Hace ahora un siglo (10)

Por Eusebio Lucía Olmos.
En 1915, el joven pero ya veterano bibliotecario de la Casa del Pueblo de Madrid, Manuel Núñez de Arenas y de la Escosura, había retornado a hacerse cargo directo de las actividades organizativas en las escuelas Nueva y Societaria, tras el obligado paréntesis para dedicarse a preparar su doctorado, cuya tesis – sobre D. Ramón de la Sagra – había defendido brillantemente aquel verano. El nuevo graduado, perteneciente a una familia liberal y de intelectuales de clase alta, pero influido por las ideas de George Renard sobre la prioridad de la educación obrera, había organizado en su propio domicilio, junto con un grupo de amigos –miembros también de la progresía culta–, ciclos de conferencias sobre pedagogía o economía política, en plan experimental. Había pretendido crear con ellos una sociedad fabiana, hasta comprobar que la concurrencia en el grupo de defensores de la teórica actitud «científica» y de sus oponentes activistas, provocaba la ruptura del proyecto. Tras esta fracasada experiencia elitista se había afiliado al partido socialista en 1909, formando temprana parte del generalizado ingreso de intelectuales al que ya hemos hecho referencia, y siendo enseguida nombrado responsable de la biblioteca de la Casa del Pueblo. Fiel a sus antiguas ideas renardianas, hacía ya unos cinco años que, junto con un grupo de compañeros profesores, literatos y universitarios, preocupados por dar al socialismo español nuevas orientaciones desde una base teórica más abierta, había creado la Escuela Nueva con intención de servir de enlace y llenar el vacío existente entre los obreros madrileños y la intelectualidad progresista, dándole un carácter mixto de universidad popular y escuela socialista. Pretendían la formación integral del proletariado, tanto en ideología política, como en actividades culturales o formación profesional, retomando la experiencia del movimiento de Extensión Universitaria y las Universidades Populares.
El regeneracionismo de entresiglos había llevado implícita una generalizada inquietud educativa, que el movimiento obrero venía compartiendo con el reformismo burgués. La apertura del socialismo español hacia ciertas posturas reformistas, así como el ingreso en él de ilustres ex-alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, vino a impulsar una decidida actividad socialista en el ámbito educativo, con lo que la formación ocupó un relevante lugar en la nueva estrategia. Era el «pedagogismo socialista», que concebía la educación como un importante instrumento de la táctica revolucionaria, y la clase obrera debía de estar muy bien preparada para el momento en que hubiera de lanzarse a la conquista del poder, debiendo de extenderse tanto a la instrucción primaria, como a la profesional o la educación permanente de adultos. Pero, evidentemente, ni las escuelas oficiales ni las privadas religiosas eran válidas para preparar adecuadamente a los obreros en sus necesidades formativas, y mucho menos aún para convertir a los niños de hoy en hombres de mañana. Por ello, durante las dos primeras décadas del siglo, las organizaciones socialistas – y, sobre todo, las madrileñas – no cejaron en su empeño de llevar a cabo las más diversas experiencias educativas y culturales. Así fueron fundando las escuelas laicas y racionalistas para los hijos de los obreros; las que respondían a las necesidades formativas generales y políticas de sus militantes y obreros asociados, desarrolladas en los Centros de Sociedades Obreras, las Casas del Pueblo o en los recientemente creados Círculos Socialistas; las directamente relacionadas con la formación profesional, como la Escuela de Aprendices Tipógrafos, o la de Chóferes de la Sociedad «La Unión de Cocheros», o la academia de corte y confección, de la Sociedad de oficiales sastres; hasta las relacionadas con la formación puramente cultural de los obreros, con la Asociación Artístico-Socialista y sus secciones literaria y excursionista, su orfeón y su cuadro artístico.
Las Juventudes Socialistas, por su parte, eran también especialmente sensibles a este asunto y, a pesar del escaso número de sus efectivos, mostraron un gran interés por la formación y la cultura de sus afiliados. Su más importante iniciativa fue la creación del grupo Educación y Cultura, con sus concurridas clases nocturnas y dominicales para adultos, en las que se impartían tanto técnicas instrumetales básicas de lectura, escritura y aritmética, como ciclos de distintas áreas formativas, culturales, políticas o artísticas. Hasta organizaron un grupo de clases de esperanto, concursos literarios o su propio cuadro artístico. Incluso llegaron a más. Dos de sus más activos miembros, como Ramón Lamoneda y el propio Núñez de Arenas, habían promovido hacía dos años un centro de formación laboral, pensando en formar a sus jóvenes afiliados con ciertas capacidades como futuros dirigentes: la Escuela Societaria. Pero las buenas intenciones de sus promotores chocaron enseguida con la incomprensión de algunos de los más veteranos militantes, que incluso se negaron a participar en las actividades de la Escuela, para compartir con los jóvenes sus extensos conocimientos en prácticas y tácticas societarias o en legislación social.
Todas estas actividades, tanto las políticas como las educativo-culturales, trataban de acercar las organizaciones socialistas a los distintos barrios obreros. Con la apertura de los tres primeros Círculos en las calles de Fuencarral, Valencia y Tintoreros, se dio también un importante paso hacia una cierta descentralización, muy bien aceptada por el proletariado madrileño que respondió con un importante incremento de afiliación. En este contexto, los componentes de la Escuela Nueva trataban de dar un paso más, completando la superación del tan comentado obrerismo de la dirección del partido, y fundiendo la práctica del movimiento obrero con las enseñanzas teóricas, que ya había intentado sin éxito Jaime Vera y que ahora una parte importante del proletariado madrileño parecía demandar. Aportando, además, el actual proyecto dos nuevos y fundamentales elementos aperturistas al del viejo dirigente: abrir sus aulas a todos los explotados – con inclusión de oficinistas y empleados –, aunque no formaran parte de la hasta entonces conocida como clase obrera, e invitar a impartir sus lecciones no sólo a los intelectuales que iban ya adhiriéndose formalmente al partido, sino acercar al socialismo a muchos otros que, como ya hemos indicado, alcanzarán rápidamente junto con aquellos la dirección de las organizaciones obreras, modificando definitivamente las costumbres de un socialismo todavía intransigente en muchos de sus aspectos formales. Téngase en cuenta que seguían vigentes los viejos estatutos de la Agrupación Socialista Madrileña, que excluían, de hecho, de todo cargo y representación electivos a los «obreros intelectuales», aunque dijesen lo contrario las Bases aprobadas con posterioridad. Por ello, para muchos de los «nuevos socialistas» la «cátedra» de la Escuela Nueva era una buena tribuna para darse a conocer, tanto directamente al proletariado madrileño, como por medio de las reseñas periodísticas de sus actividades que, tanto El Socialista como otras publicaciones afines, hacían llegar a todo el español.
Desde el comienzo de sus actividades, la Escuela había programado interesantes veladas teatrales, abierto un consultorio jurídico, organizado cursillos de explicación de leyes, teorías científicas y doctrinas sociales; había organizado viajes culturales a ciudades próximas y recreativos a la sierra madrileña, siguiendo el ejemplo de la Institución Libre de Enseñanza; había programado ciclos de conferencias sobre los más diversos temas políticos de actualidad, así como cursos profesionales de formación y especialización para aparejadores, mecánicos, electricistas, etc. Todo ello perfectamente organizado por Núñez de Arenas, quien siempre contó con la participación de los más prestigiosos expertos en cada uno de los temas tratados, así como de los más afamados autores teatrales y artistas de la escena para sus veladas, tanto formalmente afiliados al partido como simpatizantes del mismo. No obstante, y a pesar de la pluralidad de posturas de que los responsables hacían gala, las ideas que defendía la mayor parte de sus colaboradores habituales, en una primera etapa de actividad del centro, eran las de un socialismo reformista, conciliador de antagonismos de clase y dispuesto siempre a la colaboración con los partidos burgueses.
Pero la aparición de la Escuela en la vida socialista madrileña también provocó enseguida ciertas suspicacias, que mantendrían de por vida, provenientes de determinados miembros de la dirección del partido, para quienes los directivos de aquélla siempre tuvieron propósitos poco claros. Saborit siempre aseguró que el principal objetivo del grupo de García Quejido y Núñez de Arenas fue la creación de un núcleo hostil a Iglesias, Caballero y Besteiro. Este último, por su parte, acusaría a la Escuela de revisionista y defensora del reformismo social. De hecho, la programación del ciclo de conferencias sobre la historia del socialismo fue llevada a cabo por Núñez de Arenas con la intención de complacer a los dirigentes más reticentes del comité nacional, si bien ya sabemos que ofreció también su exposición al «socialista independiente», apartado de la disciplina del partido, Juan José Morato. ¿Querría volver a acercar a éste con la cúpula directiva?, ¿o quería con ello forzar la colaboración de éstos? En cualquier caso, la propia razón de ser de la Escuela siempre supondría la compatibilización de conferenciantes afiliados con otros que no lo estaban o, incluso, que se habían alejado del socialismo organizado tras un efímero paso por sus filas, por lo que el centro conservaría siempre una postura heterodoxa ante la dirección del partido, y las desconfianzas mutuas entre ésta y la entidad no desaparecerían nunca. Efectivamente, el alejamiento del socialismo por parte de muchos de los intelectuales últimamente adscritos, no significó que lo hicieran de la Escuela Nueva, compaginando sus colaboraciones con ella a la vez que con la elitista Liga orteguiana. No obstante, el núcleo directivo de la Escuela lo siguieron componiendo los de siempre: Bagaria, De Buen, Carande, García Quejido, Martí Jara, Morato, Ovejero, Manuel Pedroso, Torralba, Vera, y el propio Núñez de Arenas.
Evidentemente, la guerra europea condicionó también la programación del centro. Durante los años que duró el conflicto se mantuvieron las buenas relaciones entre intelectuales independientes y socialistas, debido a la afinidad de aquellos con la postura aliadófila del partido. No obstante, el ciclo de conferencias programado sobre «El socialismo y la guerra» sirvió para dejar bien patentes las dos tendencias sobre el conflicto dentro del socialismo español, dejándose de impartir los cursos llamados profesionales, de formación técnica, para potenciar los culturales, de lengua francesa o Historia del Arte, organizándose al mismo tiempo interesantes ciclos de conferencias sobre los más diversos temas de actualidad.

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