviera ahora un botón para oprimirlo y que todo el planeta estallara en mil pedazos, lo haría”. ¿Lo recuerdas? Te gustaría borrarlo de tu vida, pero por desgracia ya forma parte de ella. Pides perdón y harías lo que fuera por reparar aquel daño que solo fue mental, un pensamiento generado por la desesperación.  Si tuvieras un botón para oprimirlo y que todos tus hermanos fueran salvados, aunque tu perecieras, lo harías. Solo una cosa te detiene. El pensar que tu vida fuera aniquilada en vano, que la humanidad siguiera su camino de depredación, arrojando más y más carne y sangre al fogón, sacrificando los que consideran humanos de última clase al ídolo Moloch de la economía.  Si tuvieras la certeza de que este planeta  acabaría siendo establecido en la luz y de que en lo alto de la pirámide brillarían los valores de la fraternidad universal, la solidaridad, la empatía, la generosidad, el amor. Entonces no dudarías en dar tu vida para que los demás fueran salvos. A esto se le llama redención. Otro lo hizo. ¿Lo recuerdas? Pero él tenía consciencia de la chispa divina que habitaba en su interior, de estar unido al Todo, de ser el Todo, de ser hijo de Dios, como lo sois todos. En realidad el también tuvo dudas, a veces se le nublaba la mente y el corazón, como te ocurre a ti. Entiendo tu rabia, pensando en que los depredadores de siempre, tal vez salvados por tu sacrificio, siguieran echando carne y sangre humana al fogón. Quieres acabar con eso, no sacrificarte para que los depredadores sigan clavando sus colmillos en los cuellos de apacibles bóvidos. No te ves caminando como un cordero al encuentro de los depredadores, para que ellos sigan llenándose las entrañas con la carne y sangre de tus hermanos.  Te entiendo. Déjame finalizar con un amoroso recuerdo para tus hermanos que ya han sido arrojados a paletadas al fogón. Que la paz profunda os acompañe a todos en estos días de tribulación. Mi amor está con vosotros. ¡Ojalá fuera suficiente para cambiar también a los depredadores en corderos!

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