“La fractura campesina europea”, por Ernesto Gómez de la Hera.

Ernesto Gómez de la Hera.

Ernesto Gómez de la Hera es Secretario de Economía y Asuntos Sociales de AIRES.
No es la primera vez que grandes movilizaciones campesinas ocupan los titulares de los medios de comunicación. Sin embargo, ahora, se están dando algunas novedades que hacen mucho más destacables las actuales movilizaciones. Por una parte, quizá por un efecto de contagio, están coincidiendo en un buen número de países de la Unión Europea: Rumanía, Grecia, Polonia, Alemania, Países Bajos, Bélgica, Francia, España, Portugal. Por otra, que seguramente es más significativa, estas movilizaciones ya no están tan sesgadas políticamente hacia la derecha, aunque la derecha sigue teniendo ventaja a la hora de rentabilizarlas.

Estas movilizaciones carecen de una unidad clara de reivindicaciones y objetivos, igual que carecen de un centro organizativo. En cada país hacen hincapié en temas diferentes, aunque hay algunos comunes a todos ellos. Por ejemplo las quejas por los obstáculos burocráticos que enredan a sus explotaciones, los intentos de eliminar el acceso al combustible subvencionado, el tener que cumplir normas productivas que no tienen que cumplir las importaciones agrícolas procedentes de países externos a la UE o la abismal diferencia entre los precios que ellos reciben por su producción y el precio al que esta es vendida a los consumidores. Agravando todas estas cosas está la desconsideración social que sufren.

Hasta hace unos 30 años, cuando lo que hoy es la UE era un área más pequeña, los campesinos europeos estaban protegidos de la competencia exterior. La Política Agraria Común (PAC) se ocupaba de ello. Pero también se ocupaba de ir disminuyendo el número de explotaciones agrarias y hacerlas más grandes,        de manera que se convirtieran en explotaciones totalmente capitalistas. Y esto se logró, por eso hoy los campesinos son casi una especie en peligro de extinción dentro de la UE.

Actualmente la PAC está al servicio de las grandes empresas agrarias mundiales. Empresas que controlan patentes bioagrarias, los canales de comercialización y distribución de los productos y en las que están penetrando ya los fondos de inversión como Black Rock. Estas empresas están apropiándose del campo europeo, eliminando más explotaciones y aumentando aún más la extensión de estas, aunque aún estemos lejos de la situación de países como EE.UU., Canadá o Australia. Pero todo se andará si no le ponemos remedio.

En 2020 el 0,5% de las explotaciones europeas más grandes recibieron el 16,6% de los fondos de la PAC, mientras que el 75% de las pequeñas y medianas percibieron apenas el 15%. Los márgenes de la industria agroalimentaria se han incrementado un 64% y los de la gran distribución, un 188%, según un reciente estudio. Esta es la realidad de la PAC, esa PAC que es unánimemente respaldada por todos los gobiernos europeos, por más que digan apoyar al campo o defender los tomates nacionales.

Y tampoco  es que los campesinos puedan esperar mucha ayuda de sus propias organizaciones, más dadas a conchabarse con los gobiernos y las grandes empresas agrarias -el caso más escandaloso el del presidente de la FNSEA (principal organización agrícola de Francia), Arnau Rousseau, que posee más de 700 hectáreas-, así como a culpar a la protección del medioambiente de lo que sucede en el campo. Y una de las cosas que suceden es que desde hace 15 años, el rendimiento medio del trigo no aumenta porque el suelo está «cansado» de la especialización, de los excesivos aportes químicos o de los efectos del cambio climático, y la genética de las semillas ya no puede compensarlo. También en la ganadería está disminuyendo la productividad por hectárea, principalmente a causa del cambio climático.

Todo esto junto, y varias cosas más, es lo que ha encolerizado a los campesinos europeos. Y, como decíamos, una de esas cosas y muy significativa, es que en esta ocasión la derecha política no parece estar en tan buenas condiciones para rentabilizar las movilizaciones. En Francia, pese a los acuerdos entre el gobierno y la FNSEA, las movilizaciones han seguido. En España los intentos de ASAJA (la mayor y más derechista de las organizaciones agrarias españolas) de dirigirlas no parece que estén dando mucho resultado, pues la mayoría de las movilizaciones están surgiendo desde abajo y a través de redes sociales independientes.

Esto podría representar, si se logra coordinar mejor las movilizaciones -en España y en toda la UE- y se acierta a elaborar una carta reivindicativa eficaz y de alcance europeo, que la fractura del campo empiece a soldarse en la buena dirección y que se pudiera plantear un verdadero desafío al neoliberalismo rampante que domina la Unión Europea.

Claro que para conseguirlo es imprescindible que las fuerzas democráticas y de izquierdas no sigan ajenas al campo. Este alejamiento e incomprensión mutuos ha sido tradicional en Europa Occidental y, sin embargo, fue precisamente la participación masiva de los campesinos lo que permitió el triunfo de las dos mayores revoluciones del siglo XX: la rusa y la china. Y esos son los ejemplos que tenemos que emular.

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