“Sófocles en Moncloa”, por Antonio Miguel Carmona.

Antonio Miguel Carmona.

El Gobierno de la Nación ha aprobado una ayuda de 320 millones de euros para la fusión de dos agencias de viaje. Las artes escénicas, propiamente dichas, facturaron, el último año antes de la pandemia, 160 millones de euros. La mitad. Con estos datos he pensado en irme al país más lejano posible, Nueva Zelanda, y ocultar, a cualquiera que me pregunte, que soy español.

Lo digo porque nuestra cultura ubérrima bien parece, sin embargo, un ñengo sin alimento rodeado de ñomblones a los que nada importa el teatro o la música, la danza o simplemente la lectura.

Diario de Semana Santa

El Miércoles Santo compartía café en una terraza cercana a la Plaza de Colón con un gran amigo, presidente de una de las cinco más grandes compañías de España. Relatábamos agobiados el hecho de que el Gobierno hubiera dado 320 millones de euros a dos agencias de viaje sólo para fusionarse.

Nos imaginábamos cuántas pequeñas empresas pudieran financiarse, start ups con más posibilidades que experiencia. Podía destinarse ese dinero a la ciencia, imagínense, o a descubrir una nueva vacuna. A la I+D o a la Cultura. A tantos sectores que verdaderamente generan valor añadido, crecimiento y empleo.

Al día siguiente, Jueves Santo, participé a las nueve de la mañana en un programa de Antena 3, ´Espejo público´, magistralmente presentado por la conocida periodista Lorena García. No pude por menos que recordar la ayuda millonaria.

Ese mismo día, a media mañana, pasé frente al Teatro Español. Un gran cartel decía que en pocas semanas iban a estrenar Antígona de Sófocles. Adoro el teatro clásico. Comparto con mi queridísimo amigo, Ignacio Amestoy, una profunda admiración por el drama ático, desde Esquilo a Menandro. “Los enfrentamientos entre los humanos son la esencia del teatro de hoy” ( Ignacio Amestoy, Siempre la tragedia griega, Ediciones Complutense, 2019).

Más tarde, al mediodía, antes de la Hora Santa, estuvimos comiendo en una terraza, cumpliendo todos los protocolos, el genio de Pedro Ruíz, el dramaturgo Natalio Grueso, el actor Javier Quero, el periodista Javier Gállego y servidor. Nada santos ninguno de los cinco. Mientras nos hacían la segunda mejor paella del mundo les dije: -“Sófocles en Madrid”. Antígona, vamos. “Alguno pensará que Sófocles es un jugador de fútbol”, inquirió Pedro. “Del Panathinaikos”, le seguí. Acabamos el inolvidable almuerzo riéndonos de una anécdota de Johannes Brahms (un músico que jugaba en el Bayern hace muchos años) por un asunto que ya contará Quero cuando le plazca y sin citarme.

El dato de los 320 millones de euros a la fusión entre dos agencias versus los 160 de la recaudación anual de las artes escénicas, dio pie a un valle de lágrimas. Mientras separábamos la sepia del grano no parábamos de quejarnos de la situación de la cultura en una país que , sin embargo, fue capaz de copiar la métrica italiana a través de Garcilaso, hacerse universal con Cervantes e incluso a recitar nanas gracias a Miguel Hernández. Contábamos sin cesar la cantidad de obras de teatro que bien pudieran representarse con esos más de trescientos millones de euros de vellón. O los niños que podrían llenar un teatro con su entrada gratuita, agarradita de la mano, para ver su primera obra que jamás olvidarían.

El Teatro en España

Antes de la pandemia la cosa ya venía decayendo. Si le echamos un ojo al Anuario de Estadísticas Culturales o al Informe de la Academia de las Artes Escénicas de España acabaremos, como Antígona, encerrándonos en una tumba.

Por ejemplo: en 2017 se realizaron en España  49.000 representaciones, frente a las más de 72.000 hace diez años. Eso ha supuesto que, si el número de espectadores ascendió a 13 millones en 2017, hace diez años hubo, sin embargo, 17 millones de butacas vendidas. Otra pandemia, la de la incultura, se ha llevado por delante a cuatro millones de asientos.

¿Y qué han hecho el Estado, las CCAA y los Ayuntamientos? En el período 2007-2017 los presupuestos públicos en Cultura pasaron de 7.000 a 4.700 millones de euros. Ni la Sanidad (que mira que le han hecho daño), ni la Educación (cuyos recortes también fueron vergonzosos), han sufrido tamaña poda.

Para mayor abundamiento, si a los 160 millones de euros le quitamos 110 de musicales (de los que casi la mitad corresponden a las empresas Stage y SOM Produce), quedan 50 millones de euros para el resto. Y si a su vez le restamos  los stand-up-comedies (monólogos) y números de magia, nos queda para el ´teatro de palabra´ únicamente 25 millones de euros al año de recaudación. Sófocles en el Panathinaikos.

Y todo ello antes de la pandemia. Porque un estudio de Ernst and Young  señala que las pérdidas de las industrias culturales en los países de la UE ascendieron en 2020 a 199.000 millones de euros. Las artes escénicas vieron caer su facturación un 90% (Sófocles incluido). Les recuerdo en este punto que las artes escénicas “sólo” dan trabajo a casi ocho millones de personas en Europa.

Nunca ocultamos nuestra amistad el poeta y exsenador Juan Van Halen y yo (a diferencia de Lorca y José Antonio). Debatimos quién de los dos bandos tiene una pléyade más ignorante y aturdida. Cada uno pensamos que los propios. (No se pierdan su último libro de poemas).

¡Qué Sófocles! Porque ya si hablamos de los nuevos creadores, su vagido ni se percibe ante el estruendoso ruido de los insultos en sede parlamentaria. O las tertulias bipolares. O los realities costumbristas a los que nunca me acostumbraré.

¡Pero qué se puede esperar de un país en el que Vicente Aleixandre insistía que no cambiaran tras su muerte el nombre de la calle donde se erige la casa donde vivía, Velintonia, y no se les ocurriera poner el suyo!  Casa que yo, siendo concejal, propuse convertir en Hogar de los Poetas. Pues nada, cambiaron el callejero y Velintonia fue sustituida por la calle Vicente Aleixandre. ¿Y no pudieran haber puesto su nombre a la que ahora se llama Martínez Campos como yo propuse sustituir el nombre de la Plaza Vázquez de Mella por la de Pedro Zerolo?

El caso es desleír nuestra cultura. Y menos mal que no cayó en manos del Ayuntamiento de Palma porque lo mismo hubieran confundido a Esquilo con un militar franquista. O Castells, el ministro de Universidades propuesto por Pablo Iglesias, que es capaz de fusilar al autor de La Regenta en la Guerra Civil más de treinta años después de su muerte. ¡El ministro de universidades!

Aquí solo se sostiene aquello que es inmarcesible. Las piedras. Nuestro patrimonio arquitectónico. Y, a veces, ni eso. Que tiramos de nuestros monumentos como jerapellinas que no dan más de sí.

El caso es que al final todos nos sentimos un poco Sófocles, a quien su hijo denunció por demente para quedarse con la herencia. En la audiencia, el dramaturgo se defendió diciendo: “Si estoy loco no soy Sófocles y si soy Sófocles no estoy loco”. Para acto seguido recitar de memoria ante el tribunal su Edipo en Colono.

Sófocles, a diferencia de Esquilo, puso al hombre en el centro de la escena. Le dio protagonismo al tercer actor. Logró dar el gran salto que luego continuaría Eurípides. Pero entonces gobernaba Pericles. Ahora no.

Cuando fui candidato a alcalde de Madrid puse como primer capítulo del programa electoral la cultura. Y, de forma destacada, que Madrid fuera la capital del español en el mundo: “Nuestros pozos de petróleo es la cultura”, dije (perdón por la cita).

La noche en la que amanecía Viernes Santo no me podía dormir. Busqué en You Tube Antígona y me encontré con la película de Irene Papas. Con la que soñé. Aunque Irene tiene ahora 94 años y, como Eurípides o Esquilo, es inmortal.

Castíguenme por réprobo. Me llamarán ñuzco. Pero no estoy de acuerdo con que el Gobierno de la Nación suelte 320 millones de euros para la fusión de dos agencias de viaje. 53.244 millones de pesetas, oiga. Frente a los 160 millones de euros que recaudaron las artes escénicas. Para irme de este país.

En fin, no les caerá esa breva. He visto un reportaje sobre Nueva Zelanda y he comprobado que es un país ordenado, limpio, progresista y aburrido. Así que nada. Que le den a Wellington y a sus alrededores. Me vuelvo imaginariamente a mi Malasaña de mis entretelas que me vio nacer. Que, como aquí, no se tiran las cañas en ningún lado. Y, además, allí no ponen tapa.

Entre Sófocles o Irene Papas no tuve dudas con quien iba a soñar. Tenga la edad que tenga. Sófocles, pobre, debe estar camino de la Moncloa para preguntar qué hay de lo mío. La cultura. En el fondo qué hay de lo nuestro. Lo nuestro. Lo único que es nuestro.

1 thought on ““Sófocles en Moncloa”, por Antonio Miguel Carmona.”

  1. Excelente artículo, Carmona.
    Te lo dice alguien que se pasa la vida, y son ya muchos años, divulgando la cultura.
    Como bien dices, la cultura no es solo «un pozo de petróleo», es el instrumento que necesitamos para pensar.
    Acabo de terminar de leer la excelente biografía de Galdós de Yolanda Arancibia. Si los españoles conociésemos mínimamente la obra de Galdós, seriamos adalides de la gran idea que está en la base de toda su obra: la tolerancia.
    Gracias por tus palabras.

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