Era de esperar que la ultraderecha, una vez que ha entrado en las instituciones, ya sea muy difícil que salga de ellas. Con más recursos, puede difundir su mensaje incendiario a un mayor universo de votantes a los que basta con dar una excusa para tratar de imponer criterios antidemocráticos. 52 diputados tienen la culpa.
Y así ha sido, y será difícil de llevar, pero es la democracia. Vox ha logrado convencer a más de 3,5 millones de votantes en toda España. Su mensaje homófobo, retrógrado, anticuado, antidemócrata ha calado en un porcentaje de población que, gracias a la Ley D’Hont, tendrá una representación parlamentaria que se hará oír.
Esto es algo que tenemos que hacérnoslo mirar, porque, si en términos absolutos, Santiago Abascal ha acertado a convencer a tanta cantidad de votantes, es que hay un cierto número de electores que no están contentos con la Unión Europea, que no aceptan la inmigración –de la que creen que es culpa la mayoría de la delincuencia-, ni la Memoria Histórica, ni la violencia de género.
Si a esos millones de votantes les convence la ultraderecha y sus postulados es porque no les llega el mensaje de partidos de profunda tradición democrática, del siglo XXI y con propuestas modernas, coherentes y acordes a las necesidades de la mayoría. Y eso hay que estudiarlo.
Lo cierto es que, más de 3,5 millones de españoles miran a las tesis más extremas y afianzan su representación, más del doble que en abril, en el único país europeo que conseguía resistir el empuje de la ultraderecha.