Si Ramón María del Valle-Inclán levantara la cabeza se sentiría orgulloso de haber descrito una realidad española, en tiempo exagerada, achicada por sus complejos, resuelta a ser mediocre.
No cambia lo grotesco con el tiempo y, como un esperpento, los hombres y mujeres públicos españoles se esfuerzan en parecer ridículos y no dejan de gastar sus energías en convertir nuestro porvenir en una viñeta.
La rueda de prensa de Puigdemont y sus consejeros tiene el mérito de ir un paso más allá en la deformación patética de nuestra historia. El empecinamiento infantil en no reconocer su flagrante falta de respeto a la democracia, le lleva a descomponer la figura en Bélgica y a convertirse en un hombre hecho sainete.
Esperpéntico también ha sido el Presidente del Gobierno, buscando en la aplicación de la frase de Richelieu un motivo para la venganza: «Dadme seis líneas del hombre más honrado de Francia y encontraré motivos para ahorcarle».
Reconozco que siempre me generó mucha tristeza, antes que mofa o reflexión, la obra de Valle-Inclán. Pero confieso, empero, que los espejos cóncavos y convexos del callejón del Gato resultan tibios e inocentes al lado de la rueda de prensa de Puigdemont.
Este esperpento es el resultado de la ignorancia. Fruto de aquellos que son transparentes a la inteligencia. Rajoy por su falta de perspicacia y Puigdemont por su delirio. Cóncavo y convexo. El esperpento.