“Left”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo­_Glezcar.
Regresar. Tornar sobre nuestros pasos. Volver la mirada hacia las palabras. Apreciar plenamente el sentido de sus significados -no siempre evidentes, a veces obviados y, por ende, olvidados- a través del filtro de la mirada iluminada por la experiencia de una vida, que permita comprenderlas. Y de este modo, tal vez, comprenderse.

Al compás de nuestros pasos, la reverberación de las polisemias y giros que las envuelven vibra en nuestras mentes de modo distinto. No necesariamente claro. Aunque siempre propio -en cada instante- al grado de consciencia con que habitemos el lenguaje. Descubriéndose, paulatinamente, en los pliegues simbólicos de sus etimologías un origen que marca nuestro discurrir. Derrota y destino.

Paladear sus matices. Apreciar las concomitancias con sus equivalencias extranjeras. Dejarse sorprender por la posibilidad de la contradicción contenida en sus propios significados. Placer confesable al que acaba uno por entregarse. En el caso de quien suscribe, de modo recurrente, a lo largo de las conversaciones tête-à-tête que semanalmente comparto con el eximio sociólogo Amando de Miguel. Y que han propiciado nuestra amistad.

Resulta estimulante apreciar cómo, en concreto, la lengua del bardo de Avon concita, en su económica compacidad, un universo de sentido cifrado en su glosa. Cómo un sencillo término contempla las distintas visiones que concurren ante el hecho nombrado. Colmando todos los flancos que éste encierra a través de un depurado juego de sentidos de una realidad –así- aquilatada.

Como botón de muestra, fijémonos en la voz leave y la manera con que, conjugando connotaciones contrapuestas, se completa enteramente. Pues no sólo apela a la acción de marcharse y a la consecuencia de ésta –el subsiguiente periodo de ausencia-, sino también al permiso expreso –la venia– para tal acto. Sembrando de ambigüedad –y reflexión- un terreno donde queda difusa la figura de la que emerge la voluntad o necesidad del abandono. Si bien de quien lo admite y consiente, o de quien parte realmente.

Del mismo modo, este vocablo aprehende la significación de dejar. Arrojando, igualmente, la duda de si es consecuencia de un acto de olvido inconsciente o de deliberada voluntad de entrega. Paradójico. Como lo es, además, que aúne a ésta la significación de sobrar, quedar. Esto es, lo que resta tras la marcha. Sea abandono u ofrenda. En cualquier caso, la permanencia tras la mudanza de las cosas. Visión concomitante, con su también acepción del crecer de las hojas del árbol caducifolio. La que nombra la acción del ser que sigue -y reverdece- a costa de dejar atrás lo que ya no le es útil ni necesario. Ya sea con su caída. O poda.

En todo caso, es revelador que el término considerado deje indefinido y sujeto al contexto -en su imprecisión polisémica- al promotor de la acción designada. Dejando entender que toda marcha surge -al menos por iniciativa de una de las partes- como necesaria consecuencia de una situación dada. Pero en caso alguno obvia su resulta. Lo que perdura de quien fue y ya no está, a pesar del esfuerzo por evitar confrontar su falta. Pues ni ingratitud ni olvido mellan la presencia del legado que el vacío de una ausencia siempre explicita.

Así, el lenguaje nos regala continuos juegos de resonancias semánticas, ante los que surge la eterna sensación de estar frente a un conocimiento acumulado y glosado que piensa, en su decir, por el que habla. Razón común que nos impele a volver la mirada hacia las palabras. Tornar sobre nuestros pasos. Regresar.

A Joaquín Leguina.

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