Young

Gonzalo González Carrascal.

Por Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar
Septiembre del 85. Farm Aid Concert. Solo en el escenario. Bajo el foco. El aedo se dispone a entonar la desgarradura. El dolor que sólo desde el más íntegro lirismo puede invocarse sin caer en el ridículo. La herida del tiempo. Su inexorable paso y el irrisorio denuedo que media el lapso humano. El dolor es inefable. La poesía, la forma humana límite de su aproximación. Modulada conforme al canon de éso llamado “Rock&Roll”, su sublimación velada bajo metáfora ínsita en la propia etimología del estilo. La inestabilidad esencial, el tiempo, presente y latente en la composición de sus referidos movimientos.
Primeros acordes. “Hey, hey, my, my”. Estructura compositiva circular que, interpelándonos, comienza advirtiéndonos de la insondable realidad siempre esquiva al ojo de mirada convenida afanada en la ficción del Yo y en la ofrenda a su tributo de verosimilitud. “There´s more in the picture that meets the eye…”. En ella empeñamos nuestros días, mientras esa realidad opera simultánea, irreversible y autónomamente respecto a nuestra percepción y deseo particular, ya individual o colectivo. Y en esa ceguera se suceden los sinsabores de nuestros días. “I paid for this but they gave me that”. Ignorancia, mayormente compartida, incapaz de contemplar a cara descubierta la inevitable caída a la que todo está abocado, y entonces…“Out of the blue, into the black”. Fundido en negro.
Y sin embargo, lo irreversible e inevitable de la caída es el sentido. Cuando caer es todo cuanto queda –y caer es todo cuanto hay-, el modo con que se hace es lo único que importa. La vida entonces se torna en evidencia ética. La caída, la descomposición de cada uno, en todo instante, es inevitablemente compartida por todo cuanto es. La actitud frente a ella es lo esencialmente individuante. El fundamento que diferencia a aquellos que se orientan en la acción de la comprensión de éso en que se disuelven, de los pasivamente sometidos a su mera disolución.
La inteligencia trueca el tiempo en madurez -que no es sino conocimiento- y la vida -que no es sino muerte- en oportunidad, frente al vulgar y simple proceso de envejecimiento al que se ve abocado el ignaro. Todos somos hijos de “Johnny Rotten”. Vivimos el mismo instante y morimos con él. Pero mientras unos se subliman en él, otros simplemente se desvanecen a su paso. Y en esa apuesta ética, se juega aquello en lo que cada cual deviene. El aedo tiene claro su envite. “It´s better to burn out than to fade away”. La opción sacrificial, en su sentido más esencial, de aquél que piensa el instante en lugar de sólo padecerlo. Tornándolo sacral.
En el lapso de nuestra caída, la actitud marca la diferencia. Madurar o simplemente envejecer definen el margen del resultado. Sólo la vacuidad intelectual más insolvente puede pretender hacer de los estadios transitorios de juventud o vejez categorías de valor en sí mismos. Sólo la estulticia puede ufanarse de su edad. Sólo la inteligencia sabe que el tiempo es únicamente el precioso recurso de que dispone para llegar a comprender. Y que comprender es lo único que puede hacer del tránsito de la vida algo menos desagradable.
Distinguir madurez y envejecimiento como procesos independientes, y no necesariamente correlacionados, es esencial si se desea centrar un debate regeneracionista serio de la política nacional. Para que un Estado sea lo que ha de ser, ésto es, estable, ha de transitar un continuum en el que el solapamiento generacional no sólo es inevitable sino necesario. Pues lo que ha de mediar no es la edad, sino la capacidad de asunción de la responsabilidad de decisión en lo público. Esto es, madurez. Algo que el DNI no señala.
La pretendida exaltación de la edad como elemento definidor de valor alguno en el ámbito político no hace sino ahondar en el envilecimiento y vacuidad del debate público. Admitir la juventud como supuesto argumento legitimador del acceso al poder institucional a costa del barrido de la generación que la antecede es tan inane como pretender evitarlo por el mismo motivo. Sólo de la capacitación pueden surgir decisiones de Estado en beneficio de todos. Sólo puede ser así cuando los decisores participan de la comunión en la inteligencia. De no ser así, la política se torna en vacuo artificio, reduciendo a sus actores y a sí misma a la irrelevancia. Los pesares del pueblo permanecen latentes y enquistados, mientras sucesiones de rostros novedosos, emergentes y desvanecentes, se suceden… a la espera de que la dinámica temporal haga que la inteligencia emerja. Siempre lo acaba haciendo. Todo es cuestión de tiempo. Rust never sleeps.

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