Qiu Jin

Qiu Jin.
Qiu Jin.

Por Elena Calabrese.
Qiu Jin, nació un frío ocho de noviembre de 1875, en Minhou, provincia de Fujian, en la costa sudoriental de china, abrazada por los cálidos vientos tropicales que susurran aun hoy el eco de las historias evocadoras de tantas gentes que emigraban al mundo, con el sueño de un futuro mejor dejando su tierra y en ella su corazón enterrado junto a sus ancestros. Lugar de sombras del pasado, de poetas y aguas limpias, llamada por los emperadores milenarios «ciudad de las higueras y las pagodas», fue la cuna de nuestra Qiu Jin que heredaría el espíritu viajero de la región. Creció en Shaoxing, tierra de ríos y lagos grandes y libres como pequeños mares sin olas, tranquilos y profundos. Qiu Jin se convirtió en «La caballero del lago del espejo» apodo popular que inmortalizó su carismática figura. Esta mujer desafió su destino al decidir por sí misma que no solo quería ser esposa y madre. Su sed de sabiduría la llevaron mas allá de los confines de su país emprendiendo un  éxodo particular en busca de otras culturas, de otras verdades y así encontró en un Japón más abierto a occidente que la vieja y campesina China, la oportunidad de aprender que las mujeres pueden sentir  más allá de sus cuerpos bañados por la luz que iluminan los ojos de otros, la mirada de otros; cuerpos para el placer, meros receptáculos que ante la mirada de Qiu Jin cobran otra vida, otro escenario, otro drama. Ella se había ido, había dejado solos a sus hijos sin llorarlos. Había respondido a la llamada del mar, transgrediendo la ley vieja, la ley obtusa. Se hizo guerrera para golpear la injusticia, se hizo política al lado del obrero, se hizo oradora para decir las palabras de los que no pueden hablar… se hizo poeta para desnudar su alma de mujer. Pidió sanar las heridas de las mujeres, de tantos siglos de pies diminutos, de matrimonios obligados, de violaciones, de no tener futuro. Pidió que las mujeres también estuvieran en la lucha, para salir de la miseria, como sus compañeros. Habló para las niñas y los niños, en las escuelas, con su voz, arma poderosa de la guerrera. Marinera en tierra[1], llena de melancolía, sin lágrimas, siempre luchando y blandiendo su espada de poesía. Murió sin saber apenas qué era la vida, solo la soñó y fue un sueño lleno de esperanza y de belleza. Murió como Hipatia, torturada. Murió como Olimpia, decapitada. Ya todas son hermanas de historia. Ellas nos muestran el camino hacia los sueños, nuestros sueños que se hacen realidad cada día cuando nos permitimos el lujo de soñar.
“No me digas que las mujeres
no están hechas de la madera de los héroes,
yo toda sola cabalgué sobre vientos
a la Mar del Este durante trescientas millas.
Mis pensamientos poéticos entonces se extendieron,
como una vela entre el océano y el cielo.
Soñé tus tres islas,
todas gemas, todas resplandecientes con la luz de la luna.
Me entristezco al pensar en los camellos de bronce,
guardianes de la China, perdidos en espinas.
Avergonzada, no he hecho nada;
ninguna victoria a mi nombre.
Sólo hice sudar a mi caballo de guerra.
Contraída porque mi patria
me hace daño en el corazón. Así que dime;
¿Cómo puedo aprovechar mis días aquí?
¿una invitada disfrutando las brisas de primavera?”
Qiu Jin, poetisa china 1875-1907
«Seleccionando rimas con en Shih Ching desde la tierra raíz del Sol»
[1] Alusión a Rafael Alberti

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