Por Elena Calabrese.
Romanticismo, el siglo de Mary Shelley.
Aquellas mujeres lucharon a brazo partido por los derechos civiles, los suyos y los de los compañeros. Tuvieron más suerte en conseguir los segundos. Siempre en segundo plano, nuestras heroínas no gozaban de la popularidad de la que eran objeto sus coetáneos y colegas de correrías literarias y científicas; muchas de ellas han pasado a la historia desde el anonimato para ser rescatadas en la actualidad, bajo la nueva oleada de feminismo (que yo denomino global, porque está mostrando a la luz lo peor de la naturaleza humana patriarcal y lo estamos presenciando, en vivo, en directo, a tiempo real y en el mundo entero). Mary Shelley fue una anónima famosa. Se educó bajo el ala protectora de su padre y la ausencia inconmensurable de su madre, la madre de todos los corderos, la mujer que desafió al destino consiguiendo ser una de las poquísimas, por no decir la única, que pudo sostenerse económicamente de su producción literaria e intelectual. Mary Wollstonecraft, fue un gigante con demasiado peso para la frágil estructura ósea de nuestra pobre Mary. Como ella, también desafió los convencionalismos sociales de la época, escribió, argumentó a favor de la igualdad y se rebeló, a la usanza de las novelas de las Bronte y como las protagonistas de estas novelas, también tuvo que pagar un precio elevado ante tal osadía; ambas amaron a los hombres que admiraban sin tapujos, se sintieron libres entregándose a una pasión propia de la época que vivieron, llenas de contradicciones, sufrimientos, escaramuzas amorosas, fugas de enamorados y finalmente las muertes de sus hijos o de ellas mismas. Mary supo reflejar como nadie, en su novela icono, a través del alma de «su criatura» toda la angustia vital, toda la violencia y desesperación de los que tienen voz y no pueden hablar; de los que se saben en la otra orilla del rio, donde nunca sube la marea, donde nunca se detiene el barquero para remontar en asiento de oro, la deriva de la vida. Hasta el apellido con que se adorna Mary, préstamo de su marido, deja al descubierto toda la vulnerabilidad de la que es capaz. En ese canto de cisne, Shelley a quien amó y con quien no pudo engendrar, se troca en compañero de horas oscuras y responsos funerarios ante las tumbas de sus cinco hijos muertos. Al igual que su mugrienta criatura, Mary está hecha de pedazos, asemejando un dramático collage ungido por las aguas pantanosas de la incertidumbre y de la soledad. Tal vez no sea demasiado tarde para entonar la elegía. Tal vez la única respuesta fuera nuestro recuerdo hoy, bajo estas líneas, y a modo de homenaje tardío y póstumo, el reconocimiento de aquellas mujeres que cambiaron el mundo sin pedir nada excepto la palabra y el voto. En especial estas líneas de hoy quieren dedicar a la figura de Mary Shelley un mensaje de inmenso agradecimiento por considerar la ciencia como una ficción de la vida y por considerar a la vida una gran broma macabra de la que solo puedes salir airosa si te convences a ti misma de que eres libre, tal y como lo hizo nuestra heroína
Gracias dulce María, dulce Mary