“Oblivion”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · glezcar.articulos@gmail.com.
Azaroso, cuanto menos, resulta el papel asumido a lo largo de los sucesivos estadios que componen una vida. No así la talla aportada en su interpretación. Pues, al calor de la oportunidad, cada cual tiene la posibilidad de definir el cariz de su personaje. La consistencia de una figura, siempre circunstancialmente encarnada, de la que si no su alcance, sí cuanto menos dependerá en mucho su profundidad.

Memorable o anecdótico. Ambivalente resultado, fuertemente condicionado por la coherencia, el compromiso, la entrega que el personaje exige. A la postre, por la voluntad subyacente, tácita o expresa, de querer hacer de éste uno u otro.  He ahí la disyuntiva.

Tasado, todo tiempo no es sino mero testigo de la dimensión de tal apuesta. Tanto su estricto presente, como la consecuente proyección del devenir a partir del mismo. Pues la permanencia de la huella impresa por cada quién será el único testimonio del paso dado. Del peso y la gravedad puestos en el empeño.

Para su verosímil composición, el sujeto ha de plegarse a cuanto el arquetipo interpretado exige. La adecuación a la expectativa que la narrativa social impone y que, invariable, permanece en la matriz cultural que todo embebe. Permitiendo designar y reconocer al personaje por cada cuál interpretado. Sea el de hijo, padre, amigo, profesional, emprendedor, ministro, héroe, o villano. Constituyéndose, así, en medida del desempeño en la personificación del conjunto de identidades que todo individuo se ve abocado a interpretar, y que ha de saber mantener estancas, a lo largo de su vida. Esto es, en su canon.

Asentada la identidad social, bien en su vertiente pública o privada, en el consciente y escrupuloso ceñimiento a la directriz que el arquetipo impone, y el role nombra, todo cuanto transgreda y aleje al sujeto de él sólo mermará su credibilidad. Y su recuerdo.

Así, la irrupción de la mercadotecnia en política ha propiciado, y las redes sociales han contribuido, a la aparición de dinámicas que, pretendiendo limar las aristas connaturales al ejercicio del poder, han desdibujado su perfil, alcance y profundidad. Al punto de perder muchos su sentido real.

Pues al igual que un dirigente no actúa en calidad de amigo para con sus conciudadanos, al operar sendas funciones -la directiva y la amical- en planos disjuntos; toda pretensión de tergiversar ámbitos de disposición y desempeño personal, sólo puede desembocar en la desnaturalización de la función y de la relación efectivamente asumida, así como en la decepción de aquellos que son, por tal, defraudados.

Es por ello que, tal vez, sea cada vez más difícil lograr preservar en nuestra memoria el recuerdo de políticos dignos de ser celebrados y emulados como tales, más allá del tiempo y de la acción publicitaria que los encumbra. Pues, nada más prontamente se censura con el olvido que lo extemporáneo.

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