Cuando la Navidad era vikinga

Cuando la Navidad era vikinga

Siempre que oímos hablar de la Navidad, nos viene a la cabeza la más pura tradición cristiana, alejada de los ritos paganos o judíos.

Sin embargo, el origen de esta fiesta nada tiene que ver con esa pureza de origen, más bien al contrario. Eso, pese a que teorías y estudios rechazan la Navidad cristiana con las tradiciones paganas previas.

Según argumentan, los primeros cristianos trataron de distanciarse lo más posible de los rituales y festividades de las demás religiones.

Incluso, sostienen que no habrían basado el nacimiento de Jesús en una fiesta ajena e impura, como consideraban a los paganos. Al contrario, la elección del día 25 no es casual.

Sin embargo, resulta innegable que la Navidad, cuyo sentido sólo puede ser la celebración del nacimiento de Jesús, coincide ‘sospechosamente’ con otras fiestas.

De hecho, los cálculos más serios sitúan el alumbramiento del hijo de Dios encarnado en setiembre, no el 25 de diciembre.

Si aceptamos eso, lo cual no es descabellado, se comprende mejor por qué coinciden las grandes fechas cristinas con las paganas.

Y es que hay que entender que, en su momento, el cristianismo era una religión nueva en una Europa en la que llevaban asentadas mucho tiempo las paganas.

Por tanto, la Navidad cristiana adaptó los elementos, valores y símbolos de distintas fiestas existentes al sentir y visión de los cristianos.

Es lo mismo que hicieron los romanos antes con las festividades griegas. En definitiva, unas influyen en otras, hasta que se produce una especie de simbiosis.

La Navidad cierra un ciclo para abrir otro

Fuese como fuese, la celebración del solsticio no es más que cerrar un ciclo, el paso del día más corto al ciclo de días más largos. Lo que los romanos llamaban el Sol Invicto, el 25 de diciembre.

Es ahí donde encontramos dos de las grandes fuentes de influencia: la Navidad vikinga y Saturnalia, tradición nórdica la primera y romana, la segunda.

Así, la Navidad vikinga o Yule –Yuletide- se inspira en la mitología germánica y del norte de Europa, cobrando especial importancia dioses de protección y de fertilidad. Es decir, entre otros, Thor y Freyja.

No es de extrañar en la Navidad moderna el elemento central de Yule que no era otra cosa que los sacrificios de animales con dos finalidades.

Por un lado, como ofrenda a los dioses y, por otro, para acumular en la despensa cara a los siguientes meses de frío. Pragmatismo, a fin de cuentas.

Según la costumbre, se organizaban banquetes que se regaban con cerveza e hidromiel y cuyo plato principal era el juilskinka. O sea, lo que hoy es el jamón de Navidad, como principal sacrificio a Freyja.

Asimismo, se sacrificaba un macho cabrío, la cabra de Yule, el animal que transportaba las ofrendas, un sacrificio dedicado a Thor.

Una cabra para repartir regalos

Posteriormente, esta cabra se sustituyó por un hombre vestido con grandes pieles que llevaba los regalos. Un personaje que fue el origen de Joulupukki, una figura con mucho parecido a Papá Noel, cuya traducción literal es ‘cabra navideña’.

A su vez, se quemaba el Yule logg. Se trata de un tronco que se guardaba el año anterior y que se metía en la hoguera para que ardiera durante la noche e iluminara la fiesta.

También, como protección frente a los malos espíritus. Además, según esta tradición, si sus cenizas se esparcían sobre los campos, las cosechas serían fructíferas.

Por último, los árboles de hoja perenne en el interior de las casas, una tradición de origen celta y germánico, representando la naturaleza.

Sin embargo, entre los pueblos nórdicos el significado era la representación de Yggdrasil, el árbol mundo.

Y es que, según esta tradición, sobre sus ramas reposan los Nueve Reinos de la mitología nórdica, como Midgard, el reino de los hombres.

Así las cosas, parece que la Navidad cristiana no es tan distinta a otras tradiciones ‘navideñas’. En todo caso, lo que de verdad importa es celebrar unos días en familia y con amigos. Feliz Navidad.

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