“Rubicón”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · glezcar.articulos@gmail.com.
Por difuminado que se halle, el precario trazo de la linde recuerda el perenne empeño humano por afirmar un orden en un mundo que se arroga propio, aunque siempre negado por la acción furtiva de un tiempo que le es ajeno. Sin embargo, su demarcación prevalece, acotando la insondable realidad. Acomodándola al frágil horizonte sedativo de certezas que nuestra limitada inteligencia precisa acariciar.

Su persistente presencia, expresión de la determinación que la alumbró, refleja el vigente marco de sentido que impone. Su observancia, la tácita y común sumisión a éste. Topología del poder que, en su ínsita lógica maniquea, discrimina así acatamiento de insumisión. Aceptación de exclusión. Delimitando los márgenes de lo pensable. Lo decible. Lo factible.

Frente al borde del rayano, previo a dar paso alguno que lo franquee, la mente consciente se debate en la ruptura del confín que anida en su interior y que exige ser primeramente superado. Para lo que tensiona el sentido y conveniencia de las palabras que cifran su pensamiento y conducta, mientras bullen en solitario monólogo. Matizándose. Trocando la aparente temeridad en audacia. Audacia en arrojo. Y éste en resolución.

A sabiendas de que rebasar la marca instaurada conlleva asumir el lance de arrostrar la trágica existencia de un maldito. La de quien se arriesga a habitar un mundo nuevo. A inventarlo. Osando contravenir la frontera impuesta a lo dado. Redefiniéndola a la luz de los principios y fines inusitados que desencadenan el particular llamado a su transgresión.

Cruzado el límite, no hay vuelta atrás. No por la irreversibilidad de movimiento externo alguno, sino por causa de la del interno previo a la acción. Quebrado el sentido de la interdicción, roto el hechizo, el tabú de la frontera, su influjo queda invalidado. Así, despojada del marco de referencia decididamente abandonado, a la mente sólo le resta confiar en la intuición primera, en la visión percibida a través de las fisuras del muro del acogedor aprisco. Navegando a estima ante un mar de incertidumbre.

Que logre o no llegar a buen puerto, poco importa. El proceso per sé ha obrado la transformación. Pues, ya acabe una cabeza laureada o decapitada, aquélla que piensa en los márgenes no habita sino en la piel de un solitario. Bien bajo nombre de emperador, pionero o paria. Formas indistintas con que apelar al mismo individuo según obren las circunstancias.

Incómodo e incomodado por una sociedad instalada en la firme seguridad de lo establecido, el motor de la civilización parece alimentarse con la acción de este peculiar arquetipo. El de una vida necesariamente compendiada en la disyuntiva entre pugnar por el ensanchamiento, conforme a una nueva visión, de los márgenes dados del redil o su pleno distanciamiento de éste.

Opciones, ambas, ponderadas mientras, quedo, observa desde la orilla el vado del río. Espolea los ijares de su caballo. Todo lo demás será historia. Alea jacta est.

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