Violencia política en Estados Unidos

Violencia política en Estados Unidos

Hace cuatro años resultaba impensable que la violencia política marcaría el escenario en el que se celebrarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Surgen grupos armados de ultraderecha y antifascistas en respuesta a favor y en contra del discurso incendiario de Donald Trump, provocando una radicalización.

En los últimos meses no ha parado de crecer la importancia de la identidad política entre los ciudadanos, algo que, según algunos expertos, no parece que vaya a relajarse a corto plazo. Más bien, al contrario, empeora.

Uno de los últimos hechos que demuestran el imperio creciente de la violencia política se encuentra en la conspiración para secuestrar, y seguramente asesinar, a Gretchen Whitmer, gobernadora demócrata de Michigan. Además, con la intención de provocar una guerra civil.

Detrás de ese acto terrorista, el grupo de ultraderecha Wolverine Watchmen. En cambio, no figura entre los 576 de la lista de grupos extremistas antigubernamentales del Departamento de Justicia de Estados Unidos. Esta coincidencia hace pensar con qué facilidad y rapidez está surgiendo este tipo de grupos violentos.

Otros hechos demuestran la creciente polarización entre los ciudadanos a un extremo u otro. Según Washington Post, más de 50 conductores han arremetido con sus vehículos contra manifestantes pacíficos.

En la mayoría de los casos, contra las concentraciones de personas en recuerdo de George Floyd y Breonna Taylor, muertos en intervenciones policiales. Además, miembros de autoproclamadas milicias entraron armados en el Congreso de Michigan, agentes sin identificación se llevaron en furgonetas a manifestantes y agredieron a periodistas.

La confianza en el Gobierno está en mínimos históricos

Pew Research publicó en abril una encuesta en la que quedaba de manifiesto que la confianza del ciudadano en el Gobierno del país ha caído hasta el 17%. Un mínimo histórico coincidente con la tendencia a la baja iniciada hace 20 años cuando la guerra de Afganistán y los atentados del 11 de setiembre de 2001.

Más preocupante es que esa radicalización se está haciendo sistémica, como demuestran los 20 años de sondeos de Gallup. Así, la brecha aumenta y se da en cada vez más asuntos. Según la demoscópica, cada vez son más los estadounidenses que eligen vivir en ciudades con ideas políticas afines.

En 2016, una investigación reveló que más del 50% de los ciudadanos de Estados Unidos optan por que sus hijos se casen con alguien de un partido político concreto.

Más recientemente, una encuesta de YouGov y Voter Study Group para Politico revela que un tercio de los inscritos en el partido demócrata o en el republicano entiende justificada la violencia para impulsar objetivos políticos de sus formaciones.

Es más. Si el partido adversario gana las elecciones, una quinta parte de los estadounidenses que tienen fuerte afiliación política se muestra dispuesta a apoyar la violencia.

Aumenta la preocupación si se tiene en cuenta que el país norteamericano cuenta con casi 400 millones de armas de fuego en manos de civiles.

La tensión política y tanta presencia de armas en Estados Unidos han hecho que se incremente la militarización y la agresividad de las fuerzas de seguridad. Todo ello, en paralelo con el cada vez mayor número de milicias armadas de ultraderecha e incidentes armados de partidarios de la extrema izquierda.

La violencia política se da en los dos extremos

Los Proud Boys es uno de los primeros. Pero no sólo actúan los grupos de extrema derecha. Lo demuestra el caso de Michael Forest Reinoehl, del movimiento antifascista ‘antifa’.

Sobre él recaía la sospecha de haber asesinado a Aaron Danielson, simpatizante de Patriot Prayer –de ultraderecha–, en una reyerta callejera este agosto en Portland, Oregón. Los agentes federales abatieron y mataron a Reinoehl el mes pasado cuando intentaban detenerlo.

Las agencias de seguridad de Estados Unidos están de acuerdo en que la amenaza terrorista doméstica se encuentra en el supremacismo blanco. Y eso que Trump se ha esforzado para que el movimiento ‘antifa’ sea marcado como organización terrorista.

En cambio, los datos hablan por sí mismos. Han sido los supremacistas blancos quienes han realizado más ataques con resultado de muerte en el país desde 2018. Y es que no es de ahora. Llevan impreso en el ADN su intención de atacar a las minorías raciales y religiosas, a la comunidad LGBTQ+. También a políticos y a todo aquel que ellos crean que promueven el multiculturalismo y la globalización.

A todo ello hay que añadir que los grupos extremistas de derecha como Proud Boys o los Boogaloo se retroalimentan gracias a grupos que conspiran en las redes y en medios digitales, como QAnon.

Se nutren de la desconfianza en las instituciones, bandera de Trump desde 2016 para limpiar el pantano político de Washington DC. Entretanto, los movimientos como Black Lives Matter han hecho calar en los progresistas la desconfianza en las fuerzas de seguridad.

Hay motivos para la esperanza

A pesar de ese escenario, puede que no todo esté perdido frente a la violencia política que parece reinar en la vida de los estadounidenses. El Proyecto de Datos de Eventos y Ubicación de Conflictos Armados señala que, de las 12.607 manifestaciones políticas en el país entre el 24 de mayo y el 19 de septiembre de este año, el 95% transcurrió sin incidentes.

En las restantes sí se produjeron altercados, en 29 de ellos con violencia política contra civiles. Murieron 21 personas, de las cuales nueve fueron a manos de la Policía. Hubo cinco tiroteos desde vehículos, en los que tres agentes resultaron asesinados por los extremistas de Boogaloo Boys.

Sea como fuere, se puede estar a favor o no de llamar a las armas a los votantes de un partido para movilizarlos, infundiendo temor en los rivales. Pero hay una gran diferencia con organizar una revolución o una insurrección. Es algo por lo que sus responsables podrían ser imputados por sedición e, incluso, alta traición.

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