El debate puede ser crucial para el Partido Popular. Sin ninguna propuesta creíble sobre la mesa, se enfrenta a la fragmentación de la derecha en la que su partido ha sido el más perjudicado puesto que tanto Ciudadanos como Vox han ido restándole votos, algo de lo que ya fuimos testigos en las pasadas elecciones. Debido a ello, no ha dejado en los últimos días de hacer un llamamiento al voto útil para, de este modo, poder recuperar los votos perdidos y que fueron a parar a las otras dos formaciones derechistas.
Otro asunto pendiente de Pablo Casado es la campaña de intoxicación movida en redes, en la cual se promovía la abstención entre los votantes de izquierda y en la que se castigaba a todos los partidos políticos (principalmente al PSOE) menos al Partido Popular. Diversas fuentes han encontrado conexión entre esa campaña de intoxicación y el PP, algo de lo que Casado ha intentado desvincularse en los últimos días.
Le ganaron la partida Albert Rivera y Santiago Abascal, sobre todo éste, incidiendo en los asuntos en los que sabía que tenía que ganar por la mano al popular. Y lo hizo con solvencia, mientras que Rivera deambulaba por el plató, como pollo sin cabeza, tratando de arrancar votos de cualquier sitio donde veía ocasión.
Abascal ganó por la mano y por tres cuerpos la partida a Casado, que solo respondía a los envites de unos u otros, o sin envites, solo replicando, sin tomar la iniciativa, como se supone del líder del partido que está llamado a ser el referente de la oposición.
Atacaba si le atacaban. Respondía solo con ataques, sin propuestas, sin programa, sin aportaciones de un líder con altura de Estado, como es de esperar de un presidente del PP, algo sano, sin cordura democrática, huyendo -más bien escondiéndose- cuando la corrupción salía a la palestra.
Lejos de lo que podría haber representado, pese a su barba de madurez, Casado cayó en el victimismo a veces, en el triunfalismo estéril otras y, sobre todo, en el púgil al que dos rivales en su espacio político le han llevado.
Derrotado, bajó los brazos, pero, cuidado: la alternativa puede ser peor. El PP no está derrotado, al menos por el PSOE o por la izquierda, lo está por la propia derecha, lo cual nos lleva a un escenario peor, más sombrío. Para ser sincero, prefiero a un Casado derrotado, pero firme en su espacio, que a un Casado doblegado por la ultraderecha de Vox y la deambulante derecha de Ciudadanos.