Palabra

Gonzalo González Carrascal.

Por Gonzalo González Carrascal

‹‹En el principio existía la Palabra››. El célebre arranque evangélico del relato mitológico judeocristiano no hace sino señalar el valor nuclearmente sacral de lo que el lenguaje representa para el animal humano. La lucidez de apreciar en el artificio de la articulación de ruidos modulados, ordenados y constreñidos conforme a una sintaxis, lo natural y esencialmente humano. Su punto de partida.
Compelido a subsistir en un medio que le condiciona y frente al que actúa, lo humano hace uso del único rudimento del que se ha dotado a sí mismo para ser esencialmente lo que es: la Palabra. Con ella teje el entramado de correlaciones entre significantes y significados que le permiten articular unidades de sentido, tanto más precisas en la definición de la realidad esencial cuanto más depuradas y coherentes. Sin tal precisión, todo intento de definir la realidad, las nucleares respuestas al qué y al cómo, esencia y causa eficiente de todo problema, torna en mera fábula engañosa.
Relato distorsionado y distorsionante que aliena al sujeto de la realidad que lo contextualiza, y de sí mismo. Un ser sumido en la ignorancia y el engaño, ya propio o inducido. Y el precio de tal sumisión es el quebranto de la consciencia de la realidad violentada en la infidelidad léxica. Pues el alcance de la visión del ojo radica en la exactitud de las palabras que dicen la realidad observada, y la fidelidad de éstas a lo dicho. Vemos con la lengua.
Para el animal humano no hay margen de supervivencia al margen de la Palabra. El lenguaje es nuestra estructura de relación y transmisión, y su codificación escrita permite al hombre fingir la estabilidad en el seno de una matriz ontológica esencialmente inestable. Burlar al tiempo. Pues la Palabra y su consolidación material cimentan y articulan toda estructura convivencial transgeneracional, cuya versión más compuesta, depurada y moderna surgió bajo el nombre de estado-nación hace ya más de dos siglos.
Artefacto refinado, de codificación lingüística extrema, propia de todo intento humano por emular lo absoluto. Artefacto lingüístico, en esencia, que articula su sentido y coherencia orgánica a partir de dispositivos materiales que permiten y evidencian la función correlativa significante/significado. Es así que, todo quebranto inducido en tal función de correlación, implica necesariamente la alteración del sentido, y con ello, la razón de ser operativa de sus propios dispositivos. El estado, por tanto, fundamenta su fortaleza en la inherente coherencia de su codificación lingüística, ya sea funcional, formal o simbólica. La coherencia de su relato.
En ello, la acción de la política sólo evidencia su verdadera utilidad, como expresión modulada del conflicto esencial, bajo formas discursivas coherentes. Pues sólo con rigor en el uso de las palabras se puede operar coherentemente en el seno de una matriz lingüísticamente fundamentada. Definiéndose así, un límite ético irrebasable en el ejercicio de la política: el rigor.
La inducción desde la política de relativismos discursivos quebranta el sentido de las palabras articuladas. Confunde a las mentes al encerrar sinsentidos bajo la apariencia de fórmulas sintácticas formalmente correctas. Y en términos de estado, todo quebranto lógico conlleva el deterioro de la fórmula convivencial que representa. El socavamiento del bienestar, de todo orden, de sus ciudadanos.
La situación que atraviesa nuestro Estado evidencia un claro desenfoque discursivo. La contradicción nos aqueja como una enfermedad que hunde sus raíces en la propia lengua. Es momento de una política renovada, y tal renovación discursiva sólo podrá emerger desde el retorno a la ética del rigor que la palabra cierta impone, así como desde la valentía para demarcar con precisión la exactitud entre significantes y significados. El coste de no hacerlo implicaría aceptar el sinsentido como fundamento discursivo y la devaluación de la palabra a mero ruido libremente interpretativo. La desfundamentación de la lengua, la iniquidad política, la deshumanización del más depurado artificio humano.

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