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Gonzalo González Carrascal.

Por Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo­_Glezcar.
Twitter. Imagen viral. Torso adelantado hacia el vacío. Inestable. Rodillas flexionadas. Pies al borde del foso de una escalera. En su cintura, unas manos de rostro resignado en la tarea tratan de contrapesar un cuerpo en vilo mientras éste centra en el objetivo una imagen situada al otro extremo. En su angular, el intento de captar el rostro del Presidente de la nación -en cuclillas- a través del amenazante abismo que media entre ellos. Mientras, un ojo ajeno y burlón, a quien debemos la escena, cristaliza el instante a modo de irrupción indiscreta dentro de la tramoya. La tensión del esfuerzo de construcción sintética de la imagen, cuya fuerza intencional radica en hacer ignorar su artificiosidad, confesa. Explícita. La impúdica puesta al descubierto de todo arte.
La premeditada y laboriosa composición requiere, para su funcionalidad, de la irreflexiva disposición del observador frente a su puesta en escena. Sin ella, el que observa abandona su actitud pasiva, arrojando la mirada escrutadora del analista que pretende extraer de la imagen aquello que ésta oculta al ojo lego. La consistencia de lo real tras el armazón de lo aparente. El crispado extravío en una sonrisa. La desesperación en un gesto intencionadamente medido. La duda vacilante tras un ímpetu aparente. La negación de lo que se pretende afirmar. Lo encriptado en lo manifiesto.
Hierática. La imagen, congelada cual esfinge, reta al tiempo y a la inteligencia del que observa imponiendo su acertijo. Juego dilatorio que toda imagen es. Libro abierto a la inteligencia que sepa leerla. Sin arcano tras ella, ni velo alguno que lo recubra. Tan sólo el que nubla nuestra mente. La ignorancia de los factores que sobredeterminan su composición. Dinámicas y resortes desarrollados entre bambalinas de una representación que se pretende plena y se arroja siempre incompleta. La impotencia que genera su desconocimiento se ve, al menos, paliada al mostrarse, la imagen misma, como medio instrumental de comprensión del absoluto que entraña.
El tiempo todo lo trueca. El valor de la imagen, también. No es su capacidad impresiva, sino la comprensión de su razón lo que nos impele a ella. Atisbar las fisuras que la filtran es todo a cuanto aspira aquél que desee comprender. Retazos de imágenes, y girones de texto, -figura y palabra, mismo y depurado artificio que dice y miente a un tiempo-, componen el acervo que todo hombre y sociedad, arrastra a su paso. Piezas de un puzzle que sólo compuesto desde el mayor rigor evitará que la imagen que nos devuelva no sea la de nuestro deseo. Latente riesgo consolador.
Los hilos del tiempo forman la urdimbre de un tejido tan inagotable como la realidad misma. El hombre, desde su ignorancia y parcialidad, se acerca a ella –que no es sino a sí mismo-, intentando encontrar en los vestigios de su paso la certeza de su encaje individuado y colectivo en una red de dinámicas cuya completitud desconoce y trata de desenmarañar. Atrapado en su red. Laberinto sin Ariadna.
Una sociedad que opere en un déficit de información de las fuerzas desarrolladas en su seno, propias o inducidas, carece de las mínimas fuentes para emprender la siempre difícil tarea historiográfica de comprenderse a sí misma. La fragmentaria disponibilidad de estos recursos esenciales, cuando no su falta absoluta, limita el alcance de una visión que nos permita perfilar su retrato. Actores y obra representada confundidos en un mar confuso de ruido, o más bien de silencio, que impide todo discernimiento.
España, aún regida conforme a la Ley 9/1968 de Secretos Oficiales -vigente desde el pasado régimen-, y desprovista hasta la fecha de una Ley de Desclasificación que regule y tipifique inexorablemente los plazos de sus puestas a disposición pública, se ve únicamente alentada en el proceso de estudio de sí misma a partir de iniciativas individuales que institucionalmente debieran ser no sólo apoyadas sino promovidas y legalmente enmarcadas. Es en este contexto informacionalmente yermo, de un país premeditadamente desmemoriado, donde el decidido paso dado por el Presidente González, a través de su fundación, de hacer públicos la colección de documentos e imágenes de su archivo personal toma en perspectiva todo su valor.
Toda colección es esencialmente incompleta. Todo no es lo mostrado, ni tiene por qué serlo. Su interés no radica en su completitud sino en todo cuanto de más nos permita entrever de sí, y de lo oculto en sus sombras. Y así, como el arriesgado fotógrafo, tentar en vilo el abismo que se abre a nuestro paso. Robando piezas al espacio vacío de lo ignoto. Tratando de componer el sentido del puzzle. Enfocando una imagen que nos acerque a nosotros mismos.
Enlace foto: https://www.elespanol.com/social/20170925/249475705_0.html

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