Carolina Gutiérrez Montero es investigadora biomédica.
Llevamos unos meses extraños, confinados, alejados en muchos casos de los nuestros por la presencia de un virus, el SARS-Cov-2 que ha puesto patas arriba nuestro mundo, nuestras relaciones, nuestras zonas de confort.
Me dedico a la ciencia, en concreto al estudio de un complejo virus, el VIH, pero poco sabíamos en ese momento los científicos de este coronavirus que ha cambiado en cierto modo nuestras vidas en estos últimos meses.
Podría hablarles como viróloga, y seguro que erraré en muchas afirmaciones: hemos avanzado en el conocimiento de este virus, pero nos queda tanto por aprender, que es muy difícil hacer afirmaciones categóricas en relación al mismo.
Pero les voy a hablar como persona que ha padecido la infección por este virus, que está todavía en proceso de recuperación, de baja…como persona que como les decía no vio lo que se nos veía encima. Como persona que ha llorado, que ha tenido miedo, que ha sentido la soledad durante casi tres meses en su casa sin ningún tipo de contacto, excepto los ojos de los profesionales sanitarios que tras sus trajes de protección me ofrecían todo el cariño que podían.
Yo he padecido una situación que no ha requerido hospitalización, no me quiero ni imaginar cómo lo habrán pasado en esos casos, pero que como les decía casi tres meses después bajo con dificultad una escalera por la disnea, requiero de inhaladores para una tos persistente y preciso de una medicación para el corazón. Es lo que se denominaba en los comienzos como una situación leve y que ahora les trae como locos a todos los especialistas porque no saben que está pasando con nosotros.
Trabajo en un hospital, en un Servicio de Enfermedades Infecciosas en el que mis compañeros se han dejado la piel curando y salvando vidas. En el que al principio de los peores días se fueron infectando uno tras otro. Yo ayudaba en lo que podía hasta que a finales de marzo empecé a sentirme regular: falta de aire, tos, mucho cansancio… pensaba que la alergia ya estaba por ahí. Pero a los días llegó la febrícula. Hablé con un amigo del hospital, también infectado y médico, y me dijo eso es Covid, Carolina!!
Tras estos días mal me puse en contacto con mi centro de salud, que ante el estado en que me encontraba de disnea me hicieron acudir al mismo. He de decir que no tengo más que palabras de agradecimiento para todas las personas que me atendieron y aún me atienden en él. No podía caminar hasta allí y tenía que desplazarme en un taxi para ir y otro para volver. En esta primera visita me comentaron que efectivamente parecía una infección por coronavirus, que estuviese en casa tranquila, con paracetamol y que cada dos días me llamarían. En la primera llamada, y al no mejorar, me mandaron al servicio de urgencias de mi hospital de referencia.
Metí mi bolsa de aseo en el bolso, el cargador del móvil y una botellita de agua porque no sabía si me quedaría allí o no. En urgencias todo era extraño. Sentía miedo de estar allí, pero a la vez alivio porque ya no estaba sola. La radiografía no era clara y había que hacer más pruebas analíticas y esta vez sí, la PCR para el coronavirus. Recuerdo que al pincharme la gasometría me caí redonda. Al despertar empecé a llorar como un niño pequeño desconsolado que no sabía ni dónde estaba. Pero estaban ellos, el personal de urgencias que me acariciaba, hablaba y tranquilizaba. Nunca lo olvidaré.
Tuve que volver a los dos días a urgencias para repetir analítica, radiografía y recoger el resultado de la PCR. Y se confirmó: infección por SARS-Covid-2. La saturación no era muy mala y podía estar en casa con seguimiento de atención primaria. Ni siquiera acudí a mis compañeros del hospital donde trabajo porque estaban con los pacientes graves, sin parar y no quise en ningún momento molestarles. Lo mío era algo leve y tenían que destinar todo su esfuerzo para los enfermos que estaban muy mal. Ahora me regañan por no haberlo hecho.
Y así continuó el periplo. La primera PCR positiva fue el 1 de abril. Yo llevaba ya una semana con síntomas y hasta mediados de mayo he sido positiva. En todo este tiempo he tenido que ir, no sé cuántas veces al centro de salud, otras dos más a la urgencia para descartar posibles tromboembolismos, otra repetición de PCR porque salieron anticuerpos de infección positivos tras PCR negativa…en fin.
Me costaba bastante hablar por teléfono sin que apareciese la fatiga o la tos. Salía de la ducha como si hubiese corrido una maratón y lo de secarme el pelo ya eran palabras mayores. Mi tiempo se ha pasado de la cama al sillón, del sillón a la cama. Sin ganas para nada. Poner la televisión una tortura, un recordatorio permanente de lo que ocurría y podía pasarte. Las fuerzas no te llegaban ni para leer algo liviano. Tenía que tumbarme a veces boca abajo, en posición de prono para que me llegase mejor el aire.
Como les decía no he visto a nadie en casi tres meses y no saben cómo he extrañado un abrazo en esos días duros. A eso se unía la preocupación de familia y amigos que solo en la distancia, por mensajes y cortas llamadas podían saber de mí. Su cariño me ha llegado muy dentro. Millones de gracias a todos los que habéis y estáis ahí.
En todo este tiempo la disnea no se ha ido. Ha mejorado pero se mantiene y requiero de mis inhaladores. La tos hay días que me acompaña desde la mañana y en cuanto hago esfuerzos ahí está para no irse. Y a esto le acompaña la aparición de unas taquicardias que no se controlan, efecto también del virus, y que requieren de una medicación. Por prescripción médica tengo que salir a caminar todos los días. Lo hago, pero no puedo más de 15 minutos sin tener que abrir la boca como un pez al que acaban de sacar del agua, sin que aparezca esa dichosa tos persistente que hace que todo el mundo en la calle se vuelva, no estamos para bromas. Pero tampoco te vas a poner en mitad de la calle a contar todo el proceso. Así que hay días que ni salgo. Me enfurece ver lo que pasa en las calles, la irresponsabilidad de la gente para consigo misma y para los demás. ¿Qué más se necesita para darnos cuenta de la gravedad de este virus?
En mi última visita al médico me han dicho que hay que hacer pruebas respiratorias. Que ahora en los hospitales están organizando consultas post-Covid para atención de pacientes que no terminan de estar bien. Que hay muchos casos parecidos al mío, que parece repetirse el patrón. Que ya empiezan a considerar esta situación como una patología específica.
Es un poco desesperante. Los ánimos fluctúan mucho de día a día. La semana pasada pude por fin ver a mi familia. A mis padres, mi hermano, mi pequeña Lola… hoy soy un poco más feliz.
No sé cuánto tiempo seguiré así, ni siquiera sé si volveré a estar del todo como siempre. Poco a poco… Ahora sé que no hay virus leve. Aunque creo que siempre lo supe.