Uno de los efectos más negativos de este año que se termina es el de la soledad. Lo peor es la enfermedad y, por supuesto, la muerte, pero a veces pienso en las personas que están en su casa sin salir, que ya vivían realmente solas de por sí, en sus propias casas o en las residencias de ancianos, esos lugares siniestros que nos hemos inventado los seres humanos para retirarnos a morir y no molestar demasiado a los demás, algo que me recuerda el final de una mítica y dura película japonesa, “La balada de Narayama” (1983), dirigida por Shōhei Imamura, donde los viejos se dirigen a lo más alto de la montaña nevada para morir. La vi en los cines Alphaville en su día y aún no se me ha ido de la cabeza.
Hablando de películas, la última que vi en los cines Princesa antes del confinamiento de marzo fue la francesa “Especiales”. Recuerdo que había comido en un tailandés de la plaza de los cubos que está muy bien. La película fue dirigida por Olivier Nakache y Éric Toledano, e interpretada por Vincent Cassell y Reda Cateb, dos estupendos actores. Representan a un judío y a un musulmán, ambos practicantes, Bruno y Malik, empeñados en lograr la integración de dos grandes grupos de desheredados sociales en la ciudad de París, las personas con afecciones mentales graves (más que nada autistas) y los jóvenes inadaptados. Casualmente, anoche la pusieron en un canal de estrenos de TV y volví a verla. Y empecé con mis habituales asociaciones de ideas en las que se empeña mi cerebro cada vez que algo me interesa en particular. Ese domingo 8 de marzo en que vi la película “Especiales” en el cine se celebró la controvertida manifestación de la mujer en Madrid y otras ciudades. Todavía impartí clases presenciales en la Universidad durante un par de días hasta que comencé con las virtuales; en seguida se decretó el estado de alarma. Había empezado, oficialmente, la pandemia en el mundo. Han pasado casi nueve meses desde entonces, y viendo anoche la película volví a preguntarme por las personas que están solas, antes y después de la pandemia, por motivos de enfermedad o de la propia vida. El autismo es uno de los estados de mayor soledad e incomunicación, y también hay otras personas que mueren solas, en sus pisos de las grandes ciudades, sin que nadie las reclame durante varios días o tal vez nunca.
Esta pandemia pasará, estoy seguro, pero continuará la soledad en la que viven muchas personas. Creo en la bondad de los seres humanos, pero más en la de algunos seres humanos.