Rafaél Rodríguez Villarino es secretario general del PSOE de la ciudad de Ourense.
Al temor se unió el hambre, y la miseria anidó en la pequeña como tiniebla pegajosa que no pudo exorcizar a tiempo.
La década de los 40 tejió infancias de trapos viejos, y sumergió pies menudos en barro, más sobrevivieron mentes ávidas de “pitanza” y “bullicio”.
Las niñas y los niños tuvieron que afinar el ingenio, y pinchaban con agujas los dedos para pintarle ojos de sangre a las muñecas.
El pan se cocía cada 15 días, las tortillas de patata eran de 3 huevos para toda la familia, la fruta poca o ninguna, y rara era la carne que desenterraban, de vez en cuando, del sal de la artesa.
Pero las pequeñas y los pequeños también perseguían “golosinas” a poco que podían. Esta era su receta de las moras: las recolectaban de las zarzas, depositaban sobre una roca, y exprimían con un canto.
Una vez machacadas, dividían a partes iguales el fruto, lo llevaban con sus manitas a la boca y acababan por lamer el dulce néctar que quedaba en la piedra de mortero convexo.
Tales eran los “antojos” de la infancia destrozada por la posguerra de uniformes sublevados. Y dejó huella en la memoria de una generación robada.
Mañana, o pasado mañana, ella volverá a contarme la historia, que remata siempre con la misma letanía: “¡que miseria!, ¡aquello sí que era pobreza”.
Pasaron casi 85 años, y todavía estamos pagando en Ourense peajes impuestos por razias franquistas. Tienen de herederos a caprichosos caciques posmodernos que corrompen y parasitan instituciones provinciales, ciudades y pueblos, asfixiando en el atraso una sociedad cada vez máis vieja.
La COVID-19 está rematándoles la faena, de modo que hoy, o mañana, desaparecerá otra aldea, y cada vez quedarán menos ancianos que nos recuerden las raíces de nuestra tragedia.