Prepara bolígrafo y libreta cuidadosamente para su primer día de clase. La emoción en las mejillas y en la mirada ansiosa. Cuando entra la profesora no puede contener la sonrisa, la escruta e intenta adivinar sus próximos pasos, sus oídos atentos a cada palabra, sus manos aún torpes revolotean inquietas sobre el pupitre. Admira el aula y a sus compañeros, repasa sus gestos y sus ropas, nerviosa y agitada. Una clase que le cambiará la vida, sabe que nunca volverá a ser la misma y se aplica concienzuda. El mundo se abre para ella cuando la profesora escribe una a en la pizarra y ella intenta copiar la grafía con dificultad. Tiene sesenta años y va a clases de lectoescritura. Se siente como la niña que pudo haber sido, pequeña y frágil como esa letra dibujada en el encerado a la que seguirán muchas otras.